Los perdedores en el templo de los bancos centrales
Propuestas: movilidad para casar demanda y oferta, dotar el Fondo de Adaptación a la Globalización y un seguro europeo de desempleo


Los perdedores sociales de la globalización y de la Gran Recesión irrumpieron ayer en el templo de los bancos centrales. Como motivo de preocupación y de debate.
La novedad seguía a dos precedentes. El primero fue el discurso del presidente del BCE, Mario Draghi, en Jackson Hole (22 de agosto de 2014). Ahí, por vez primera, un supergobernador europeo se centró en combatir el paro, mediante la conjunción de una política monetaria expansiva y de una nueva política presupuestaria menos austeritaria.
Luego, el Fórum de Sintra alumbró en 2015 un papel académico que reclamaba la creación de un seguro desempleo europeo; algo que también propugnó el FMI.
Ayer el propio Draghi volvió a terciar en el asunto, en otra perspectiva. Recogió la ponencia del profesor David Autor (del Massachusetts Institute of Technology) según la cual el aumento de la productividad en una empresa o sector concreto puede causar pérdidas de empleo sectoriales. Sí, pero.
Pero aquellas mejoras tecnológicas y de productividad acaban “esparciéndose a otros sectores y compensando” las reducciones en el cómputo total de puestos de trabajo. “La mayor productividad industrial aumenta en promedio el empleo agregado”, de modo que su “efecto neto es positivo”, argumentó Autor sobre la base de un análisis a 19 Estados y 28 sectores industriales.
De ese estudio, Draghi extrajo la urgencia de políticas públicas: “Debemos aumentar la movilidad laboral en la eurozona; de lo contrario, perderemos productividad o generaremos más desempleo”. Se trata de que la oferta de mano de obra fluya hacia donde hay demanda real.
En la práctica, los efectos de la deslocalización, la obsolescencia o las mejoras tecnológicas afectan a todos los segmentos sociales. Pero son más crueles con los puestos de cualificación baja o media.
Los teleoperadores, agentes de préstamos, cajeros, asistentes administrativos, taxistas o cocineros de comida rápida son los más expuestos: tienen, por ese orden, entre el 99% y el 81% de probabilidades de que les golpee la automatización, según reveló un trabajo del director del Max Planck Institute, Dietmar Harhoff. Y en el lado opuesto, los oficios menos vulnerables son los relacionados con la salud mental, la terapia ocupacional, la dietética o la cirugía.
Además de incentivar la movilidad laboral, se propuso una medida paliativa de gran enjundia y poco coste: redimensionar el ya existente Fondo de Adaptación a la Globalización, que desde 2007 ha atendido con muy buenos resultados a unos 142.000 despedidos que se arriesgaban a sumirse en el desempleo de larga duración.
Habría que agilizar su funcionamiento (incurre en demoras de tratamiento de un año); flexibilizar sus restrictivas condiciones de acceso; y aumentar su escasísima dotación, propugnó Agnès Bénassy-Quéré, profesora de la Sorbona. Esa idea ha recibido ya en España el apoyo del Comité Económico y Social, en su contribución a la macroconsulta de Bruselas sobre el futuro de la Unión.
Bénassy rescató también el seguro europeo de paro. Pero lo reformuló, al modo de EE UU. La contribución del nivel federal se activa ahí solamente “cuando el nivel del empleo se deteriora de forma muy significativa”, transfiriendo ayudas que ayuden a mantener el nivel de consumo. Lo que contribuye a desarmar la recesión (Europe’s political spring, CEPR Press, Londres, mayo 2017).
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