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La especulación acuña las ‘criptomonedas’

Diez millones de personas arriesgan su dinero en divisas digitales tan volátiles como el bitcoin o el ethereum seducidos por sus exponenciales ganancias a corto plazo

Miguel Ángel García Vega
LUIS TINOCO

En el silencio de la noche, miles de ordenadores acuñan el dinero digital. Es la fiebre del oro de nuestro tiempo. Las bateas han sido reemplazadas por potentes computadoras empeñadas en resolver inexpugnables algoritmos. Una alambicada gramática de programación que esconde una veta de más de 245.000 millones de dólares. Esa es la capitalización actual de las criptomonedas. Una historia de dinero pero también un relato que enfrenta al ser humano con su reflejo. Porque habla de creatividad y tecnología pero también de especulación y codicia.

En medio de esa conversación tintinea el bitcoin. Ninguna moneda representa tan bien esas dos caras. Es un hijo airado. Nació en 2009. Un año después del crash financiero que llevaría al mundo a una década de crisis. Ese contexto histórico impregna su esencia libertaria. Nadie controla la moneda. Está acuñada con un programa de código abierto donde cualquiera puede editar el software. Para obtener los bitcoins hay que resolver una serie de problemas numéricos. Y al igual que el oro, fue diseñado como un bien escaso: solo hay 21 millones. Ya se han extraído 16,7 millones. A un ritmo de 25 bitcoins cada diez minutos. Quedan pocos y conseguirlos exige cada vez más tiempo, más energía y ordenadores más potentes. Una inercia que le ha llevado a la estratosfera.

Es un bien escaso: solo hay 21 millones de bitcoins y ya se han extraído 16,7 millones

En los últimos 12 meses se ha revalorizado más del 990% y cotiza por encima de los 8.000 dólares, su máximo hasta el momento. Aunque sometido a fuertes vaivenes. Hay jornadas que pierde un 20% y otras que los gana. Hay quien afirma que resulta absurdo que su capitalización sea de 137.000 millones de dólares porque no está respaldado por nada. Y hay quien se cuestiona, pensemos en Kenneth Rogoff, profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, “si no estaremos ante la mayor burbuja del mundo”. Sin embargo, otros ven redención en vez de culpa. “La única forma de parar al bitcoin es apagar el Internet del mundo y dejarlo así: apagado”, sostiene Roger Ver, conocido en el sector como el Jesús del bitcoin. Unos esperan ver la moneda arder en el infierno y otros alcanzar el cielo de los Justos. Y tampoco faltan evangelizadores. Algunos, inesperados.

GRÁFICO: Valor del bitcoin y las principales criptomonedas
GRÁFICO: Valor del bitcoin y las principales criptomonedas

La Bolsa de Chicago lanzará a finales de año futuros sobre bitcoins, Thomas J. Lee —uno de los gestores más reputados de Wall Street— defiende que en 2022 la moneda podría alcanzar los 25.000 dólares, Amazon estudia que pueda utilizarse en su plataforma y el Gobernador del Banco Central de Turquía, Murat Çetinkaya, cree que si se diseñan bien, este tipo de divisas contribuyen a la estabilidad financiera. Desde luego para sus seguidores desprende el cegador brillo del metal dorado. El economista jordano Saifedean Ammous, quien estos días entrega las galeradas de su libro, The Bitcoin Standard, argumenta que ese parecido es su gran virtud. “Tiene la capacidad de replicar la política monetaria del oro”. Y añade: “El metal precioso fue la mejor forma de dinero de la historia porque resultaba difícil aumentar su oferta. Pero el bitcoin le supera ya que tiene un límite máximo”.

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Pero donde unos ven fortaleza otras atisban fragilidad. Jamie Dimon, presidente de JPMorgan Chase, el mayor banco de EEUU, advirtió en septiembre que despediría “en un segundo” a cualquier operador que comerciara con bitcoins. “Por dos razones: por ir contra las normas y por ser estúpido”. El directivo cree que esta moneda digital —a la que califica de fraude— solo sirve a asesinos, traficantes de drogas y gente que vive en lugares como Corea del Norte. “Desde luego empezó mal porque se convirtió en una forma de evadir impuestos utilizando una moneda virtual que escapaba a Hacienda”, admite el consejero de un gran banco español que pide el anonimato. Sin embargo, el bitcoin es un prisma de voces distintas. “Creo que Dimon necesita hacer sus deberes acerca del potencial de la tecnología. Esta puede ser malinterpretada, sobre todo si es disruptiva. Lo cual no significa que deba rechazarse”, defiende Bart Stephens, cofundador de la firma de capital riesgo Blockchain Capital.

