Tres momentos
Hace 40 años se celebraron las primeras elecciones libres tras la dictadura. Elegir tres momentos económicos singulares de estas cuatro décadas es una tarea arbitraria por naturaleza, pero aun así merece la pena intentarlo para recordar algunos hechos y decisiones que han marcado nuestra historia reciente.
El primero se refiere al inicio de la Transición que, como es sabido, comenzó con mal pie desde el punto de vista económico. La primera crisis del petróleo golpeó a las economías avanzadas pues la subida del precio del crudo se produjo en un momento en el que habían coincidido a la baja los ciclos de las economías europeas y de la norteamericana: las políticas económicas se habían tornado restrictivas para luchar contra la inflación y fue en ese momento cuando los precios del petróleo subieron. La desaceleración, recesión en algunos casos, fue inevitable pero las cosas se complicaron aún más cuando el comercio mundial se desplomó y el fantasma, no ya de la carestía, sino de la carencia de petróleo se hizo realidad. Las consecuencias, muchas veces imprevisibles, fueron importantes. Cuando el suministro de petróleo volvió a la normalidad, las economías occidentales iniciaron una lenta fase de recuperación que en el momento de nuestra transición se hallaba a medio camino.
Los responsables de la economía española decidieron “puentear” la crisis con la esperanza de que ésta fuera de corta duración, pero se equivocaron en el diagnóstico ya que la crisis fue bastante más larga de lo previsto. Lo hicieron así por razones políticas, por el temor a tener que enfrentarse con una crisis social en un momento de clara e irreversible decadencia de la salud del dictador. La consecuencia fue un rápido deterioro de la situación económica con una inflación que, a mediados de 1977, llevaba camino de alcanzar el 30% y un aumento del desequilibrio exterior y de las finanzas públicas. Tras las elecciones del 15 de junio, una de las primeras decisiones del nuevo gobierno fue la de devaluar la peseta para hacer frente al deterioro de la balanza por cuenta corriente y anunciar al país, por boca del vicepresidente económico Enrique Fuentes Quintana, que era necesario proceder a un ajuste de la economía.
La crisis del petróleo, la entrada a la UE y la Gran Recesión forjaron la economía en estos años de libertad
El plan se preparó al final de verano y estuvo listo para su presentación a los partidos políticos en los últimos días del mes de septiembre. Su discusión dio lugar a los Pactos de la Moncloa cuya negociación política correspondió al vicepresidente Fernando Abril Martorell, que tuvo el mérito de llevar al consenso a los partidos políticos, especialmente al PSOE, cuya reacción inicial fue negativa por razones de oportunidad política. Los acuerdos permitieron hacer frente con eficacia a los desequilibrios detectados pero su importancia fue bastante más allá de los aspectos puramente coyunturales. En la redacción inicial del documento que se sometió a discusión figuraban propuestas, en su mayoría aceptadas, que implicaban profundas reformas económicas. Y sobretodo, el acuerdo permitió llevar a cabo el ajuste de la economía en un clima de paz social que hizo posible la redacción de una Constitución de consenso. No es difícil imaginar lo que podría haber ocurrido si la elaboración de la Constitución hubiera tenido lugar en un clima de huelgas y protestas: el consenso no habría sido posible y la Constitución habría perdido legitimidad al ser sólo la de una parte del espectro político.
El segundo momento tuvo lugar el primero de enero de 1986, cuando España entró a formar parte de la entonces denominada Comunidad Europea tras una larga negociación cuyo principal obstáculo fue la oposición de los agricultores del sur de Francia (muchos de ellos de origen español), que temían la competencia de los productos agrícolas españoles. Por nuestra parte, se pensaba que la reducción de las tarifas aduaneras iba a dejar desprotegida y en parte obsoleta a una industria acostumbrada a la protección, con consecuencias graves sobre el empleo. Según algunos cálculos la adhesión habría podido acarrear una reducción del PIB del orden del 10%. Pero las cosas sucedieron de otro modo. La incorporación a la Comunidad trajo consigo una fuerte entrada de capitales extranjeros que junto con las inversiones de las empresas españolas, que sabían que tenían que modernizarse si querían sobrevivir, llevaron a nuestra economía a un periodo de rápido crecimiento ayudado también por el descenso de los precios del petróleo. La Exposición Universal de Sevilla en 1992 fue el momento culminante de este proceso: España mostró al mundo con claridad que pertenecía ya al grupo de los países avanzados. Sin embargo, cuando se apagaron las luces de la Exposición, la crisis económica llamó de nuevo a nuestra puerta: era una crisis nacida y gestada fuera de España a la que no pudimos escapar pero, para nuestra fortuna, fue de corta duración y en menos de dos años pudimos recuperar de nuevo la senda del crecimiento.
Se ha avanzado pero queda mucho por hacer para que haya más igualdad, mejor educación y menos corrupción
El tercer momento es el de la crisis que azotó las economías avanzadas a partir de 2007. En España, la conjunción de la crisis financiera mundial y la burbuja inmobiliaria nacional hizo que la recesión fuera bastante más profunda que en la mayoría de los países de nuestro entorno. La respuesta inicial de la política económica fue, por decirlo con palabras suaves, insuficiente. Estos días acabamos de alcanzar el nivel de actividad de 2008. Pero también hay que decir que si hemos sido de los últimos en salir de la crisis, desde hace tres años crecemos bastante más deprisa que nuestros socios de la Unión Monetaria y, lo que es más importante, lo hacemos de manera solvente, con un ligero excedente en la balanza por cuenta corriente que hace que, por el momento, el crecimiento sea sostenible.
Hubo muchos otros momentos importantes desde la Transición, pero tal vez estos tres sean los más significativos En cualquier caso, la política económica de los sucesivos gobiernos ha sido, en conjunto, bastante razonable al propiciar un crecimiento económico más rápido que el de los grandes países europeos en un clima de estabilidad política y social. Conviene recordar que la renta por habitante en España duplica hoy la de 1977 y que si no cometemos más errores de los que suelen acompañar a la fase alcista del ciclo económico, el crecimiento debería continuar durante algunos años.
Ha habido y hay problemas graves que no están resueltos. Es necesario luchar contra la corrupción, reducir las desigualdades, mejorar la educación y la formación profesional. Se ha avanzado en estos terrenos, pero no lo suficiente. La democracia ha traído a España libertad y progreso. La España de hoy es mucho mejor que la de hace 40 años y cualquiera que haya tenido edad de votar en 1977 puede dar testimonio de ello. Pero la mayor parte de la población actual de España ha nacido después de aquella fecha: para los más jóvenes la Transición es un acontecimiento histórico ya lejano. Su mundo es muy diferente de aquél, lo que no excluye su derecho a una información imparcial y solvente sobre lo que significó el triunfo la libertad y la concordia sobre las ataduras de un pasado asfixiante. Esta España diferente que es ahora la suya tiene por delante nuevos desafíos. Para hacerles frente con eficacia es preciso conocer las raíces de donde venimos y de las que podemos sentirnos orgullosos.
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