La globalización o cómo sobrevivir a un ataque zombi
La clave para construir un sistema productivo resistente a las crisis es la diversificación, no la autosuficiencia
En la serie The Walking Dead, el protagonista, Rick Grimes, aprende no solo a cultivar alimentos, sino también a operar a vida o muerte y reparar todo tipo de vehículos para escapar del ataque de los muertos vivientes. La ficción continúa en la vida real. En el libro Zombi: Guía de supervivencia, Max Brooks explica con todo detalle las habilidades necesarias para sobrevivir a un ataque zombi y, en Internet, abundan vídeos, cursos y libros para aprender todas las habilidades necesarias para sobrevivir en un ambiente hostil, incluyendo ataques nucleares, desastres naturales o una pandemia global.
Pese a ello, no todos tenemos el tiempo o la capacidad necesaria para adquirir estas habilidades, y menos en plenas vacaciones de agosto. La buena noticia es que nuestra supervivencia no depende de ello, al igual que el bienestar de los países no depende de que cada territorio pueda abastecerse por sí mismo de todo lo que necesitan sus habitantes. De la misma forma que no es necesario saber cómo construir un vivac [para dormir al raso en la montaña], reparar el motor de un coche o cauterizar una herida para sobrevivir de lunes a domingo, los países no necesitan producir todos y cada uno de los productos que consumen.
En este sentido, la emergencia sanitaria de la covid-19 ha demostrado que ningún país puede hacer frente al coronavirus en solitario y que, en una situación de crisis, la autosuficiencia no funciona. Entre febrero y abril de 2020, 90 países tomaron medidas para liberalizar el comercio. Pese a que muchos, incluida la Unión Europea, restringieron las exportaciones de ciertos productos médicos en los primeros meses de la pandemia, la mayoría, también los europeos, facilitó los trámites para su compra en el exterior, reduciendo o eliminando los aranceles a las importaciones. La importación de productos para el tratamiento de la covid-19 aumentó rápidamente. Es más, superando las restricciones a la producción impuestas durante el confinamiento, los supermercados han continuado vendiendo y no ha habido escasez de alimentos o productos, nacionales o importados.
Sin embargo, es cierto que esta crisis ha puesto de manifiesto la fragilidad de las cadenas de suministro mundiales. Los productos ya no se fabrican en un país y el comercio mundial se basa en la compraventa de componentes, que se originan en un determinado país y cruzan múltiples fronteras hasta otro, en el que son ensamblados y desde donde se exportan al resto del mundo para su consumo. Dos semanas después de que el Gobierno chino pusiera Wuhan en cuarentena, Hyundai tuvo que parar su producción de coches en Corea del Sur por la falta de dispositivos provenientes de China. La Unión Europea, por su lado, fue incapaz durante meses de ofrecer mascarillas a todos sus ciudadanos, pese a duplicar el número comprado al exterior, y tuvo que aumentar su producción interna, que ya supone el 60% de las mascarillas del territorio comunitario. El mundo, por tanto, debate si la globalización ha ido demasiado lejos y si, en la división de funciones, los países han perdido la capacidad técnica para fabricar productos de primera necesidad y, aparentemente, tan simples como mascarillas. El debate es bienvenido, pero necesita cifras y análisis.
Respecto a la crisis de la covid-19, estos análisis indican que ningún país podría haber hecho frente al virus por sí solo. Según la OCDE, Alemania, uno de los mayores productores de material médico del mundo, importó 0,72 euros por cada euro que exportó en material médico relacionado con el coronavirus. De forma similar, por cada dólar que Estados Unidos importa en material médico para el tratamiento de la covid-19, las empresas estadounidenses exportaron 0,75 dólares. China, donde se produce la mitad de todas las mascarillas del mundo, importó material de protección médico desde Europa cuando el virus estaba todavía confinado en Wuhan. Puede concluirse, por tanto, que la vulnerabilidad asociada a las importaciones de ciertos productos, como medicinas o material médico, no ha estado condicionada a que un país haya sido capaz o no de producir estos productos, sino a la magnitud de la crisis y a la poca diversificación de sus proveedores, sean estos empresas nacionales o extranjeras. Es decir, cuando la totalidad de las importaciones de un producto provienen de un solo país, un desastre natural, una disputa política o una pandemia pueden poner en riesgo la compra de estos productos.
Para reducir esta vulnerabilidad es posible establecer reservas de productos médicos, de la misma manera que en los años setenta se crearon reservas de petróleo; armonizar estándares de productos para que sea más fácil encontrar proveedores alternativos, o eliminar los aranceles a las importaciones de productos médicos. En el caso de la Unión Europea, la vulnerabilidad está minimizada por el hecho de que tan sólo el 1% de todas sus importaciones proviene de un solo país. Repatriar la producción de ciertos productos a España o la UE no solo encarecerá estos productos, sino que nos hará más frágiles si algo ocurre, puesto que estaremos condicionados únicamente por nuestra propia capacidad de reacción.
En la pandemia, la globalización nos ha ayudado a través de las importaciones de empresas extranjeras que han podido producir los bienes necesarios cuando nuestras fábricas estaban cerradas. En esta crisis hemos necesitado respiradores, mascarillas y sistemas de protección médica, pero en la próxima puede que se requieran equipos de diálisis, determinados alimentos o medicamentos a partir de un compuesto específico. Es por ello por lo que un sistema productivo formado por múltiples empresas en varios puntos geográficos es capaz de reaccionar más rápido a situaciones como la crisis del coronavirus. Las investigaciones para obtener la vacuna contra la covid-19 son un buen ejemplo de cómo la colaboración entre países está permitiendo optimizar los procesos y avanzar más rápido. Al contrario que para el personaje de Rick Grimes, la clave para construir un sistema productivo capaz de resistir desastres naturales, conflictos o pandemias es la diversificación y no la autosuficiencia. Contar con la capacidad productiva e industrial del resto del mundo hace a cada uno de los países que lo forman más fuertes y ágiles, no más frágiles, para proteger a sus ciudadanos.
Óscar Guinea es economista en el ‘think tank’ European Centre for International Political Economy. En Twitter: @osguinea
Isabel Pérez del Puerto es periodista y comunicadora en finanzas para el desarrollo.
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