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Las potencias petroleras acuerdan un tijeretazo histórico en la oferta para estabilizar el mercado

México logra reducir al mínimo su cuota de recortes y la OPEP ampliada pacta reducir sus bombeos en casi 10 millones de barriles al día para tratar de compensar el hundimiento de la demanda por el coronavirus. Hay dudas sobre si será suficiente

Ignacio Fariza
Un empleado pasa en bicicleta cerca de un tanque de petróleo de Aramco, la petrolera estatal saudí.
Un empleado pasa en bicicleta cerca de un tanque de petróleo de Aramco, la petrolera estatal saudí.Maxim Shemetov (Reuters)

Hasta el último minuto. Las cumbres europeas tienen por costumbre apurar al máximo, muchas veces bien entrada la madrugada, para cerrar los flecos de la negociación. Las del G7, tres cuartos de lo mismo: aunque los sherpas hayan recorrido ya casi todo el camino, los presidentes llevan al límite de la hora el pacto de un texto de conclusiones. El cónclave de las potencias petroleras ha seguido la misma estela en los últimos cuatro días: aprovechando la tregua de los mercados por Semana Santa —no hubo sesión el viernes—, los ministros de la OPEP ampliada y el resto de productores han tenido que esperar hasta última hora del domingo para vencer las resistencias de México —que se sale con la suya y minimiza su cuota de recortes— y finiquitar así el mayor tijeretazo sobre la oferta de siempre. Serán 9,7 millones de barriles los que salgan del mercado a partir de mayo, la décima parte de lo que se extrae hoy cada día en todo el mundo, con un único objetivo: renivelar el mercado y tratar de revivir unos precios que llevan semanas instalados en zona de mínimos de casi dos décadas.

“Hemos demostrado que la OPEP+ [como se le conoce en la jerga del sector a la OPEP ampliada, que incluye a Rusia y a otros países de Eurasia] está despierta y viva”, ha celebrado el ministro saudí de Energía, Abdulaziz bin Salmán, en declaraciones a Bloomberg TV minutos después de que se publicitase el acuerdo. El recorte de casi 10 millones de barriles por día se aplicará a partir de mayo —junto con abril, el mes en el que se espera que la demanda sufra en mayor medida los rigores de la Covid-19— y la cifra irá decayendo gradualmente hasta abril de 2022, cuando las potencias petroleras tendrán que sentarse de nuevo a la mesa. Con todo, la respuesta de los inversores es incierta. Se cierra el grifo más que nunca antes, sí, pero los cálculos preliminares —todo en torno a la pandemia es provisional— apuntan a una caída mucho mayor de la demanda, de entre la tercera y la quinta parte de lo que se consumía antes de que el virus parase la economía y lo monopolizase todo: con la economía parada, el apetito por el crudo está, literalmente, bajo mínimos. Unos precios del crudo por los suelos constituyen una buena noticia para los países importadores, como España, pero mala tanto para la eclosión definitiva de las energías renovables —cuyo desarrollo es vital en la lucha contra el cambio climático y que resultan comparativamente menos atractivas en lo económico si el petróleo está tan barato— como para la estabilidad misma de los mercados financieros.

Y queda, además, en el aire la cifra concreta de recortes a la que se comprometerán países como Estados Unidos, Canadá, Brasil o Noruega, entre otros, que no forman parte de la OPEP (el histórico cartel petrolero, liderado de facto por Arabia Saudi) ni tampoco de la OPEP ampliada. Han dado su palabra de que se aplicarán en la tarea de reducir la oferta, pero sigue sin estar claro en qué medida. EE UU, Canadá y Brasil finalmente contribuirán con un recorte conjunto de unos 3,7 millones de barriles por día, según Bloomberg. Esa cifra, sin embargo, seguía en el aire a última hora del domingo. Si se añaden el resto de países, esa cifra se acercaría a los cinco millones de barriles que se calculaban al inicio de las conversaciones. Según tres fuentes consultadas por Reuters, sumados los recortes de la OPEP+, los del resto de productos externos e incluso algunas compras estratégicas de crudo por parte de algunos países, la cifra final de barriles que se retiraría del mercado estaría en el entorno de los 20 millones de barriles, alrededor de la quinta parte del total mundial. En ese caso —la cifra parece demasiado optimista— sí igualaría el rango bajo de caída de la demanda.

