Tractores forjados en la crisis argentina
Los empleados de Pauny alquilaron la empresa cuando quebró; hoy tienen un 21% del mercado
Pauny es hija de la crisis argentina de 2001. Nació sobre las ruinas de Construcciones Metalúrgicas Zanello, una histórica empresa familiar de la industria nacional de tractores que quebró en medio del derrumbe económico del país. Cuatro meses después del cierre de la compañía emblema de Las Varillas, una localidad de la provincia de Córdoba (centro), los empleados alquilaron la planta para ponerla en marcha ellos mismos. El objetivo era mantener la que consideraban su única fuente de empleo posible en el lugar. Pero hicieron mucho más que mantenerse a flote: el número de vehículos fabricados creció de 250 en el primer año a un récord de 2.050 unidades en 2017, lo que representó el 21% de los tractores vendidos en el país y una facturación de unos 107 millones de euros.
“La empresa nunca dio pérdidas y en 2017 fue líder en ventas por cuarto año consecutivo”, asegura Raúl Gial Levra, presidente de Pauny y ex gerente general de la desaparecida Zanello. El despegue del sector agroexportador después de la crisis argentina de principios de siglo fue determinante para el éxito de la nueva marca. “Con la devaluación [del peso argentino] de 2002 los productores se encontraron con un dinero que no esperaban y eso, sumado a que había mucha desconfianza en los bancos, hizo que invirtieran en maquinaria”, recuerda Gial. El crecimiento se mantuvo en los años siguientes con la tracción de los altos precios de las materias primas, sobre todo de la soja, y el atractivo de un producto “con una buena relación entre el precio y la prestación que ofrece en cuanto a su potencia, su capacidad hidráulica y su versatilidad”, en la descripción de Gial de los tractores amarillos que fabrica Pauny.
La sequía y los problemas financieros del país frenan las previsiones para 2017
La actividad en la planta de Las Varillas resurgió en una época de Argentina en la que crecían como hongos las llamadas “empresas recuperadas”, las fábricas gestionadas por los operarios tras la quiebra de sus antiguos empleadores. Pero el caso de Pauny no termina de encajar en esa categoría. La nueva firma no adoptó el característico formato cooperativo sino que se constituyó como una sociedad anónima. Cuatro ex altos directivos de la anterior empresa, entre los que está Gial Levra, son sus accionistas principales, mientras que una cooperativa de trabajadores tiene el 25%. La red de concesionarios y el Municipio de Las Varillas poseen, a su vez, un 1% del capital cada uno.
Durante el primer año de la empresa, el Estado pagó una parte del sueldo de los empleados. El plan era que la planta fabricara ocho tractores mensuales, pero al cerrar el ejercicio habían producido más del doble. “Las ventas crecían y empezamos a pensar en comprar la fábrica”, cuenta Gial. Entonces, en una subasta de 2004 adquirieron los activos de la firma quebrada gracias a un crédito a 10 años de una entidad vinculada al estatal Banco Nación. “Fue una decisión política del Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) porque no teníamos una garantía para conseguir el monto necesario”, afirma el presidente.
En la planta de Las Varillas, donde emplean a 550 personas, Pauny tiene su propia fundición para la producción metalmecánica y fabrica las cajas de velocidad de los vehículos. En la vecina provincia de Santiago del Estero, más al norte, opera desde 2006 una fábrica de plástico reforzado con fibra de vidrio, donde se hacen el capó y otros componentes de ese material. Allí trabajan otros 60 operarios. “Pauny es la empresa de tractores con la mayor integración de producto argentino dentro de sus unidades: entre el 55% y el 80%, según el modelo”, destaca Gial. El principal componente importado es el motor de los vehículos.
En marzo de este año, abrieron una planta de ensamblaje de partes en Paraguay, uno de los países de la región a los que comenzaron a exportar este año. Tener una última etapa de la producción en el país vecino era una condición para que la empresa pudiera otorgar buena financiación a los clientes locales, explica Gial. “En los últimos años el valor del dólar nos ha permitido ser más competitivos en el extranjero. Por el momento hicimos exportaciones puntuales a Paraguay, Uruguay y Ecuador, pero buscamos que lleguen a ser el 20% de la facturación”, afirma.
Lazos con Venezuela
Pauny tuvo en el pasado una etapa exportadora intensa y breve que alcanzó su pico entre los años 2008 y 2010, cuando vendió unos 1.000 tractores a Venezuela. Obedeció a razones más políticas que de mercado, tras un acuerdo firmado por los gobiernos de Kirchner y Hugo Chávez (1999-2013) para intercambiar combustible del país caribeño por maquinaria y otros productos argentinos. Las ventas declinaron a medida que se agravó la escasez de divisas en Venezuela y terminaron por extinguirse.
Han abierto una planta en Paraguay y aspiran a que el 20% de los ingresos sean exportaciones
En 2018, además de poner un pie en Paraguay, la empresa invirtió unos cuatro millones de dólares en maquinaria para sus plantas locales y desarrolló dos nuevos modelos de tractores: uno de alta potencia y otro para los sectores vitícola y frutícola. Apostaron a que este año se afianzaría el crecimiento de la industria que llegó con el Gobierno de Mauricio Macri a finales de 2015 y las medidas favorables al sector agropecuario, como la reducción de las retenciones. Pero la realidad fue otra. “Con la sequía y las turbulencias financieras del país en los últimos meses se derrumbaron los pronósticos. Hay que ver cómo se da el segundo semestre, pero tenemos como objetivo fabricar unas 1.700 unidades, una cantidad menor a la del año pasado”, afirma el presidente de la empresa.
En 2017 las ventas de tractores importados aumentaron un 134%. Pero en Pauny no perciben la apertura del país como una gran amenaza. “Siempre termina afectando, pero el resto de las fábricas que están instaladas en el país ya son grandes importadoras de partes que se ensamblan en Argentina”, matiza Gial.
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