“Estamos cambiando el funcionamiento elemental del planeta”
El investigador Miguel B. Araújo estudia cómo el cambio climático afecta a la biodiversidad y trabaja en modelos que predicen el impacto humano en la naturaleza
Manuel B. Araújo (Bruselas, Bélgica, 1969) explica que su especialidad, la biogeografía, surge de una pregunta muy antigua: ¿Por qué los seres vivos están distribuidos como están? “Es decir, ¿por qué, por ejemplo, los canguros no han habitado nunca la península Ibérica?”, ilustra el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, recientemente galardonado con el Ernst Haeckel Prize de la Federación Europea de Ecología por su trabajo sobre los impactos del cambio global en la biodiversidad. “La respuesta es compleja, pero parte de ella tiene que ver con el clima. Tratamos de relacionar la distribución de las especies con parámetros medioambientales, tanto futuros como pasados”. Reflexivo y “medianamente optimista” con la deriva planetaria, Araújo avisa de que siempre hubo fenómenos climáticos, pero ninguno como este: “La diferencia es el agente de cambio, el hombre. Es la primera vez que una especie altera con esta intensidad el clima”.
Pregunta. ¿Cuánto importa que aumente un grado más o menos la temperatura global?
Respuesta. Muchísimo. No creo que cumplamos el acuerdo de París [que persigue que el aumento de la temperatura de aquí final de siglo se mantenga entre 1,5 y 2 grados respecto a niveles preindustriales]. De hecho, lo último en lo que estamos trabajando es en establecer puntos de inflexión, que consiste en entender cuáles serían las consecuencias en la biodiversidad con un grado más, uno y medio más o dos más, por ejemplo. Los procesos, como pasa por ejemplo con la edad, tienen hitos, momentos, que nos transforman notablemente. Lo mismo sucede con la naturaleza. Estamos viendo cómo un ambiente desértico se convierte en uno árido, con sus nuevas especies, estructuras y servicios, cuando las precipitaciones anuales pasan de 135 mm a 136 mm. El clima tiene un determinismo muy grande en la estructuración de los sistemas. Hasta ahora hemos asumido una gradualidad en los cambios y no es así.
“Aumentarán la frecuencia y duración de los eventos extremos: las olas de calor podrán durar un mes”
P. ¿Hasta dónde podemos predecir el impacto del cambio climático?
R. Trabajamos en modelos con vista a 100 años. No tenemos ni idea de qué pasará dentro de 3.000 años, ahí solo podemos especular. El futuro inmediato ya conlleva retos muy grandes. No solo aumentarán los valores medios de la temperatura. También la frecuencia y duración de los eventos extremos: las olas de calor podrán durar un mes según nos aproximemos al final del siglo. Evitarlo pasa, dentro de lo posible, por no aumentar más el grado de concentración de CO2 en la atmósfera. Estamos en unas 400 partes por millón, el récord en 380.000 años, más o menos. No hay en la historia una concentración tan grande como la de hoy.
P. Entonces el mundo no acabará en 100 años, como a veces oímos.
R. No, nuestros nietos no van a morir por un desastre climático mundial. Pero sí está claro que mis hijos van a vivir en un mundo distinto al que yo he tenido. Y mis nietos van a sufrirlo. Van a sufrir las consecuencias de lo que estamos haciendo ahora. Ahora bien, la humanidad tiene los medios para adaptarse.
P. ¿Qué se puede aprender de los sucesos climáticos del pasado?
“A mayor altura, las plantas dejan de competir y pasan a ayudarse”
R. El pasado no es un análogo del futuro. Decía Mark Twain que la historia no se repite pero rima, y a nosotros nos interesa entender estas rimas. El clima determina la distribución de la vida, pero no es una relación perfecta. Hay error, sobre todo si lo proyectamos hacia el futuro. Entonces tenemos que tener la seguridad de que el clima es el factor último, y puede no serlo siempre. Pero lo ocurrido sirve de laboratorio para testar predicciones y comprender las distribuciones futuras. No es un test perfecto, pero es lo mejor que tenemos muchas veces.
