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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cómo se hacen las reformas?

La clave para realizar los cambios pendientes es plantear las cuestiones de futuro, nunca las de pasado

Xavier Vidal-Folch
La UE debe profundizar en la economía de datos.
La UE debe profundizar en la economía de datos.Marijan Murat (Getty Images)

Las sesiones parlamentarias sobre la reconstrucción han apuntalado la teoría de la doble palanca en la etapa del posconfinamiento, cuando se otea el (probable) final de lo peor de la recesión.

Por un lado, aún hay que apretar el acelerador de la expansión fiscal protegiendo la pervivencia de empresas y salvando de la miseria social a los más vulnerables.

La prioridad siguen siendo los empleos, el tejido productivo, la protección de rentas, el bienestar social. La prolongación de los ERTE y la ampliación de las garantías del ICO son sus medidas de cabecera.

Por otro lado, hay que preparar el freno, el retorno a unas cuentas públicas sostenibles, aunque eso, a medio plazo. O sea, una “estrategia integral” de “reequilibrio”, como la denomina la presidenta de la Autoridad Fiscal, Cristina Herrero: se necesita madurarla con pausa y con un calendario tentativo. Para acordarlo se requiere “un pacto político para varias legislaturas”, como postuló el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, mientras arreciaba la crispación política.

Y aunque la “consolidación fiscal” solo debe aplicarse “una vez que se supere el episodio recesivo actual”, su “diseño y comunicación no deberían dilatarse”, completó el martes, ya con las aguas algo menos revueltas.

La idea es que, tarde poco o mucho el apoyo europeo del Plan de recuperación, la economía española debe fortificar su credibilidad ante los mercados internacionales, de cuya financiación depende en enorme grado. O prevemos y pautamos un ajuste progresivo, o acabará llegando un recorte cruel, según dicta la experiencia.

Más allá de la política fiscal —presupuestaria—, estas discusiones han devuelto al primer plano la necesidad de reformas estructurales. Atención, no como disfraz de cargar los costes de la crisis a los habitualmente perjudicados, mediante la austeridad que recorta su bienestar, sino como empeño común de mejora.

Hay que explorar los nuevos desafíos del sistema productivo que el confinamiento ha colocado en el escenario. Apostar por ellos, y minimizar sus efectos secundarios negativos como en la digitalización (sobre el comercio minorista) o la economía verde (sobre la industria paleoenergética).

Y emprender de una vez las reformas clásicas, siempre aplazadas. Como las urgentes para aumentar la productividad (la inversión pública en I+D es un 26% inferior a la media europea; la privada, un 54%).

Si leen en la web del Banco de España la última intervención del gobernador —y mejor, el tocho de 75 páginas que la sostiene— descubrirán la fórmula mágica del secreto para hacer reformas: plantear las cuestiones de futuro, nunca las de pasado.

Eso es aun más claro en lo más litigioso. En lo laboral, no habla del coste del despido, cada día menos relevante a medida que aumenta la protección social, sino de la manera de combatir la dualidad y la temporalidad. O las opciones sobre las pensiones, donde enfatiza, suave, el alargamiento de la edad real de jubilación.

Se llama reformismo posibilista. Lo útil.

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