Amenaza de catástrofe

Sin embargo, a medida que su cotización se hincha también crece el miedo a que sea la próxima gran burbuja. Muchos analistas miran sus pantallas y ya leen esa amenaza en el comportamiento de la moneda. “El bitcoin está atrapado en un régimen de burbuja entre ciclos súper exponenciales oscilando de forma permanente entre picos y valles”, avisa con gramática financiera Edgar Van Tuyll, director de estrategia cuantitativa de Pictect WM. Los gráficos que manejan reproducen la burbuja punto.com de 1999 y también las oscilaciones del índice Hang Seng de la Bolsa de Hong Kong durante la gestación de la crisis asiática de 1997. “Las burbujas están cercanas a ocurrir cuando en la economía hay algo nuevo o relativamente nuevo”, aclaran en el banco UBS. Y las divisas digitales lo son. Pero lo que preocupa no es su novedad, sino su uso. El bitcoin se está empleando como instrumento Desperespeculativo. No para pagar bienes o servicios. La gran mayoría de los compradores se guía por la codicia y la memoria. En los dos últimos años la ciberdivisa se ha revalorizado el 2.400%. Un cuento demasiado seductor para ignorarlo. ¿Pero con qué final?

La Bolsa de Chicago lanzará a finales de año un mercado de futuros sobre estas divisas

El profesor Robert Shiller, que ganó el premio Nobel de Economía en 2013 por sus trabajos sobre las burbujas, propone una explicación que mezcla el tiempo y las palabras. “Creo que lo que está impulsando el bitcoin ahora, como en otros casos de burbujas, es su historia”, explicó en la cadena estadounidense CNBC. “Es la calidad del relato lo que atrae todo este interés, y no es necesariamente sostenible”. Da igual. Los personajes construyen una trama adictiva. Un uso inteligente de la criptografía, una moneda nueva, la promesa de enormes cantidades de dinero (digital); el advenimiento, diríase, de una revolución. Terreno fértil para escuchar grandes historias.

“Empecé a invertir cuando mi exmujer me preguntó hace años qué había hecho pensado en la universidad de nuestros hijos”, recuerda Greg Kidd, antiguo director de riesgos de la criptodivisa ripple. “Le conté que había depositado 1.000 bitcoins en un fondo universitario. No sabía lo que eran así que se lo expliqué. “¿Pero qué sucederá si al final no tienen ningún valor?”, cuestionó. Bueno, le dije, los chicos siempre pueden ir a la escuela pública… Hoy valen lo suficiente para pagar la escuela y más”. Esta épica del dinero digital diluye en el imaginario colectivo sus riesgos y frena su viaje hacia la realidad. “No he visto a nadie sacar 1.000 bitcoins y cambiarlos por ocho millones de euros”, ironiza Jesús Palau, profesor de Economía y Finanzas de Esade.

Además, demasiadas veces se olvida que carece de seguridad jurídica, no está regulado y si te roban el monedero virtual (el programa donde se guardan las criptomonedas) no puedes acudir a nadie. La plataforma teather sufrió un ataque de esta naturaleza el martes pasado. Los hackers se llevaron de su cartera virtual 26 millones de euros en USDT, una criptodivisa utilizada para cambiar bitcoins a papel moneda. El robo tenía antecedentes. En 2014 y 2016 los piratas informáticos asaltaron las casas de cambio Mt.Gox y Bitfinex y desvalijaron 440 millones de euros. “El software moderno está escrito a partir de millones de líneas de código que ninguna persona puede entender totalmente. Por eso las debilidades en la seguridad permanecen ocultas durante años hasta que de improviso son utilizadas para atacar empresas o consumidores”, alerta Dave Palmer, director de Tecnología de Darktrace, una firma británica de ciberseguridad. Las bajas de esta batalla asustan. Anualmente se producen 90 millones de incidentes y todos los días se abren 400 nuevas grietas. Bajo esta tempestad, muchos inversores protegen sus monedas almacenándolas en dispositivos sin conexión a la Red.

“Tiene la capacidad de replicar la política monetaria del oro”, dice un defensor del sistema

La desconfianza, el riesgo y la soledad conviven en torno a una divisa hambrienta. A medida que disminuye el número de bitcoins y se multiplica su precio hace falta más electricidad para extraerlos. La plataforma Digiconomist revela que la minería conjunta del bitcoin y ethereum (la segunda ciberdivisa con mayor demanda) consume más energía que países como Jordania, Islandia, Omán o Siria. Solo el bitcoin copa el 0,12% de la electricidad del planeta. Además por cada moneda minada (extraída) se emiten a la atmósfera entre 24 y 40 toneladas de CO2.

