Crecimiento moderado
La evolución de los beneficios de las empresas no engaña. La recesión hace años que quedó atrás, los grupos empresariales siguen aumentando los beneficios y las expectativas son razonablemente buenas —si no media algún cisne negro de Trump—, tan buenas como para remontar las dificultades de tipo de cambio en Latinoamérica o algunas consecuencias, por el momento leves, de la persistencia de un precio elevado del petróleo que, para algunas compañías, es fuente de ingresos. Lo que está en la agenda puede ser un problema a medio plazo, pero no el año próximo. Por ejemplo, el fin de la política monetaria expansiva puede tensar el problema de la financiación pública, pero la inercia del tipo medio de los intereses de la deuda española evitará dificultades a corto; y, en todo caso, los bancos, sin ir más lejos, agradecerán una subida de tipos.
La cuestión es que se aproxima una desaceleración. En la economía española esto es más que evidente. De hecho, la economía española está creciendo en el segundo trimestre a una tasa anual del 2,7%, tres décimas por debajo del crecimiento del primero. Las advertencias de los organismos internacionales empiezan a cumplirse. Sería excesivo decir que el modelo económico que ha permitido a España salir de la crisis (ajuste presupuestario, depresión de salarios, precariedad del empleo) está agotado, pero lo que sí parece cierto es que ha rendido sus mejores servicios. Sería deseable reformarlo; de hecho, debió hacerse al menos dos años antes. Para las empresas es conveniente tener en cuenta además que el turismo también desacelera. Las causas de este fenómeno se conocen (citemos, por ejemplo, la vuelta al mercad turístico de países marcados anteriormente por la inestabilidad política); pero lo que importa es la capacidad del turismo para multiplicar la inversión y el consumo. A dos años vista, los factores que expandían el crecimiento estarán menos presentes.
Pero cualquier desaceleración debería quedar compensada por los ajustes financieros de las empresas. Lo que dicen las cuentas de resultados es que las empresas españolas han realizado un gran esfuerzo para reducir la deuda. Por lo tanto, sus condiciones generales en los mercados son mejores y, además, permiten disponer de un margen holgado para cubrir una eta de menor crecimiento de la demanda.
Pero hay oto factor al que se suele prestar bien poca atención. La estructura empresarial española establece una gran distancia entre las grandes empresas y las pequeñas; también entre las que cotizan en Bolsa y la que no. La consecuencia evidente es que no se pueden establecer análisis genéricos que sirvan para todas ellas. Por ejemplo, podría sostenerse sin apenas riesgos que la reforma laboral a beneficiado a todas las empresas, sea cual sea su tamaño o fuente de financiación; pero mientras para las grandes ha supuesto apenas algo más que una ventaja, para las medianas y pequeñas ha significado la supervivencia. Y esta circunstancia lleva una y otra vez a una conclusión que, después de varios pasos argumentales, podría concluir así: las empresas españolas dependen en demasía de los llamados vientos de cola. Son demasiado vulnerables a las condiciones externas y, en el caso de las cotizadas, la debilidad no es menor puesto que en algunos casos dependen de situaciones incontrolables en el exterior.
El punto débil es el tamaño. El minifundio empresarial aumenta la vulnerabilidad, en tanta o mayor medida que el petróleo, el euro o la inestabilidad política. Es el problema propio de la economía española que amplifica los que proceden de fuera.
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