Qué dicen los jóvenes de América Latina cuando tienen la palabra
En el marco de la Cumbre de la Juventud 2019, organizada por el Banco Mundial, jóvenes de la región compartieron sus frustraciones y plantearon salidas al fuerte descontento social en la región
“Lo que está buscando la gente es tener una mejor calidad de vida”. Esta frase de la panameña Ariadne Campble resume en forma clara lo que gran mayoría de los jóvenes piensan de la realidad social que vive actualmente América Latina.
Desigualdad, falta de oportunidades y exclusión son algunas de las razones que están impulsando la ola de malestar que recorre América Latina. Hay además muchas otras razones, como la fragilidad institucional, la corrupción, la mala calidad de los servicios públicos o el temor de las clases medias de perder sus conquistas sociales y económicas. Y también existe una demanda común entre los jóvenes de toda la región, grandes protagonistas de las movilizaciones: la de ser escuchados.
"En nuestros países no todos tenemos las mismas oportunidades", afirma Roberto Rodríguez, peruano, estudiante de ingeniería. Es parte, señala, del costo de vivir en sociedades donde la informalidad es la norma, una cultura que no nivela la cancha para todos.
También hay un descontento ligado a la exclusión social, invisibilizada por el énfasis que hoy se pone en mediciones de desarrollo económico que no contemplan factores como la inclusión o el bienestar social. "Lo que no se mide no se mejora", sostiene Andrea San Gil, de Costa Rica, ingeniera y directora del Centro para la Sostenibilidad Urbana.
Escuchar y ser escuchados
Ariadne, Roberto y Andrea participaron recientemente junto a decenas de jóvenes líderes latinoamericanos en un encuentro cuyo objetivo fue justamente ese, el de escuchar sus inquietudes y demandas y tomar nota de sus propuestas para comenzar a pensar en soluciones para los problemas que dieron origen al convulsionado clima regional.
En la reunión, organizada por la vicepresidencia del Banco Mundial para América Latina y el Caribe en el marco de la Cumbre de la Juventud 2019, en Washington, una treintena de emprendedores, profesionales y estudiantes universitarios menores de 35 años de toda la región hicieron un intercambio abierto, honesto y sumamente rico en ideas, semilla de futuros encuentros que estarán dirigidos a buscar cómo superar la frustración y el enojo que desde hace semanas -y meses- se expresa en las calles de la región.
América Latina es hoy un polvorín que estalla en cámara lenta y cuya onda expansiva se siente un día en Quito, otro día en La Paz y al siguiente en las calles de Santiago de Chile o las de Bogotá. La coincidencia de las protestas en este fin de año sugiere un entramado invisible que los entendidos intentan resumir en un puñado de denominadores comunes, como el final del ciclo de oro de los commodities, la debilidad institucional que corroe a varios de los gobiernos de la región y la demanda colectiva de más oportunidades y una mejor calidad de vida.
Son todas explicaciones válidas. Pero el diagnóstico de los expertos baja a la realidad más concreta cuando se escucha a los jóvenes latinoamericanos, incluidos aquellos que han tenido el privilegio de cursar estudios universitarios o desarrollarse profesionalmente y sienten ahora la necesidad de alzar su voz en beneficio del conjunto. Su idioma común incluye palabras como incertidumbre, injusticia, desconexión y desesperanza, pero expresa también la voluntad transformadora de toda una generación.
“Necesitamos ser escuchados porque nuestras condiciones básicas de vida no se están cumpliendo, nuestros salarios no nos permiten acceder a servicios de salud que puedan cubrir nuestras necesidades, tenemos problemas con el transporte y la educación”, enumeró Ariadne Campble durante el encuentro. “Los Estados nos deben escuchar y tomar en cuenta a la hora de generar políticas públicas”, reclamó.
También la continuidad de las políticas suele ser un problema en la región. Hacia allí apuntó Daphne Luna, ecuatoriana y estudiante de administración global: “Muchas veces los gobiernos generan proyectos que tienen bastante potencial, pero llega el siguiente gobierno y piensa que, tal vez por preferencias políticas, debe despacharlo y no lo continúa”, opinó. “Así se desperdician muchísimos recursos y le dan falta de esperanza a la gente”.
Recuperar la confianza
Desde este punto de vista, las iniciativas que buscan generar oportunidades y brindar mejores condiciones de vida a la población -los avances en educación, salud, transporte, inclusión digital, calidad institucional o promoción de la inversión privada y la innovación- no deberían estar atadas al cálculo político o al cortoplacismo de candidatos que, por lo general, solo se escuchan a sí mismos.
Hay en ese sentido una deuda política, además de la social y económica, que se traduce en una pobre participación.