Esa voracidad muestra que estas disruptivas divisas cobijan sombras tan oscuras como el basalto. “Hay dos errores de concepto cuando la gente analiza estas monedas. Primero, no hay carestía. Porque en el mercado se puede elegir entre más de mil. Y tampoco exigen una tecnología muy avanzada pues cada semana aparece alguna nueva”, aclara Roberto Scholtes, director de estrategia de UBS en España. El relato y el mito ceban una imagen distorsionada. Poco importa. Este Santo Grial del dinero inasible cala en el planeta. La Universidad de Cambridge calcula que entre cinco y diez millones de personas usan criptomonedas. Resulta imposible asegurar la certeza de esa horquilla porque estas divisas casi siempre viajan de forma anónima. Hoy un bitcoin se puede comprar en casas de cambio, boutiques financieras, cajeros automáticos e incluso en tiendas físicas.

Extrañas ofertas

La plataforma Coinmarketcap contabiliza más de 1.300 monedas de este tipo. La gran mayoría de reducido valor. Es posible adquirir CannabisCoin (sí, es lo que parece), FedoraCoin (cuyo anagrama es el sombrero fedora del cantante Justin Timberlake) o Environ (apenas tiene un mercado de 54 dólares, unos 46 euros) en pocos minutos a través del ordenador. Estas divisas, claro, tienen más de símbolo que de realidad. Pero a su lado cotizan los colosos de la industria. Bitcoin (137.000 millones de euros de capitalización), ethereum (35.000 millones), bitcoin cash (24.000) y ripple (9.000). Un universo que suma más de 200.000 millones de euros. ¿Los vale? ¿O antes de nacer ya son dinosaurios esperando el meteorito de su extinción? “El destino de las criptomonedas dependerá de una tecnológica siempre en cambio, del espacio económico y de la realidad política”, prevé Garrick Hileman, investigador de la Universidad de Cambridge. “Cientos de monedas que hoy existen desaparecerán e incluso es posible que todas terminen siendo un recuerdo”.

Jugarse el dinero a la carta de las ICOs

mula para ganar mucho dinero o perderlo todo. Pero ¿quién quiere curarse o claudicar? En pocos lugares del universo de las criptomonedas esa ambición resulta tan evidente como en las ICOs (Initial Coin Offerings). Es una vía para levantar fondos destinados a financiar una ‘startup’. La diferencia es que los inversores reciben ‘tokens’ en vez de acciones de la compañía. Esa recompensa digital da acceso a los productos o servicios que, tal vez, comercializará un día la firma. Es una promesa. Al igual que si un amigo construyera un casino y a cambio de invertir en él te regalara fichas para apostar en sus mesas cuando esté terminado. Rojo o negro. En los primeros seis meses del año se han conseguido —según la plataforma de intermediación Coindesk— más de 1.100 millones de dólares para financiar proyectos basados en la blockchain. Muchos con el respaldo de un ‘power point’ o un folio casi en blanco. Este flautista de Hamelín tecnológico hechiza a las celebridades. El boxeador Floyd Mayweather, el rapero Game y Paris Hilton invierten en estas monedas intangibles.

Pues seducidos por la música del dinero digital, pocos escuchan las advertencias. “Los inversores deberían ser conscientes de los numerosos riesgos relacionados con las ventas de ‘tokens’, incluida la posibilidad de perder toda la inversión”, alerta la autoridad alemana de supervisión financiera (BaFin). Inútil empeño.

“No existe nada tan perturbador para el bienestar y el juicio de uno como ver a un amigo hacerse rico”, ironizaba el historiador económico Charles Kindleberger. Eso explica que muchos quieran repetir el milagro de los panes y los peces en un mundo donde no faltan profetas. “El advenimiento de las ICOs anuncia una nueva era de finanzas descentralizadas, que convierte las fases iniciales de la inversión asequibles a todo el mundo y no solo a una selecta clase de inversores. La razón es que se eliminan las barreras de entrada a esos estadios incipientes”, reflexiona un portavoz de Bancor, una ‘startup’ con sede en Suiza que desarrolla un protocolo para intercambiar ‘tokens’. Y añade: “Es la primera gran aplicación de la ‘blockchain’ y cambiará el panorama de la inversión para siempre”. Un entusiasmo que algunos atemperan. “Las ICOs aportan liquidez a las inversiones en la fase semilla pero no por eso son menos arriesgadas. Los ahorradores deben investigar (‘due diligence’) la empresa como harían con cualquier otra inversión potencial”, aconseja Bart Stephens, cofundador de la firma de capital riesgo Blockchain Capital. Esta desconfianza se ha transformado en preocupación en algunos gobiernos. China y Corea del Sur han prohibido las ICOs mientras EEUU, India y Alemania estudian cómo regularlas.

