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Es lo mínimo, lo máximo y una revolución

El proyecto del Fondo Monetario Europeo es el máximo compromiso dinerario imaginable aceptable por Alemania

Xavier Vidal-Folch
Banderas de Europa en la sede de la Comisión Europea en Bruselas.
Banderas de Europa en la sede de la Comisión Europea en Bruselas. FRANCOIS LENOIR (REUTERS)

El proyecto de Fondo Monetario Europeo (FME) que ha redactado la Comisión es lo mínimo, lo máximo, y —agítese el ying y el yang—, una verdadera revolución.

Es lo mínimo indispensable para que la actual unión monetaria culmine en una verdadera unión económica. Aquella capaz de que nuevas graves crisis (sin duda, llegarán) no le revienten las costuras.

Así, el FME no solo debe sortear desplomes financieros gemelos a los de la Gran Recesión, múltiple, pero sobre todo sustanciada en la explosión de su sistema bancario: seguirá haciéndolo a través de su vertiente de fondo de resolución bancaria (indigente, que asume) bajo la premisa de que todo euro usado en un rescate de la banca sea recuperado del propio sector.

Y de su Mecanismo de Estabilización Financiera (MEDE) o rescate de socios de la eurozona (cuyo patrimonio de medio billón de euros absorbe). También actuará como “fondo estabilizador” (de corte presupuestario) contracíciclo (antireveses) para ayudar a los países afectados por choques asimétricos.

O sea, los que infectan de forma diferente: en mayor grado a unos miembros que a otros; con más intensidad a los más vulnerables (no siempre los menos prósperos; pueden serlo los especializados en sectores o actividades sometidos a súbito declive) que al resto. La Gran Recesión fue también eso: débiles sureños ante sólidos norteños.

Pero ese mínimo converge también hacia un máximo. El proyecto que desvela hoy Claudi Pérez supone también el máximo compromiso dinerario imaginable como aceptable por una Alemania encabezada por la canciller Merkel.

Una Alemania siempre europeísta (de paso lento) consciente de que debe echar una mano permanente, pero al tiempo remisa a asumir responsabilidades y deudas de los sospechosos mediterráneos.

Por eso, mientras Bruselas es diáfana y concreta a la hora de detallar los recursos con que contará de inicio ese FME (los de la resolución bancaria y los del MEDE), es más etérea en la definición de la capacidad fiscal o presupuestaria (no se sabe si sería un fondo de riego diario).

Y apunta con sordina a que los rercursos destinados a ese presupuesto por los Estados puedan ser complemeentados con una “finaciación de mercado”. O sea, en román paladino, deuda europea, eurobonos o como les plazca bautizarlos.

Este difícil trayecto por encima de la cuerda foja de los minimalistas y tensa de los maximalistas, se completa con una arquitectura instucional revolucionaria, la dibujada en la comunicación sobre el Ministro Europeo de Hacienda.

La figura llevaría, como se apuntaba desde tiempo atrás, un triple sombrero: el de vicepresidente de la Comisión; el de presidente del MEDE, que es un organismo intergubernamental, o peor, internacional; y el de jefe del Eurogrupo, un artefacto clave pero poco institucionalizado.

Y en tanto que figura comunitaria, sería democráticamente responsable ante el Parlamento. ¡Por fin!

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