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Rodrigo Rato, un símbolo del poder que ha terminado entre rejas

El ingreso en prisión de Rodrigo Rato cierra el capítulo más amargo de un partido que acumuló durante dos décadas un inmenso poder institucional

Rodrigo Rato entra en la cárcel de Soto del Real. En vídeo, Rato compartirá cárcel con varios compañeros de partidoFoto: atlas | Vídeo: ULY MARTIN | ATLAS

Uno de los políticos que más poder atesoró en la historia reciente de España ha ingresado en la cárcel por corrupción. Con Rodrigo Rato entre rejas se cierra un capítulo principal de la crónica negra del PP, el partido que durante las dos últimas décadas acumuló un inmenso poder institucional con el que fabricó un mosaico de intereses delictivos.

La formación conservadora que ha ganado cinco de las siete últimas elecciones generales en España —1996, 2000, 2011, 2015 y 2016— muestra hoy una fachada ruinosa por los arañazos mortales de la corrupción.

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Rodrigo Rato es el último de los dirigentes del PP que ha caído. Es un borrón más en el balance siniestro de la deshonra de un partido, pero es el más relevante de todos ellos. Es el titular mayúsculo de un relato plagado de graves sucesos desde que José María Aznar llegase al poder en 1996. Para entonces, el partido que presidía desde 1989 ya coqueteaba entre bambalinas con la corrupción subterránea.

Manejaba una caja b desde al menos 1990 alimentada por constructores y contratistas públicos. Esas donaciones ilegales sumaron más de ocho millones de euros en negro que sirvieron para financiar actos electorales, costear obras de reforma en su sede o pagar sobresueldos opacos a algunos de sus dirigentes.

La victoria de Aznar en las elecciones generales de 1996 llegó precedida de éxitos incontestables en los comicios municipales y autonómicos de 1995. La nómina del PP se llenó de presidentes, alcaldes y cargos públicos. Era un gigantesco equipo encargado de administrar presupuestos multimillonarios sin apenas control de la competencia. Su único adversario, el PSOE, golpeado por la corrupción tras largos mandatos, apenas podía respirar entre cenizas. La ceguera del éxito y la confianza de un poder inmenso sin enemigos a la vista infectó a la formación conservadora de las peores prácticas.

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Un solo empresario, Francisco Correa, colonizó el PP para explotar sus riquezas de partido gobernante. Durante casi una década, Correa sobornó a numerosos dirigentes a cambio de contratos amañados en comunidades y ayuntamientos. Con parte de sus ganancias, financió actos electorales como pago por los favores recibidos, y se lució en la boda de la hija del amo, José María Aznar, con un regalo especial (más de 30.000 euros en el montaje de la fiesta que siguió a la ceremonia).

El cabecilla de la trama Gürtel amasó una fortuna gracias a los gobiernos del PP en Madrid y la Comunidad Valenciana. Su estrategia empresarial tuvo unas consecuencias demoledoras en el partido del que se servía. Presidentes autonómicos, alcaldes, concejales y otros cargos menores sucumbieron a la acción de policías, fiscales y jueces; acabaron imputados por las evidencias de sumarios interminables que detallaban todas las modalidades del pillaje institucional y acreditaban el enriquecimiento ilícito de los dirigentes del PP.

Pese a esta losa de descrédito, Mariano Rajoy y su partido resucitaron en las urnas de 2011 gracias al desplome del PSOE, aniquilado por una crisis que hundió a España. Con el poder recuperado, la corrupción se convirtió en un lastre con el que la formación conservadora intentó sobrevivir.

Los papeles de Bárcenas

EL PAÍS publicó el 31 de enero de 2013 los papeles de Bárcenas, el tesorero que conoció y escribió en un cuaderno las miserias contables del partido. Todas las vergüenzas de 20 años de financiación ilegal en el PP quedaron al descubierto.

Rajoy intentó enterrar aquel pasado humillante con groseras maniobras, pero su plan de huida terminó con una sentencia de graves consecuencias. El presidente dejó la vida política; su partido perdió el Gobierno y se quedó sin crédito. El tesorero nacional, Luis Bárcenas, fue condenado a 33 años de cárcel.

Pese a la sentencia del caso Gürtel, otros símbolos del poder del PP cayeron en la misma tentación de enriquecerse con sus cargos públicos. En Madrid, los dos apoyos principales de Esperanza Aguirre, Ignacio González (primero vicepresidente y presidente autonómico después) y Francisco Granados (consejero, secretario general del PP-Madrid y senador), se pasaron un tiempo en la cárcel por nuevas componendas corruptas y esperan angustiados a su juicio final.

En Valencia, medio Gobierno de Francisco Camps terminó imputado, procesado o encarcelado por idénticas prácticas.

El ingreso en prisión de Rato es el último episodio de este relato amargo de un partido malherido. El preso Rodrigo Rato era el símbolo del milagro económico que su partido enarboló para cosechar votos, poder y hegemonía; fue el vicepresidente económico que todo lo pudo y que aspiró como ningún otro a la sucesión de José María Aznar; se convirtió en el primer español que dirigió el Fondo Monetario Internacional aunque dio la espantada a mitad de mandato; sucumbió como presidente de Bankia, un frankestein financiero que empujó a España al borde de la quiebra; y fracasó como empresario al intentar burlar al fisco y quedar atrapado en su propio laberinto de sociedades pantalla.

Antes de entrar en prisión, Rato se paró frente a los periodistas que han seguido sus pasos para pedir perdón a la sociedad. El partido que le consideró el hombre del milagro económico español aún no lo ha hecho.

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