¿Pleno empleo? Los problemas continúan
Pese a los mínimos de paro en EE UU, Reino Unido y Alemania, la desigualdad y los puestos de baja calidad amenazan con eternizarse también en los países más ricos
“El paro está en su mínimo desde hace más de 48 años. ¡Grandes noticias para los empleados y TRABAJOS, TRABAJOS, TRABAJOS!”, tuiteaba un eufórico Donald Trump en marzo.
A primera vista, el presidente de EE UU tiene motivos para descorchar el champán. La tasa de desempleo en su país, por debajo del 4%, hace historia al arrastrarse por los suelos: en los últimos 60 años solo ha habido un periodo —a finales de los sesenta— en el que el porcentaje se mantuviera tan bajo por un periodo prolongado. No es un caso aislado. Theresa May puede vanagloriarse de que, pese a las incertidumbres del Brexit, el paro en Reino Unido está ahora en el menor nivel desde 1975. Alemania, con la tasa más baja desde la reunificación y con dificultades para encontrar mano de obra cualificada, exhibe unas cifras de ensueño. Y Japón, con un porcentaje de desempleados que en mayo cayó al 2,2%, también toca mínimos inexplorados en más de un cuarto de siglo.
¿Son estos indicadores excepcionales la muestra de que la crisis que comenzó hace una década ha pasado a mejor vida, al menos en las grandes economías occidentales? Y, quizás más importante, ¿pueden los trabajadores celebrar los éxitos de un mercado laboral cercano al pleno empleo? No exactamente.
Porque la exuberancia de estas cifras —en la eurozona, el paro también mejora: el 8% de los 19 países es el mínimo desde 2008; al igual que el 15% de España— esconde una realidad con claroscuros. Los datos sobre retribuciones, trabajo temporal, empleados pobres o población en riesgo de exclusión no han ido mejorando al mismo ritmo. Y muchos economistas se preguntan si la tasa de paro ha perdido fuerza como el principal indicador de la salud del mercado laboral.
“Hace tiempo que somos muy críticos con la tasa de paro, porque no refleja variables como los desanimados que han dejado de buscar empleo por las malas condiciones”, explica el investigador de Fedea Florentino Felgueroso. A la hora de desentrañar las cicatrices de la crisis, este doctor en Economía insiste sobre todo en la menor duración de los contratos —de un mes, una semana o incluso de unas horas— creados durante la recuperación de la Gran Recesión, un factor que impacta directamente en las menores rentas de los empleados. “La menor duración de los contratos es un fenómeno global que ha llegado para quedarse. Tiene que ver con las nuevas tecnologías, que posibilitan la existencia de estos contratos. Y los sistemas productivos se están adaptando, con fenómenos como la uberización de la economía”, continúa Felgueroso.
La cada vez menor porción de tarta para los empleados viene de lejos: según el FMI, la participación en los ingresos de los trabajadores ha pasado de superar el 50% de la renta total a principios de este siglo a menos del 40% en 2015. Esta tendencia decreciente comenzó ya a mediados de los años setenta del siglo XX.
La débil subida de los salarios estuvo la semana pasada entre los temas estrella de la reunión que banqueros centrales y demás mandarines de las finanzas celebran cada año en Jackson Hole (EE UU). ¿Por qué ni salarios ni precios crecen más con una tasa de paro tan baja, tal y como deberían hacer según la teoría económica tradicional?
Menos poder negociador
De ello habló Alan Krueger, antiguo presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Obama, que pidió al Gobierno atajar el cada vez menor poder negociador de trabajadores y sindicatos al tiempo que aumenta el de las grandes compañías. Como ejemplo, Krueger dijo que uno de cada cuatro asalariados estadounidenses han firmado restricciones que le impiden trabajar para la competencia, dificultando su capacidad para buscar mayores salarios. Y destacó que el salario mínimo en EE UU se ha mantenido invariable en los últimos diez años en 7,25 dólares la hora (6,25 euros), y que, en términos reales, desde 1979 ha caído el 20%.
El porcentaje de trabajadores pobres se ha duplicado en Alemania desde 2005. Al hablar de las heridas de desigualdad que deja la crisis, Sara de la Rica, catedrática de la Universidad del País Vasco, distingue tres tipos de países: España, Alemania y los anglosajones. En el primero, el golpe fue especialmente duro para quien perdió su empleo. “Muchos no han podido encontrar otro y las condiciones de los que lo han hecho suelen ser mucho peores. Aquí, la brecha de desigualdad se agrandó entre los que mantienen su puesto y los que no”, explica.
En Alemania, en cambio, el ajuste se centró en el número de horas trabajadas: se despide poco, pero las empresas que más sufren acuerdan recortes de horas (y salario). “Por tanto, también ha crecido la desigualdad aunque el paro no”, añade De la Rica. Finalmente, en EE UU o Reino Unido las condiciones laborales se ajustan mucho más rápido: tanto en periodos recesivos como en los de crecimiento. “Allí, el desempleo subió mucho pero se recuperó rápidamente. La desigualdad se genera sobre todo por los trabajadores que no pierden el tren del progreso y la innovación”, concluye.
Trump celebra ahora los triunfos por un paro que no deja de caer. Pero él mismo criticaba este indicador en 2012, cuando tan solo era un multimillonario habitual de los programas de telerrealidad y crítico furibundo del presidente Obama. “La tasa de paro solo baja porque más gente está fuera del mercado laboral y ha dejado de buscar empleo. No es una recuperación real. Cifras mentirosas”, escribía entonces en Twitter.
Alemania busca 1,2 millones de empleados
Visto desde España, en Alemania ocurre algo parecido al mundo al revés. Allí el problema lo tienen aquellos que buscan trabajadores para sus fábricas. Los empresarios de diversos sectores llevan tiempo quejándose de las dificultades para llenar sus plantillas. Las estimaciones de puestos vacantes varían de un estudio a otro, pero superan de largo el millón. Según el Instituto IAB de Núremberg hacen falta 1,2 millones de personas para cubrir todos los puestos. La Asociación de Cámaras de Comercio e Industria de Alemania elevaba esta cifra hace pocos meses hasta los 1,6 millones. Y el agujero tiende a crecer.
La falta de personal tiene efectos contantes y sonantes en la economía alemana. Los empresarios alertan de que la falta de personal reduce el potencial de crecimiento de la economía y su nivel de inversión. Los 2,3 millones de parados que, según las estadísticas oficiales, había en Alemania el pasado mes de julio, suponen la cifra más baja desde que la RDA se disolviera en la RFA en 1990.
Una de las sorpresas positivas vividas últimamente por el mercado laboral alemán es una integración mejor de la esperada de la oleada de refugiados que llegó sobre todo en 2015 a raíz de la crisis migratoria. Los datos presentados recientemente por la Agencia Federal del Empleo muestran que más de 300.000 iraquíes, afganos sirios y ciudadanos de otros países han encontrado un puesto de trabajo. “La integración marcha muy bien”, dijo a la agencia DPA a finales de agosto el presidente de la Agencia, Detlef Scheele, que admitió que sus expectativas se habían visto superadas por la realidad.
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