Averiguar el futuro de cada una es lanzar los dados. Sin embargo, en este ecosistema donde las monedas ya no tintinean, el bitcoin y el ethereum tienen las mayores posibilidades de resistir el impacto. El primero se beneficia de su alto nivel de capitalización mientras que su competidora fía su destino a los smarts contracts. Contratos que se ejecutan por sí mismos. “Algo que permite diseñar modelos revolucionarios”, valora Salvador Casquero, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). De hecho ya ha demostrado su valor en bancos que tienen que completar cientos de complicadas transacciones con competidores en los que no confían. No es la única resistencia. La criptodivisa Zcash, por ejemplo, oculta la identidad del emisor y del receptor. Una facultad demandada. Mientras el IOTA genera transacciones en el entorno del Internet de las Cosas.

Muchas de estas monedas serían calderilla sin la tecnología blockchain. La famosa cadena de bloques que impide que los bitcoins se puedan duplicar o que las operaciones sean asaltadas. Es la auténtica revolución y bastantes expertos coinciden en las palabras. “¡El futuro es la blockchain! ¡No el bitcoin!”, exclama Bernard Lietaer, uno de los arquitectos del euro. “La ciberdivisa es sobre todo una herramienta especulativa que ha copiado las principales características (falta de transparencia y especulación) del dinero convencional”. Las entidades financieras han respaldado ese pensamiento. BBVA no vende bitcoins pero la cadena de bloques quizá sea su gran esperanza tecnológica. Sobre todo como sistema de verificación —describe Alicia Pertusa, responsable de transformación de banca de inversión de la entidad— de transacciones de divisas, préstamos sindicados y pagos internacionales. Hay tanta fe en esta tecnología que UBS cree que sus extensas aplicaciones en finanzas, medicina y manufacturas añadirán entre 300.000 y 400.000 millones de dólares a la economía en 2027.

Pero este relato no es solo una geometría de números, sino también un álgebra de seres humanos. Existe un abismo entre la velocidad a la que se desplaza la economía real y la criptoeconomía. Las nuevas formas de expresión de la sociedad (economía circular, colaborativa, de trueque, de regalo) buscan un tipo de dinero que encaje con su lectura de la vida. Personas, la mayoría jóvenes, que han sufrido mucho con la crisis y que piensan que quizá ahí exista un asidero. Hay algo de ruptura generacional en todo esto. El presidente de JPMorgan —lo hemos visto— arremetía contra el bitcoin. Pero en la misma presentación admitió que su hija había comprado hace tiempo. “Ahora” —ironizó— “se cree un genio”. Esa fractura resulta evidente en los más jóvenes. “Los millennials están mucho más abiertos a las critptomonedas que otras generaciones porque no les parecen arriesgadas. Es lógico: el dinero siempre lo han visto a través de la pantalla de un smartphone”, analiza Jason Dorsey, presidente de la consultora The Center for Generational Kinetics.

Las criptodivisas son una promesa de cambio en los arrabales de las finanzas. Menos costes, más rapidez, mayor seguridad. “Bajo una regulación adecuada podrían ser un excelente instrumento financiero digital”, matiza Mario Encinar, profesor de Data Science de AFI Escuela de Finanzas. Sin embargo, mientras no haya esa normativa, “existe el riesgo de que se utilicen en actividades irregulares o ilícitas”, asegura Francisco Uría, socio responsable del sector financiero de KPMG. Pero constreñirlas a los grandes poderes económicos sería borrar su alma porque para miles de personas representan una grieta donde se filtra la luz. Un refugio, por ejemplo, frente a la inequidad. “Las monedas digitales pueden disminuir el alto coste de enviar remesas de dinero al exterior, lo cual impacta particularmente en los pobres”, observa Garrick Hileman, de la Universidad de Cambridge. “Además la blockchain trae más transparencia y reduce el fraude tanto en el sector privado como en el público”. La respuesta a un hartazgo pasado y una diferente visión del futuro. “El bitcoin se utilizará primero como depósito de valor. Igual que el oro. Luego la gente decidirá si lo usa o no junto con las monedas nacionales”, vaticina Llew Claasen, director general de The Bitcoin Foundation.

El mundo de las criptodivisas es apasionante e innovador. También es especulativo y arriesgado. De ahí que abrazarlas o rechazarlas genere tanta tensión. Quizá la salida del laberinto transite por alejarse del ruido y reflexionar. ¿Contrataría un plan de pensiones en estas monedas digitales? ¿Invertiría el dinero de la educación de sus hijos en bitcoins? Como en la navaja de Ockham, la respuesta correcta suele ser la más sencilla.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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