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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fin del modelo exportador

La reconfiguración de la globalización se une a la recesión en los principales mercados

Raymond Torres
Contenedores en el puerto de Valencia.
Contenedores en el puerto de Valencia.VALENCIAPORT (Europa Press)

Una de las principales diferencias entre esta crisis y la que se desató hace una década como consecuencia de los desajustes estriba en el contexto internacional. Tras una contracción en 2009, el comercio mundial de bienes y servicios se recuperó y mantuvo una senda expansiva incluso durante los periodos de tensión sobre la solvencia de nuestro país, en 2011-2012. Todo ello, junto con la mejora de la posición competitiva de las empresas, explica que el sector exterior jugara un papel transcendental en la recuperación, tanto en España como en el resto de la eurozona. Así es como la eurozona ha pasado a ostentar el récord mundial de excedente externo, superando incluso a China.


Pero las tornas han cambiado con la pandemia. La crisis ha agudizado las tensiones proteccionistas entre EE UU y China, mientras que se intensifica el giro en la globalización, por la relocalización de la producción de bienes y servicios considerados como estratégicos, desde países que no presentan garantías de seguridad para los suministros. A esas tendencias previas a la crisis se añaden otras inéditas como el hundimiento del turismo internacional, uno de los pulmones de nuestra economía.

Por otra parte, parece muy improbable que las economías que nos garantizaban jugosos excedentes estén en condiciones de seguir tirando de nuestras exportaciones. Las persistentes incertidumbres en torno al Brexit, junto con la profunda recesión que golpea a Reino Unido, amenazan con hacer tambalear una de las principales fuentes de ingresos para las empresas internacionalizadas. EE UU, otro país con el que mantenemos importantes excedentes, se enfrenta a perspectivas económicas ensombrecidas por los rebrotes víricos. Además, el excedente europeo está en el punto de mira de la administración americana, dispuesta a imponer nuevas sanciones a los productos europeos en cuanto se presente la ocasión. Si bien el candidato demócrata muestra una actitud menos beligerante, un fuerte giro en la política comercial con respecto a los países que más han aprovechado la expansión del mercado americano es poco probable.

Por otra parte, la covid-19 se está ensañando con la mayoría de países latinoamericanos, agravando una crisis larvada y que amenaza con desestabilizar a toda la región. Solo en abril, las importaciones latinoamericanas se redujeron un 18%, la caída más intensa entre todas las regiones. África podría conocer la misma suerte a medida que la pandemia se extiende por el continente.

Parece, por tanto, que en esta crisis la recuperación se tendrá que asentar en los motores internos de crecimiento. La buena noticia es que, en esta ocasión, el BCE ejerce un papel muy destacado manteniendo condiciones de financiación ventajosas para los Estados, y apoyando el crédito al sector privado. Y el reciente acuerdo europeo para la recuperación muestra que Bruselas ha pasado de ser un problema, a reconocer la importancia de poner en marcha una política fiscal europea, que no sea la mera suma de las políticas emprendidas por cada país.

La mala noticia para la economía es que el consumo, tras un cierto rebote coincidiendo con el final del confinamiento, avanza con lentitud ante el miedo de las familias a un rebrote generalizado y a perder el empleo. Prueba de ello, el indicador europeo de confianza de los consumidores se estancó en julio, manteniéndose en terreno netamente negativo. En el caso de España, los índices de confianza se sitúan incluso ligeramente por debajo de la media europea, algo lógico habida cuenta de los niveles de paro arrastrados con anterioridad a la crisis.

En suma, ante un contexto externo tan deteriorado e incierto, la recuperación dependerá de la potencia de los estímulos monetarios y fiscales, y de la capacidad de los Gobiernos para revertir el pesimismo que se ha extendido entre las familias y las empresas. Aquí influyen factores psicológicos y que atañen a la impredecible evolución de la pandemia. Pero la previsibilidad de la política económica, y su adaptación a las circunstancias, también pueden impulsar la confianza de manera determinante.

Confianza

El principal indicador de confianza de los consumidores europeos para el presente mes retrocedió ligeramente con respecto al pasado mes de junio. El índice roza mínimos históricos, con un valor negativo del -15, frente a -14,7 en junio y -6,6 en febrero. Los consumidores españoles se muestran más pesimistas que la media europea (media de -25,6 en junio, a la espera de julio). Estas tendencias son coherentes con los indicadores PMI que reflejan que las empresas, pese a una mejora de su nivel de actividad, anticipan una reducción de la plantilla, tanto en la industria como en los servicios.

Raymond Torres es director de coyuntura de Funcas. En Twitter: @RaymondTorres_

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