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El absurdo de los bloques para entender la política

A la hora de votar, pareciera que los ciudadanos están obligados a optar por uno u otro bando sin importar las diferencias ideológicas, políticas, programáticas y personales de cada uno de ellos

Un votante deposita su papeleta en la urna. / CARLOS ROSILLO
Un votante deposita su papeleta en la urna. / CARLOS ROSILLO

De repente, aprovechando la larga campaña electoral comenzada en las generales y terminada en las europeas, autonómicas y municipales, un nuevo término se ha instalado para analizar la situación política española: bloques. Bloque de derecha, bloque de izquierda -como esos vientos del este y vientos del oeste de la novela de Pearl S. Buck-, en los que por definición quedarían enmarcados los principales partidos del país, independientemente de su voluntad: PP, Ciudadanos y Vox en el primero; PSOE, Podemos y algunas expresiones regionales a la izquierda de la socialdemocracia en el segundo.

Así que, a la hora de votar, pareciera que los ciudadanos están obligados a optar por uno u otro bloque sin importar las diferencias ideológicas, políticas, programáticas y personales de los componentes de cada uno de ellos. ¿Que vota usted a Ciudadanos?, ¿que vota usted al PSOE? Da igual, porque al final no estará apoyando de manera finalista a un partido determinado, sino a un bloque predeterminado.

La consecuencia es empobrecedora para la cultura política y para la práctica política, porque partidos y electores estarían condenados a vivir en universos paralelos sin más conexión que el enfrentamiento de todos los de un bloque contra todos los del otro. Además, su correlato es muy negativo para la gobernación del país en todos los niveles, porque la dinámica de bloques así establecida impediría acuerdos entre fuerzas que son situadas -no que se sitúan a sí mismas- en cada uno de los dos establecidos con compañeros de viaje no elegidos. Y, finalmente, se hace desaparecer de un plumazo el centro político, sea en su expresión de centro-derecha o de centro-izquierda.

Esto de los bloques es, en todo caso, conveniente a los extremos, porque debilita la noción de voto útil y blanquea a alguno de ellos, como VOX, que obtiene billete de primera en el bloque de derecha. En Europa, la dialéctica de bloques ideológicos ha funcionado en pocos países. El ejemplo más paradigmático ha sido Suecia durante décadas, pero hasta la fecha, porque las últimas elecciones generales han demostrado la incapacidad de seguir moviéndose en ese esquema a riesgo de bendecir un gobierno conservador apoyado por la ultraderecha. Tanto, que los partidos más moderados del tradicional bloque de derecha se han saltado sus fronteras para apoyar la reelección del candidato socialdemócrata (o sea, a alguien del otro bloque), decididos a seguir aislando a los populistas.

No digamos ya en la Unión Europea como tal, en la que la gran coalición entre populares y socialistas está a punto de ser sustituida por una alianza entre socialistas y liberales como binomio dirigente de un abanico europeísta en el que también estarán en las grandes decisiones tanto los conservadores como los verdes. O sea, que, si en la UE nunca hubo dos bloques, ahora todavía menos.

Los partidos democráticos deberían hacer un esfuerzo para evitar ser divididos de manera tan simplista y no establecer más cordón sanitario que el aplicable a la extrema derecha 

Por eso sorprende especialmente que en España hayamos regresado a un pasado que nunca existió (los dos bloques) para analizar una situación en la que hay más partidos parlamentarios que nunca. Ni los ayuntamientos, ni las regiones ni la nación son niveles que puedan comprenderse de esa manera. Dicho lo cual, se entiende perfectamente que el primer partido, ganador de todos los comicios celebrados este año, el PSOE, subraye su proyecto autónomo y su capacidad para articular mayorías mirando al centro-derecha y al centro-izquierda, tanto para garantizar un buen gobierno a la ciudadanía como para aislar a VOX, objetivos que deberían ser compartidos por todos los partidos. El caso de la Comunidad de Madrid y de la capital son paradigmáticos en ese sentido.

Alguien escribió una vez que dictadura, ni la del proletariado. Quizás es el momento de decir que bloques, solo en la guerra fría, que incluso tuvo sus no alineados. Lo que significa que los partidos democráticos deberían hacer un esfuerzo para evitar ser divididos de manera tan simplista, no establecer más cordón sanitario que el aplicable a la extrema derecha y recuperar el terreno del diálogo transversal entre quienes representan posiciones más moderadas.

El que de estos últimos no lo entienda y acepte sin más ser embarcado en un bloque terminará pagando un precio muy alto a medio plazo. Entre otras cosas, porque habrá olvidado un concepto mucho mejor que el de bloque: el de hegemonía, es decir, la legítima ambición de un partido por conseguir en democracia que una mayoría más allá de la propia frontera ideológica o representatividad socioeconómica acepte consensuadamente el proyecto que representa como el mejor posible para todos en un momento dado, aunque no lo aplique en solitario.

* Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas y ex eurodiputado

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