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Cualquier país de la UE podrá vetar el pacto comercial de la era posBrexit

El Tribunal de la UE establece que los parlamentos nacionales deben dar luz verde a acuerdos comerciales como el TTIP

Álvaro Sánchez

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dictaminado que Bruselas tiene amplias competencias exclusivas sobre los tratados comerciales, pero obliga a que los parlamentos nacionales ratifiquen dos capítulos: la inversión extranjera y los polémicos tribunales de arbitraje para resolver disputas entre inversores y Estados. La decisión afecta a posibles pactos como el TTIP o la futura relación comercial con Reino Unido tras el Brexit. La negociación con Londres sobre este punto no comenzará hasta concretar las condiciones de salida, pero la sentencia abre la puerta a una larga travesía por hasta 38 parlamentos nacionales y regionales para la aprobación definitiva del nuevo marco comercial.

Protesta contra el CETA en Berlín.
Protesta contra el CETA en Berlín.PAUL ZINKEN (EFE)

La Unión Europea no puede firmar acuerdos comerciales de calado sin consultar a los parlamentos nacionales. El Tribunal de Justicia de la UE así lo ha decidido este martes en una sentencia sobre el tratado con Singapur cuyos efectos se dejarán sentir mucho más allá: puede cambiar el resultado final de negociaciones tan relevantes como el futuro pacto comercial con Reino Unido tras el Brexit.

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Los jueces estiman que Bruselas tiene competencia exclusiva para aprobar por sí sola gran parte de las cuestiones de un tratado comercial, pero han determinado que los socios europeos deben dar el visto bueno a su política en dos ámbitos: "La Unión no dispone de competencia exclusiva únicamente en lo que concierne a dos aspectos del acuerdo: el ámbito de las inversiones extranjeras distintas de las directas y el régimen de arreglo de controversias entre inversores y Estados". Precisamente la independencia de los tribunales de arbitraje, un mecanismo presente en la mayoría de acuerdos comerciales para dirimir eventuales demandas de multinacionales contra los Estados, fueron el principal escollo para que Valonia diera el visto bueno a la firma del CETA.

Aunque el veredicto señala la obligatoriedad de consultar a los Estados miembros en ambos aspectos, el dictamen suaviza la opinión expresada por el abogado general en diciembre. El letrado planteó entonces incluir entre las competencias compartidas entre Bruselas y los socios europeos cuestiones como el transporte, algunos derechos de propiedad intelectual y normas laborales y medioambientales que ahora el tribunal deja solo en manos de la UE.

La resolución abre la puerta a que hasta 38 parlamentos nacionales y regionales deban dar su consentimiento a acuerdos como el TTIP o el tratado comercial con Reino Unido tras el Brexit para que entren en vigor de forma definitiva. Ese largo recorrido está sujeto a un gran número de imprevistos: cada Estado puede tener intereses contrapuestos o exigir a cambio de su voto favorable contrapartidas que amenazan con convertir cualquier discusión en un laberinto de difícil salida.

La única forma de que un tratado comercial con Reino Unido pueda entrar en vigor esquivando el farragoso trámite de recorrer las cámaras de la UE pasa por rebajar el nivel de ambición dejando a un lado temporalmente esos dos aspectos para seguir adelante con los puntos que la ley permite y así evitar retrasos. Aún está por ver si esta opción se contempla en la negociación. Las discusiones sobre los intercambios comerciales UE-Reino Unido no comenzarán hasta que se cierren las condiciones de salida, que solo necesitarán del beneplácito de las instituciones comunitarias. 

Precedentes como la resistencia valona a autorizar la firma del CETA, el tratado de libre comercio con Canadá, muestran que la renacionalización de la política comercial puede traer quebraderos de cabeza a los responsables comunitarios. En el horizonte está la aprobación de tratados como los que actualmente se negocian con Japón, México, los países latinoamericanos de Mercosur o la ratificación final del CETA. También el polémico TTIP, que ha perdido impulso tras la llegada del proteccionista Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Algunas de estas negociaciones llevan abiertas desde hace más de una década, y a la de por sí compleja tarea de compatibilizar legislaciones, pueden tener que superar ahora los vaivenes políticos de decenas de parlamentos europeos.

Bruselas trató de convencer a los Veintiocho de la necesidad de que la aprobación de los acuerdos fuera competencia exclusiva de la UE para agilizar así su puesta en marcha y mostrarse de cara a sus socios como un actor predecible, pero los Estados no estaban por la labor. La presión de la opinión pública llevó a la canciller alemana, Angela Merkel, a intervenir de forma tajante para asentar la legitimidad democrática de los pactos: “sea cual sea el análisis jurídico, el Bundestag —el parlamento alemán— tendrá que pronunciarse”, dejó claro en plena polémica sobre el CETA. Esa negativa de los Estados llevó a la Comisión Europea a replantearse su posición y aceptar finalmente que el acuerdo con Canadá pasara el filtro de los parlamentos nacionales.

"Victoria de la democracia" para las organizaciones contrarias al TTIP

Las organizaciones contrarias a la firma de acuerdos como el TTIP o el CETA han dado la bienvenida a la sentencia, que retrasará y hará más compleja la aprobación de cualquier tratado futuro. Sus detractores creen que estos pactos rebajan los estándares europeos en materias como la protección ambiental o la seguridad alimentaria y dejan las eventuales disputas comerciales con multinacionales en manos de opacos tribunales de arbitraje privados.

La ong Greenpeace se felicitó de que la Comisión no podrá negociar la puesta en marcha de ese sistema de arbitraje sin la aprobación de los parlamentos nacionales. "El veredicto es una victoria para la democracia. La sentencia refuerza el debate sobre los beneficios y los peligros de los tratados comerciales", indicó en un comunicado el responsable de Política Comercial de la organización, Kees Kodde.

La movilización callejera frente a este tipo de tratados ha acabado con la percepción de que su aprobación es una cuestión meramente técnica que no afecta al ciudadano de a pie. Las protestas alcanzaron su cenit en Alemania, donde se llegaron a concentrar más de 150.000 personas en octubre de 2015.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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