Forasteros en la Bolsa
Si la inversión extranjera es un exponente de confianza en la economía del país receptor, la española refleja esa impresión a primera vista. Una proporción superior al 40% de las acciones cotizadas está en manos de inversiones extranjeros, casi en su totalidad inversores institucionales. Más de las tres cuartas partes de las operaciones negociados en la bolsa española tienen a un inversor extranjero como comprador o vendedor. Son máximos históricos, pero proporciones homologables a las existentes en otras Bolsas de la eurozona.
La significación completa de esa realidad exige, sin embargo, algunos matices, mas allá de la verificación del descenso en el volumen de contratación de la Bolsa española, superior al 30% el pasado año (hasta 653.000 millones de euros), como consecuencia del ascenso de plataformas alternativas de contratación. El primero derivado de la propia naturaleza de la inversión. La inversión extranjera de cartera no tiene precisamente la misma finalidad que la inversión directa, con mayor compromiso y voluntad de permanencia que la que se concreta en títulos valores, ya sean de renta fija o variable, con una finalidad de conseguir rendimientos normalmente a menor plazo. Y en no pocas ocasiones atraída por la posibilidad de especulación.
En segundo, ese dominio extranjero esta parcialmente explicado por la ausencia de instituciones financieras españolas. La inversión bursátil de los bancos españoles ronda el 3%, frente al 15% de hace apenas diez años. Los que han sido tradicionalmente los principales propietarios de gran parte de las empresas cotizadas españolas se han visto obligados a concentrarse en sus actividades de intermediación tradicional, por razones de la propia crisis de la actividad de banca al por menor y por la asociada regulación bancaria, penalizadora de la inversión en renta variable. Solo algunas entidades españolas, como algunas fundaciones tenedoras de participaciones en bancos y otras cotizadas, mantienen una participación relativamente importante. Por último, esa participación extranjera de grandes fondos se concentra fundamentalmente en parte de los valores que integran el selectivo índice Ibex 35, y mucho menos en el conjunto de las empresas listadas en el mercado español. Se trata, en definitiva de los valores no solo más conocidos, sino los que disponen de mayor volumen de capitalización y mayor liquidez: mayor facilidad, en definitiva, para invertir, pero también para desinvertir.
Esta última es una limitación importante de nuestro mercado de acciones, con independencia de la nacionalidad de la base de inversores. La Bolsa española sigue siendo poco representativa del tejido empresarial español, dominado por empresas de dimensión reducida, muy dependientes de la financiación crediticia tradicional. El papel que desempeña el Mercado Alternativo Bursátil (MAB) o el correspondiente de renta fija (MARF) es todavía muy limitado, tributario entre otras de las dificultades culturales que pesan en las empresas de origen familiar para aceptar las exigencias de financiación a través de mercados organizados.
Todo ello con independencia de la importancia relativa de las plataformas de contratación distintas a BME. De hecho, la tendencia a una red paneuropea de contratación de valores será cada día mas explicita, en especial de aquellas acciones de compañías con la dimensión y liquidez suficientes. Ello obliga a relativizar el significado de esa participación de inversores extranjeros en valores nacionales. Siendo la inversión extranjera en renta variable un buen síntoma, no lo es tanto como esa otra también de extranjeros en títulos de deuda pública española, también superior al 40%, donde la confianza es sin duda más directa. Al menos en la capacidad del BCE para mantener durante varios meses unas cotizaciones bien atractivas, dados los bajos niveles de tipos de interés.
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