Un mal mes para los reaccionarios
No quieren ley y orden; quieren una excusa para aplastar las manifestaciones a favor de la justicia social
¿Qué es Braxton Bragg para Donald Trump, o Trump para Braxton Bragg? Siempre ha sido extraño (e indignante) que las bases militares estadounidenses tengan nombres de traidores, de generales confederados que se rebelaron contra la Unión para defender la esclavitud. Y los altos mandos del Ejército parecen dispuestos a cambiárselos. Pero Trump dice que no.
¿Cómo se le ocurre asumir esa posición en un momento en el que por fin los estadounidenses parecen estar reconociendo la injusticia que por sistema sufren los afroestadounidenses, lo cual ha llevado a un aumento del respaldo público al movimiento Black Lives Matter [Las vidas de los negros importan]? Sin duda, lo inteligente sería emular a buena parte del Estados Unidos empresarial: hacer unos cuantos gestos baratos en nombre de la justicia social, aunque sin cambiar nada fundamental. Por ejemplo, hasta la Nascar [la asociación más importante de carreras de coches] ha anunciado que prohibirá la bandera confederada en sus competiciones. Y cambiar el nombre de las bases militares resultaría muy barato.
Pero Trump no puede dignarse a dar cualquier muestra de conmiseración, aunque solo sea simbólica. E intentar entender su incapacidad ayuda a explicar de qué va el trumpismo, y de hecho, el actual conservadurismo en su conjunto.
Trump afirma que se trata de conmemorar “una historia de triunfo, victoria y libertad”. ¿En serio? Estas bases conmemoran a hombres que defendían la esclavitud, lo opuesto a la libertad; y se da la casualidad de que dos de las mayores bases llevan el nombre de generales que son famosos no por sus victorias, sino por sus derrotas. Bragg, cuyo ejército sufrió un descalabro épico en Chattanooga, era uno de los generales peor considerados de la Guerra Civil. John Bell Hood malgastó la vida de sus hombres en ataques fútiles en Atlanta y Franklin, y por último condujo a lo que quedaba de su ejército a la aniquilación en Nashville.
Está claro que Trump desconoce todo eso. ¿Pero por qué iba a interesarle la tradición confederada a un tipo que se crio en Queens?
La respuesta es que Trump y la mayoría de su partido son reaccionarios. Como explica el teórico político Corey Robin, están motivados sobre todo por “un deseo de resistirse a la liberación de ciudadanos marginales o indefensos”. Y la iconografía confederada se ha convertido en símbolo de la reacción en Estados Unidos. Por eso algunos republicanos de Maine se opusieron a convertir una canción sobre el 20º de Maine —el regimiento de voluntarios cuya heroica defensa de Little Round Top fue crucial en la batalla de Gettysburg— en balada del Estado. Era ofensivo, afirmaban, “decir que somos mejores que el Sur”. El Sur defendía la esclavitud.
El impulso reaccionario explica también, creo yo, por qué algunos hombres blancos privilegiados, desde el director de la influyente Journal of Political Economy hasta el (ahora ex) consejero delegado de CrossFit, han sido incapaces de controlar sus autodestructivos arrebatos contra las protestas de Black Lives Matter.
Después de todo, desde un punto de vista reaccionario, las últimas tres semanas han sido una pesadilla. No solo los ciudadanos marginales, que supuestamente deberían saber el lugar que les corresponde, están exigiendo justicia, sino que encima están ganando abrumadoramente la batalla de la opinión pública. ¡Así no es como deben funcionar las cosas!
Una respuesta a esta pesadilla de los reaccionarios ha sido la negación. Trump sigue tuiteando “¡Ley y orden!”, como si el repetir esa frase mágica suficientes veces pudiera hacer que el reloj retrocediera hasta 1968. La respuesta de su campaña electoral al sondeo desfavorable de CNN no ha sido replantearse el mensaje, sino exigir que la cadena retire el sondeo y pida disculpas.
Otra respuesta han sido las teorías conspiranoicas descabelladas. Para la derecha, está claro que las manifestaciones populares masivas han sido orquestadas por los radicales antifascistas, aunque no haya la más mínima prueba de ello. Y como todo el mundo sabe, Trump insinuó que el anciano de 75 años al que la policía hizo caer —todos lo hemos visto en vídeo desangrándose en la acera— era un provocador antifascista que de algún modo había maquinado el ataque que sufrió. Sin embargo, lo más temible ha sido el palpable deseo de poderosas figuras de la derecha de encontrar la manera de emplear la violencia estatal para enfrentarse a las protestas de Black Lives Matter.
Según cualquier valoración racional, nunca ha tenido ningún sentido exigir una respuesta militar a las marchas abrumadoramente pacíficas, estropeadas solo por un número reducido de saqueos oportunistas. ¿Se creen los derechistas sus propias afirmaciones de que estamos sitiados por “turbas de cretinos violentos”? Lo dudo.
Sin embargo, lo que horroriza a los reaccionarios no es la posibilidad de que las manifestaciones puedan volverse violentas, sino el hecho mismo de que ocurran.
Y por eso, gente como Trump y Tom Cotton se han mostrado tan ansiosos por mandar al Ejército. No les preocupa mantener la paz; si eso les importara, habrían reaccionado con dureza ante el espectáculo de derechistas armados amenazando a la cámara legislativa del estado de Michigan. En lugar de eso, Trump publicó un tuit en su apoyo.
No, los reaccionarios estadounidenses no quieren ley y orden; quieren una excusa para aplastar con mano dura las manifestaciones a favor de la justicia social.
Por el momento, al menos, los reaccionarios estadounidenses no se están saliendo con la suya. Gobernadores, alcaldes y también el Ejército, han dejado claro que no quieren participar en una represión brutal. Pero no menospreciemos a los reaccionarios. Siguen siendo extremadamente peligrosos, y lo serán más si, como parece cada vez más probable, Trump se ve ante la perspectiva de una derrota electoral.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. @ The New York Times, 2020. Traducción News Clips
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