Es una desconexión que resaltó Hasán López, quien participó vía remota desde la oficina del Banco Mundial en La Paz, Bolivia, en momentos en que su país atraviesa una transición política compleja pero que ofrece, sin embargo, la oportunidad de exigir cambios. “Los jóvenes piden que estos gobiernos puedan recuperar la confianza de la población, que no entren en una especie de gobiernos de elite, alejados de la realidad y el contacto con la población y la juventud, y eso significa también no generar en sus discursos un antagonismo innecesario”, dijo.
La mayor cercanía, observó Hasán, debe construirse sobre la base de “más transparencia en los procesos políticos y electorales, que permitan la integración de todos los sectores de la sociedad”.
En ese mismo sentido, Candela Blanco Vecchi, de Argentina, estudiante de la American University de Washington, habló de un “problema de comunicación” entre las sociedades y sus dirigencias. A su juicio, las marcadas desigualdades sociales en América Latina se agravan cuando no existe la posibilidad de debatir las prioridades.
La gente, dijo, “está saliendo a las calles porque quiere ser escuchada, y ese diálogo entre el pueblo y los legisladores es el principal puente que se debe construir”.
Francisco Seminario es comunicador del Banco Mundial
Una herramienta digital para la inclusión social
La argentina Mercedes Bidart, cofundadora y CEO de la plataforma comercial Quipu, fue la única latinoamericana entre los cinco finalistas de la Cumbre Juvenil 2019, la competencia de proyectos que es organizada todos los años por el Banco Mundial y que en esta ocasión llevó el título “Ciudades Inteligentes para un Futuro Resiliente”.
Quipu propone una revolución en pequeña escala, concebida para facilitar el intercambio de bienes y servicios en sectores de bajos ingresos muy a menudo sumidos en la informalidad. Se trata de una plataforma tecnológica en etapa de prueba piloto que ya está funcionando en un barrio marginado de Barranquilla, en Colombia, y que según contó Bidart opera a la manera de un mercado digital de trueque. Es decir, los comerciantes locales y microempresarios, formales o informales, pueden crear allí su perfil, promocionar sus productos e intercambiarlos mediante una moneda virtual propia, o tokens, una unidad de valor que se puede transferir de manera digital.
La plataforma usa una página web y una aplicación y aprovecha la alta penetración de los teléfonos celulares inteligentes en los sectores menos favorecidos. Más aún, fue diseñada junto a la gente de la comunidad de Barranquilla, con la idea de dinamizar el comercio local y ayudar a superar las muchas barreras que impone la informalidad.
Pregunta. ¿De qué manera Quipu sirve como herramienta de inclusión social?
Respuesta. Lo es desde el momento en que empezamos a diseñar la plataforma, porque el diseño de la tecnología se hizo junto a la comunidad, un barrio de viviendas sociales, marginado de la ciudad. Y lo es también porque estamos conectando localmente a vendedores de la economía informal, para que intercambien entre ellos sus productos y servicios utilizando su propio medio de intercambio, que es una especie de trueque con tokens locales. Al insertar esta forma de intercambio contribuimos a darle visibilidad a la economía informal local y podemos darle a los comerciantes información sobre cómo mejorar su negocio y cómo reclamar mejores servicios o acceso a créditos.
P. Hablaste del trabajo junto a la comunidad. ¿Cómo se dio esa colaboración y cuál es tu evaluación?
R. Hicimos una forma de investigación que se llama de acción participativa, en la cual los beneficiarios de la investigación son quienes investigan con uno. Nosotros entrenamos a parte de la gente que vive en estas comunidades para que sean investigadores, hicimos una encuesta, analizamos los datos juntos y empezamos a pensar soluciones. Desde el primer momento sabíamos que el problema era de desarrollo económico, porque viven en espacios marginalizados, pero había una oportunidad por el acceso a tecnología y a smartphones, y porque entre ellos hay una gran identidad y conexión comunitaria. Hace un año empezamos a diseñar esta plataforma comunitaria junto a microempresarios locales y ya está dando sus primeros pasos en este barrio de las afueras de Barranquilla.
P. Proyectos como Quipu parecen mostrar que la iniciativa en innovación social no siempre está en el sector público. ¿Hay una desconexión entre el sector estatal y las necesidades sociales?
R. No creo que haya desconexión sino más bien una falta de flexibilidad y de capacidad de innovación. Lo que nos encontramos es que estamos desarrollando una solución que la gente quiere utilizar porque participó en su diseño. Sí he visto desconexión entre las personas que viven en la informalidad y en espacios de pobreza con los gobiernos locales y la gente que está trabajado en las ciudades, y creo en ese sentido que los jóvenes tenemos la oportunidad de conectar ambos mundos, de diseñar junto a las personas que más lo requieren porque viven en la vulnerabilidad. Venimos con el ímpetu de decir probemos, aunque fallemos. Y creo que algo de esa experiencia se puede llevar a las políticas públicas.
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