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Columna
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Otro capitalismo es posible

Los progresistas no deben orientar sus esfuerzos en abolir el sistema sino en mejorar su funcionamiento

Antón Costas
MARAVILLAS DELGADO

El capitalismo ya no funciona en beneficio de todos. Hay un consenso amplio sobre esta realidad. Cada día aparecen nuevos libros de prestigiosos economistas y analistas, así como ensayos de conocidos inversores como Ray Dallio que, defendiendo el sistema de economía de mercado, son críticos con su funcionamiento. Aumento de la desigualdad, nuevos monopolios y macrocefalia financiera son tres rasgos definitorios de la economía actual, como he analizado, junto con Xosé Carlos Arias, en La nueva piel del capitalismo.

El mal funcionamiento del capitalismo es una amenaza real para la estabilidad de la economía, para la legitimidad social del capitalismo y para el funcionamiento de la democracia. Sin embargo, los progresistas se equivocarían si creyeran que la solución a este mal funcionamiento es la abolición del capitalismo. Su tarea es salvarlo de las tendencias autodestructivas que le han inoculado sus partidarios más radicales, los neoliberales.

En mi etapa de estudiante existía una asignatura sobre sistemas económicos comparados. Hoy esa materia no se estudia en ninguna facultad. De hecho, la mayor parte de los estudiantes, así como la mayoría de los profesores, no sabrían explicar en qué consiste el sistema de economía de mercado, más allá de mencionar de forma rutinaria la oferta y la demanda.

Sin embargo, el interés por los sistemas económicos vuelve a estar de actualidad. Déjenme mencionar solo uno de los muchos libros recientes que los abordan. Se trata Capitalism, Alone de Branko Milanovic, uno de los mejores estudiosos de la desigualdad. Advierte que la supervivencia de las democracias liberales no está asegurada debido a que el objetivo de maximización del beneficio para los accionistas y la falta de progreso social han disuelto el pegamento moral que sostiene a las economías abiertas y a la democracia.

Hoy no tiene sentido plantear una confrontación entre capitalismo liberal y socialismo soviético como la que tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX. Pero para algunos puede resultar atractivo sustituir el capitalismo liberal, que ya no produce prosperidad inclusiva, por el capitalismo autoritario tipo chino, que sí muestra capacidad para producir progreso social. Algo de esa tentación late en el debate político norteamericano; por ejemplo, en el socialismo radical de Bernie Sanders, uno de los candidatos demócratas mejor situados para las presidenciales del año próximo. Sería un error que los progresistas orientaran sus esfuerzos en esta dirección.

Si me permiten una metáfora, el capitalismo actual es como un coche cuyo motor sigue siendo bueno, pero cuya transmisión no distribuye de forma equitativa la potencia del motor a las cuatro ruedas. De manera similar, la riqueza que produce el capitalismo no se distribuye bien entre sus cuatro actores principales: accionistas y altos directivos (dividendos y sueldos), trabajadores (salarios), comunidades locales (empleo) y Estado (impuestos). Para volver a tener una prosperidad inclusiva no es necesario cambiar el modelo de coche, lo que hay que hacer es ajustar el motor y modificar el sistema de transmisión. Traducido al lenguaje de los economistas, lo que hay que hacer es mejorar no sólo la redistribución (impuestos y gastos sociales), sino también la distribución (salarios, empleo e inversión) y la predistribución (formación y capacitación de los trabajadores, tanto antes de entrar en el mercado de trabajo como durante su vida activa, para que tengan mayor productividad y mejores salarios).

Las propuestas más recurrentes que vemos en el debate académico y político, en España y en otros países, se orientan a la redistribución y a la predistribución. Sin duda, hay que actuar sobre ellas. Pero el problema con el capitalismo lo tenemos en la mala distribución de la renta y de la riqueza que se genera en el funcionamiento de la economía, las empresas y los mercados. La prosperidad inclusiva de los “Treinta Gloriosos” vino porque la economía ofrecía buenos empleos y salarios decentes que, aunque no daban para hacerse rico, sí permitieron construir una vida de clase media.

Hoy el aumento de la pobreza y la desigualdad en España vienen del elevado desempleo, de los malos empleos y de los bajos salarios. La política de salarios mínimos, la política laboral equilibrada, la política de competencia en los mercados de bienes y servicios y la política de inversiones en educación, vivienda e infraestructuras de uso público constituyen los vectores esenciales para el progreso social en siglo XXI.

Los progresistas no deben orientar sus esfuerzos a abolir el capitalismo sino a superarlo. Para ello hay que lograr que la distribución, la redistribución y la predistribución funcionen mejor. Otro capitalismo es posible.

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