Cómo mantener la actividad
Aunque las crisis cuelgan siempre de varios hilos, pueden distinguirse. Y sobre todo requieren recetas distintas
En una crisis de demanda, el acento recae en la (in)capacidad de los consumidores públicos y privados de adquirir, consumir e invertir. Si es de oferta, el problema está en la (caída de la) cantidad de bienes y servicios que están en disposición de venderse.
La del coronavirus es sobre todo de oferta: fábricas chinas que se paralizan porque sus obreros están en cuarentena; clientes occidentales que se quedan sin sus materias semimanufacturadas, básicas para continuar la cadena de valor industrial; hoteles y vuelos que se quedan vacíos.
La Gran Recesión la atajó la política monetaria cuando suministró liquidez desbordante a precios (tipos de interés) baratos. Y financió a bancos y Gobiernos con dinero ilimitado, a través de compras de bonos y otros activos (expansión cuantitativa), que se trasladó a empresas y consumidores, revitalizando la demanda.
La gran pregunta del momento es si esa receta vale para una crisis de otra naturaleza. Una rebaja del tipo de interés —como la que decidió anteayer la Reserva Federal, la Fed— beneficiará a la empresa que contrate un crédito o al ciudadano que se hipoteque: y les libera capacidad de compra.
Pero ¿puede revitalizar la actividad de una empresa cuya factoría cierra, de momento, por falta de suministros exteriores, o a un cliente cuya hipoteca ronda ya el tipo cero? Quizá por esa relativa inadecuación técnica, la reacción de los mercados a las medidas de Jerome Powell ha sido ambivalente. Es el vaivén: alza, baja, alza...
De un lado, a favor, se valora la apuesta genérica de la gran banca central de apoyar la actividad.
Por otro, se teme que la reacción de la Fed por sorpresa, con medio punto, fuera de calendario y sin forward guidance, entrañe más temores de los conocidos.
Además, los mercados ya sobrenadan en liquidez barata; la capacidad de respuesta de esta es declinante; la concentración bancaria (en entidades y plazas) concentra también los riesgos; y la actuación individual de la Fed (seguida a 24 horas vista por Canadá) contrapuntea la pregonada “coordinación internacional” de bancos centrales y Gobiernos.
Los Gobiernos europeos dieron este miércoles en el Ecofin una respuesta de manualillo: desde que el Pacto de Estabilidad empezó a discutirse en 1996, en Dublín, incluye la cláusula que permite la flexibilidad para desbordar de forma “temporal y excepcional” el déficit previsto si media una crisis. A ver si espabilan y nos brindan pronto más contenidos a las “políticas fiscales” que hasta ellos dicen reclamarse.
Mientras, atentos al BCE. Puede brindar más y mejor liquidez a las empresas afectadas, pero eso casi solo servirá para financiar su espera hasta que el mercado se recupere. Bien. Pero no basta.
Puede también dar una vuelta de tuerca a la expansión cuantitativa, la compra de bonos públicos o de grandes consorcios privados. Como es difícil que llegue a las pymes directamente, podría hacerlo comprando bonos al Banco Europeo de Inversiones a tipo cero; o al ICO y sus equivalentes.
Y esta banca de crédito público, con apoyo de la privada, tiene a mejor alcance a las pymes, Ayuntamientos, cooperativas. Las empresas enfermas de coronavirus tardarán en recuperarse.
Pero esos agentes más capilares tienen agilidad inversora alternativa —no sustitutoria— de aquellas. Con el añadido de que pueden condicionarse los apoyos a su empleo en los sectores prioritarios para la UE: el Pacto Verde, la digitalización. Se contribuiría así a la reforma estructural del modelo económico. Típico de una buena política de oferta.
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