A la espera del 'efecto Trump'
El futuro, también el económico, suele parecerse mucho al presente. Las proyecciones económicas se esgrimen como si fueran preludios de cambios fabulosos, pero la mayor parte de ellas, por no decir todas, son extrapolaciones sencillas de lo que ya se conoce hoy. Los auténticos cambios, las modificaciones económicas o políticas significativas son impredecibles; de hecho, con frecuencia se advierten tiempo después de que se produzcan. Así es el caso del precio del petróleo; estuvo bajando durante meses antes de que los inversores cayeran en la cuenta de que el hundimiento en el mercado internacional equivalía a una distorsión estratégica grave. Las previsiones económicas para 2017 sólo pueden entenderse hoy como una prolongación de las tendencias actuales. Como siempre hay una incógnita alfa, la del año próximo está muy clara: ¿hasta dónde será capaz de llevar Donald Trump su proyecto de trumpeconomics (proteccionismo comercial con aumento de la inversión en infraestructuras)?
Enunciado así el enigma parece más fácil (e inocuo) que cuando se desarrolla en detalle. Lo que está en el trasfondo de los anuncios de Trump es una pugna política (de poder) por el comercio internacional. El nuevo presidente ha señalado al enemigo y resulta que es la segunda potencia económica mundial, en muchos aspectos por delante de Japón. Pero China no forma parte del entorno cómodo de economías que siguen un criterio como las áreas de euro, la libra y el yen. Y, además, está atravesando por una fase de reformas económicas, más complejas de lo que pueda parecer desde el exterior, que no predisponen a su Gobierno a las sensibilidades diplomáticas. El riesgo mayor para los mercados es calibrar la profundidad del enfrentamiento preanunciado. Los conflictos estratégicos suelen acabar, después de tensos forcejeos, en un pacto que determina la frontera respetada por ambas partes. Pero mientras se alcanza el equilibrio, es probable que los inversores reciban algunos sustos. Volatilidad, en el argot mercantil.
El aumento del precio del crudo, después de un periodo depresivo que empobreció a Rusia y Venezuela, respalda la hipótesis de que en 2017 el mundo asistirá a un cierto repunte de la inflación. Sería una buena noticia para el BCE, pero, a pesar de las proyecciones optimistas, es de suponer que tampoco el año próximo se alcanzará la línea prudencial del 2% que tranquilizaría a Draghi. Lo que está menos claro es que las tasas de crecimiento (moderadamente más altas) para el conjunto de la economía internacional provengan de estímulos fiscales en lugar de los estímulos monetarios. En primer lugar, Trump tiene que confirmar su plan expansivo de inversión y cómo lo financiará; a continuación, está por ver que Europa entre en el juego. Sí, es cierto que con un programa de estímulos fiscales hay más probabilidades de que las fuerzas vivas europeas (Berlín y asociados del norte) entren en el juego de la expansión fiscal. Pero Schäuble y Weidmann han demostrado una gran capacidad de resistencia frente a cualquier argumento de racionalidad financiera pública.
En la medida en que los pronósticos suelen ser fiables, puesto que siguen una tendencia predeterminada, la probabilidad más alta para 2017 es un crecimiento un poco más elevado en Europa y en el conjunto de la economía mundial, a la espera de la reacción de la economía estadounidense. En términos meteorológicos, no se esperan mejoras significativas en aspectos decisivos para el futuro (precariedad, desigualdad) ni un impulso poderoso para mejorar la estructura tributaria global (paraísos fiscales, competencia desleal entre países). Es probable que además de a las turbulencias geopolíticas asistamos también a la incapacidad crónica de Europa para zanjar su crisis bancaria. En Italia por supuesto, pero también en Alemania.
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