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Columna
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Apuntes desde una república mantequillera

Dinamarca muestra que la globalización puede ser igualadora, tanto en lo social como en lo económico

Ciclistas en una calle de Copenhague.
Ciclistas en una calle de Copenhague. Julia Davila-Lampe (Getty Images)

Sigo de vacaciones, y me encuentro en Dinamarca. Me apena decirlo, pero soy tan terriblemente friki que en lugar de pensar en Shakespeare, mis pensamientos se han dirigido a... la economía. Y es que la historia de Dinamarca, diría yo, es de considerable interés para todos nosotros.

Dejemos claro que no soy en absoluto experto en la economía danesa. Solo sé lo que he leído y lo que puedo extraer de bases de datos de fácil acceso. De modo que se trata solo de usar Dinamarca como un espejo en el que pueda mirarse el resto del mundo. Pero es un espejo interesante. Hay, en concreto, dos lecciones que pienso que este país puede enseñarnos: un esperanzador relato de la globalización, y otro también esperanzador acerca de las posibilidades de crear una sociedad decente.

Vale que, como dicen en La vida de Brian, es una metáfora, que no hay que tomarse literalmente: la bendición se extiende a todos los fabricantes de productos lácteos. Y desde luego ha funcionado en el caso de Dinamarca. Durante la creación de la primera economía global, la que posibilitaron los ferrocarriles, los barcos de vapor y los telégrafos, el mundo pareció bifurcarse entre las naciones industriales y los productores de materias primas agrícolas que les proporcionaban alimentos. Y los países agrícolas, aunque al principio se enriqueciesen —Argentina, por ejemplo— aparentemente acabaron quedándose con la peor parte del trato, convirtiéndose en repúblicas bananeras, política y económicamente paralizadas por esta función.

Pero Dinamarca no se convirtió en una república bananera, sino mantequillera. Los barcos de vapor y las máquinas que separaban automáticamente la nata permitieron a Dinamarca convertirse en un enorme exportador de mantequilla (y carne de cerdo) a Reino Unido, lo que a su vez desembocó en una impresionante prosperidad justo antes de la Primera Guerra Mundial. Un aspecto interesante de este auge exportador es que, en cierto sentido, era una producción con valor añadido, como las exportaciones de las economías en desarrollo actuales que dependen de insumos importados, excepto que en el caso de Dinamarca fueron las importaciones de alimentos para animales desde Norteamérica las que ayudaron a proporcionar una ventaja crucial.

Lo bueno es que esta orientación agrícola no fue un callejón sin salida. Por el contrario, sentó las bases para unos excelentes resultados a largo plazo. Y en el caso de Dinamarca, la globalización parece haber sido igualadora, tanto en el aspecto político como en el económico: en lugar de fomentar el dominio de multinacionales extranjeras o de terratenientes autóctonos, condujo a un predominio de las cooperativas rurales.

¿Por qué ha sido tan feliz la historia danesa? Quizá los daneses hayan tenido suerte con el producto en el que resultaron tener una ventaja comparativa. Además, al igual que los países asiáticos que lideraron la primera oleada de crecimiento de los países en desarrollo, llegaron a la globalización con una población bien formada. Y quizá tuvieran también la suerte del comportamiento ilustrado de sus élites. En cualquier caso, no estoy proponiendo la lección universal de que la globalización es maravillosa para todos, sino todo lo contrario. La cuestión es que los resultados dependen de los detalles: un país puede producir productos agrícolas, ser "dependiente" de acuerdo con la mayoría de las definiciones, y sin embargo utilizarlo como base para una elevación permanente al primer mundo.

Y en el mundo de hoy, Dinamarca se las apaña para estar muy abierta al comercio mundial y al mismo tiempo disfrutar de niveles de desigualdad muy bajos antes y después de la redistribución. La globalización no tiene por qué estar en conflicto con la justicia social. Y hablando de eso... en EE UU unos cuantos de la derecha, y otros que se declaran centristas, parecen totalmente desconcertados por el ascenso de políticos que se proclaman socialistas. Pero el ascenso era predecible y se predijo.

Esto es lo que ha ocurrido: la derecha lleva décadas intentando censurar cualquier intento de limar algunas de las asperezas del capitalismo, ya sea mediante garantías sanitarias, ayudas económicas, o cualquier otra cosa, al grito de "socialismo". Era de esperar que, antes o después, los ciudadanos considerasen que si cualquier intento de reducir la dureza de nuestro sistema es socialismo, pues entonces ellos son socialistas.

Lo cierto es que hay pocas personas en EE UU que quieran que el Estado se apodere de los medios de producción. Lo que quieren es socialdemocracia: el tipo de garantías de atención sanitaria, protección contra la pobreza, etcétera, que casi todos los demás países avanzados proporcionan. Podría decirse que Dinamarca, donde la recaudación fiscal asciende al 46% del PIB, frente al 26% de Estados Unidos, es el país más socialdemócrata del mundo. Según la teoría conservadora, la combinación de unos impuestos elevados y las ayudas a gorrones debe sin duda eliminar los incentivos para crear empleos y por supuesto para aceptarlos. De modo que Dinamarca tiene que sufrir por fuerza un desempleo masivo, ¿no?

No. Los adultos daneses tienen más probabilidades de estar empleados que sus homólogos estadounidenses. Trabajan menos horas, aunque eso bien puede ser una opción para mejorar el bienestar. Pero lo que Dinamarca demuestra es que se puede tener un Estado del bienestar mucho más generoso que el de EE UU y aun así disfrutar de una economía muy próspera.

Aunque los resultados de Dinamarca a largo plazo han sido muy buenos, no le ha ido tan bien desde la crisis de 2008, con una caída sustancial del PIB per capita, de la que luego ha necesitado mucho tiempo para recuperarse. En concreto, Dinamarca se ha quedado muy por detrás de Suecia. Copenhague no está en el euro, pero a diferencia de Suecia, su moneda está vinculada al euro. De modo que ha compartido los problemas de la eurozona. Dejando a un lado la cuestión general de los regímenes de tipos de cambio, esto es un recordatorio de que la microeconomía es distinta de la macroeconomía. Se pueden hacer grandes cosas en el frente microeconómico y aun así cargarse la política monetaria.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2018

Traducción de News Clips.

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