P. Según sus estudios, ¿qué especies se verán más afectadas por el cambio climático?
R. A nivel global, estamos ejerciendo una presión selectiva que afecta a las especies de baja reproducción y gran tamaño. También sobre las especializadas, como el lince, que depende al 95% del conejo. Es muy poco común encontrar ya animales tan dependientes de otros. Esos son los que van primero. Hay una simetría en el grado de amenaza y extinción. Con las tropicales, otro de los grupos más vulnerables, tenemos el problema de la destrucción de hábitat. A diario se eliminan hectáreas y hectáreas de floresta. Y son comunidades con una distribución muy estrecha: en un pequeño bosque tropical encontramos centenares de especies que solo existen ahí. Son regiones excepcionales que hacen de cementerios, museos y cunas: allí mueren especies, se conservan otras antiquísimas y nacen nuevas. Una de las primeras preguntas de la biogeografía, formulada por los naturalistas que colonizaron esas tierras, es que por qué hay tantas especies en esas latitudes y, comparativamente, tan pocas aquí. Todavía no tenemos una respuesta categórica.
P. Usted habla de la cooperación entre especies ante el cambio climático como una de las fronteras del conocimiento.
R. Es fascinante. Uno de los resultados más interesantes que se publicaron a ese respecto es un gradiente de altitud. Se demostró que en bajas altitudes las comunidades de plantas compiten por los recursos y se autoexcluyen en la medida de lo posible. Pero, a mayor altura, las mismas plantas dejan de competir y pasan a ayudarse. A mayor adversidad, el patrón de segregación deja de existir y se aglomeran. Se protegen del frío, del viento. Te puedes preguntar: ¿las plantas piensan? No, no tienen un cerebro. Pero sí son entidades biológicas y responden a las presiones. El resultado es un mutualismo, una atracción. Les permite vivir en comunidad en lugares donde no podrían hacerlo solas.
“Es más barato cambiar el modelo productivo que adaptarse al cambio climático”
P. ¿Se avecina una gran extinción?
R. La extinción de especies actual empieza cuando el humano cambia los ciclos geoquímicos de la atmósfera y las corrientes oceánicas. Estamos cambiando el funcionamiento elemental del planeta. Eso se añade a todos los impactos anteriores, al acumulado. Si eres un animal que se tiene que adaptar al cambio climático ya no tienes todo el planeta disponible. Tienes unas áreas protegidas, pero para llegar a ellas necesitas atravesar carreteras, campos agrícolas, ciudades. O, en el peor de los casos, directamente careces de hábitats a los que ir.
P. De lo que explica se deduce que el hombre es la criatura más depredadora de la Tierra. ¿Sobreviviremos?
R. Es una especie muy exitosa que puede llegar a morir de su propio éxito. Hemos sobrevivido a cambios climáticos en el pasado. Atravesamos a una edad de hielo que era muy adversa y no teníamos la tecnología actual. Pero una cosa es sobrevivir y otra el mundo en el que vamos a vivir en el futuro, si es el que queremos. Vamos hacia un escenario en el que pagaremos un coste de adaptación muy elevado y también un coste en calidad de vida.
P. ¿Qué sale más caro: adaptarse a lo que viene o cambiar radicalmente?
R. Las cuentas están hechas y la adaptación es carísima. Mucho más que cambiar el modelo productivo a una economía menos basada en la utilización de combustibles fósiles. Obviamente no son las mismas personas las que van a pagar el coste, hay una distribución de responsabilidades que es distinta. Pero, ¿cuánto cuesta cada huracán que pasa por Estados Unidos? Una barbaridad.
P. Existen líderes que siguen negando la urgencia de afrontar el cambio global.
R. La realidad tiene una forma muy peculiar de imponerse, como decía Obama. El mundo ya es consciente de que hay que actuar. Hay contradicciones, como el hecho de que Estados Unidos se salga del acuerdo de París. Trump dijo una vez que no dudaba de que el cambio climático existiera ni que los humanos estuviéramos detrás de él. Pero afirmó que era muy caro mudar el sistema económico y que su país iba a salir perjudicado. Creo que son contradicciones propias de una máquina que está empezando a andar y aún traquetea. Es algo muy nuevo y tiene consecuencias muy grandes. Y hay ganadores y perdedores, que no es que estén impidiendo el camino, porque no hay vuelta atrás, pero sí están retrasándolo. Unos pierden más que otros y, como muchas especies, se resisten.
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