El Kremlin ha insistido en que Washington es parte de la solución y que, pese a la falta de concreción, está en el barco de los recortes. “EE UU apoya activamente el acuerdo [de la OPEP+] y afirman estar dispuestos a aportar algo a la reducción de la producción, una cifra de entre dos y tres millones de barriles por día”, ha subrayado el titular ruso de Energía y actor clave en las negociaciones, Alexander Novak, en una entrevista en el canal Rossiya-1. “Espero que la situación actual, en el marco de la discusión sobre las vías de salida a la crisis se convierta en un puente para restaurar la confianza y continuar la cooperación energética [con EE UU]”. Sus palabras son un claro intento por tranquilizar los mercados en un momento de máxima volatilidad. El precedente más reciente no invita al optimismo: el jueves, cuando el recorte de casi 10 millones de barriles diarios por parte de la OPEP ampliada se empezaba a dar por sentado, el crudo brent cerró la jornada con una caída del 4%. El batacazo del Texas fue aún mayor, superior al 9%.

El acuerdo, se ha vanagloriado a renglón seguido Trump “salvará centenares de miles” de empleos en el sector energético estadounidense. “Me gustaría darle la enhorabuena al presidente [Vladímir] Putin de Rusia y al rey [Mohamed bin] Salmán de Arabia Saudí. Acabo de hablar con ellos. ¡Un gran acuerdo para todos!”, ha tuiteado. A lomos de la revolución de la tecnología fracking, el gigante norteamericano ha pasado en menos de una década de importador de crudo a ser prácticamente autosuficiente, hasta el punto de haber levantado el histórico veto a la exportación. En este tiempo ha desplazado a Riad de lo más alto del pódium mundial de productores y se ha convertido en un duro competidor de saudíes y rusos. En paralelo, la industria petrolera de Texas no ha dejado de crecer, tanto en volumen de extracción como en puestos de trabajo dependientes de ella. Y a nadie se le escapa que, a seis meses vista de las elecciones presidenciales y con una recesión a la vista, Trump no puede permitirse un tropezón en forma de sangría de empleos en un Estado por el que pasan buena parte de sus opciones de permanecer en la Casa Blanca.

El sello final al pacto de la OPEP+ se ha puesto este domingo, pero ha sido un acuerdo por fascículos. El jueves Arabia Saudí y Rusia, primer y segundo máximos exportadores mundiales respectivamente, aparcaban las diferencias que hicieron descarrilar todo hace un mes y alcanzaban un acuerdo para poner fin a su particular guerra de precios, que había añadido un punto más de tensión sobre los precios. El resto de países parecía por la labor. El viernes por la noche los ministros de Energía del G20 recogían el guante y aplaudían los recortes esbozados, pero no lograron ratificar el principio de acuerdo y eran incapaces de poner cifras al tijeretazo: México, un país que no ha dejado de perder cuota de mercado —y, por tanto, importancia— en el panorama petrolero internacional, se resistía.

Este domingo, al filo de la reapertura de los mercados y a través de una videoconferencia, Riad, Moscú y el resto del cartel ampliado han logrado vencer las resistencias mexicanas aceptando lo que buscaba el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador: reducir al mínimo su cuota de recortes en un momento crítico para su economía y, muy especialmente, para su petrolera estatal (Pemex), la más endeudada del mundo. Serán finalmente 100.000 barriles, lejos de los 400.000 que se le pedían inicialmente. EE UU, un país que ya tiene buena parte de su producción por debajo del umbral de rentabilidad y que, por tanto, cada mes ve cómo parte de su oferta sale naturalmente del mercado por estar por debajo de coste, se ha comprometido a asumir la diferencia.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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