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Opinión / SANTIAGO CARBÓ VALVERDE
Columna
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Líneas interpretativas del empleo

Los cambios son necesarios, pero solo en las partes que no funcionan

Santiago Carbó Valverde
Un grupo de trabajadores realizan diversas tareas en las calles de Valladolid.
Un grupo de trabajadores realizan diversas tareas en las calles de Valladolid.EFE
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En las artes y muchas disciplinas científicas se prodigan las líneas interpretativas. Contribuyen a la discusión y, en algunos casos, a crear escuela. También generan vicios que solo nuevas líneas interpretativas pueden superar. Con el empleo ocurre que la interpretación de los datos es en ocasiones volátil y poco sustentada. Hace unos días se dijo que la EPA del primer trimestre había sido mala. Sin embargo, si se analizaban los datos desestacionalizados (corregidos de factores que no tienen que ver con la tendencia), el paro no solo no subía, sino que descendía. Sería conveniente que para este tipo de información los institutos de estadística ofrecieran los titulares con cifras desestacionalizadas. Siempre habrá tiempo para que las mentes interesadas traten de sacar convenientes análisis de datos menos filtrados.

Con los datos de paro registrado del lunes conviene hacer el mismo ejercicio. Se hablaba de cifras históricas para un mes de abril en el que los afiliados a la Seguridad Social alcanzaron los 19,23 millones. El aumento de cotizantes en abril fue de 186.785. Corregido de efectos estacionales, el incremento también fue considerable (52.192 nuevos afiliados). El paro disminuyó (con efecto Semana Santa incluido) en 91.518 personas y, de nuevo, con la corrección estacional, también cayó, en 19.136. Así, la tendencia parece positiva. España poco a poco recupera los niveles de desempleo precrisis. Queda faena, no obstante.

La reducción del desempleo no obvia preocupaciones sobre las instituciones laborales. Unas compartidas internacionalmente y otras más específicas de España. Entre las primeras son muchas las jurisdicciones donde el paro no es que baje, sino que se encuentra en mínimos, pero en las que los datos ofrecen, recurrentemente, una inquietante dualidad: cae el desempleo y los salarios permanecen estables. Esto permite a estas economías, entre otras cosas, crecer sin crear excesiva inflación (frecuentemente, al menos, por debajo de la esperada), pero con proliferación de salarios modestos o precarios. Tiene que ver con cambios de paradigma productivo (digitalización), pero también con modelos de gestión del mercado de trabajo que tendrían que revisarse. Todo esto genera inquietud entre los bancos centrales, atrapados en su experimento monetario. Es parte inequívoca del descontento social que no parece compatible con un paro tan bajo.

Entre los debates propios, el de las remuneraciones en España. Aun siendo fundamental apostar por la productividad como referencia salarial básica, los niveles del salario mínimo deben responder también a una base digna de sustento social. No he terminado de entender las críticas a la subida del SMI. Resulta poco creíble, además, que en otros países con un SMI mayor los salarios se expliquen solo por productividad. También en nuestro país vuelven peticiones que no parecen tener mucho sentido, como derogar la reforma laboral. Los cambios son necesarios, pero solo en las partes que no funcionan. Queda por ver cómo resiste este nuevo edificio de empleo cuando las cosas se vuelvan a poner mal.

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