El dilema moral de los directivos
No se aprecia en las compañías del Ibex el cambio de propósito empresarial que se propugna en Estados Unidos
Algo está cambiando en la conducta de las élites corporativas de las democracias capitalistas; aunque el sentido y el resultado final de esta transformación es aún incierto. La declaración colectiva hecha el mes pasado por 181 ejecutivos de las principales corporaciones estadounidenses, reunidos en la Business Roundtable, ha sido una inesperada sorpresa. Apuntan un dilema moral importante en el “propósito de las corporaciones”. Declaran su intención de abandonar su adhesión al principio de la “primacía de los accionistas” para adquirir “un compromiso fundamental con todos nuestros grupos de interés”. Es decir, con los accionistas, pero también con los proveedores, los clientes, los empleados y las comunidades.
Para comprender el significado de esta declaración hay que retroceder a los años sesenta. En 1962 Milton Friedman, premio Nobel, sostuvo en su libro Capitalismo y libertad que una empresa no tiene ninguna “responsabilidad social” con la sociedad, sino solo con sus accionistas. Posteriormente, en un ensayo publicado en la década de 1970, afirmó que “en un sistema de propiedad privada y de empresa libre, un directivo corporativo es un empleado de los propietarios de la empresa, [y] su principal responsabilidad es con ellos”.
Es difícil exagerar la influencia que tuvo esa posición en la gestión del capitalismo contemporáneo. Las escuelas de negocios convirtieron en un mantra la “maximización del valor para los accionistas”. En el terreno político se legitimó la “revolución conservadora” de Margaret Thatcher (“no existe la sociedad, sólo existen los individuos”) y de Ronald Reagan (“el Estado es el problema”). Y las creencias sobre las propiedades autorreguladoras de los mercados y los peligros de la intervención pública se hicieron hegemónicas en la academia y recibieron varios Premios Nobel. Esa corriente neoliberal secuestró a la economía y a la política durante los 30 años siguientes. Hasta hoy.
El populismo político y el cambio climático pueden ser la excusa que necesitan las élites corporativas para apoyar un nuevo contrato social verde
¿Por qué ahora? La ola de populismo político ha hecho más evidente las cosas que han ido mal: la inaceptable desigualdad de riqueza y de ingresos, el aumento de la pobreza, el estancamiento de los salarios, la precarización del empleo, la falta de oportunidades, la meritocracia heredada, los fraudes, abusos y escándalos corporativos, los nuevos monopolios, el nuevo capitalismo rentista, la nueva aristocracia del dinero sin el compromiso de “nobleza obliga”.
Esta evidencia hace difícil para muchos directivos soportar el cuestionamiento social. Hace unos años, un financiero amigo me manifestó su incomodidad con este estado de cosas. Me dijo que si volviese a comenzar no escogería la misma profesión. Le recordé el chascarrillo en el que un amigo le pide a otro que no le diga a su madre que es financiero, porque ella cree que es pianista en un bar de alterne. Es incómodo desarrollar una tarea profesional bajo este cuestionamiento moral. De ahí que entre un 30% y un 40% de los consejeros delegados que abandonan sus empresas lo hagan por motivos éticos. Como ocurre con cualquier otra persona, los directivos quieren desarrollar su tarea de forma decente y útil a la sociedad. Y sentirse reconocidos.
¿Tiene este movimiento de regeneración algún reflejo en España? De momento, en términos generales, no lo veo en las corporaciones del Ibex 35. Los elevados sueldos y pensiones, comparados con los de sus pares europeos, y las reducciones masivas de empleo no se concilian bien con esta nueva orientación de la gestión hacia el bien común. Sí la aprecio en directivos de empresas medianas. Y también en organizaciones como la Asociación Española de Directivos (AED), en la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) o en el capítulo español del movimiento de “capitalismo consciente”.
Este propósito más amplio de la gestión empresarial no está reñido con la rentabilidad. Al contrario, como afirma Larry Fink, el fundador y consejero delegado de BlackRock, uno de los mayores fondos de inversión, en su carta de 2019 a los directivos de las empresas en las que invierte, el propósito empresarial no es “un simple eslogan o una campaña de marketing”, es “la fuerza que impulsa a lograr la rentabilidad”.
Es pronto para decir si estamos ante una nueva gran transformación de las democracias capitalistas, al estilo de la que describió Karl Polanyi en su obra seminal de 1944. Pero el populismo político y el cambio climático pueden ser la excusa que necesitan las élites corporativas para apoyar un nuevo contrato social verde (new green deal) que haga que el capitalismo y los mercados vuelvan a crear prosperidad inclusiva, sin que sea necesario el concurso de las “fuerzas malignas” que en el pasado impulsaron esa gran transformación.
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