Que enseñen (e inventen) ellos
¿Por qué protesta la sociedad? Por deberes y reválidas, pero no son los problemas más graves
Nuestra sociedad, como tribu que es, tiene sus ritos. Esta semana hemos asistido a uno de ellos: cada tres años, la sociedad entera finge que le interesa mejorar la calidad de la educación. Con motivo de la salida de los “rankings” de PISA, el examen estandarizado de la OCDE, debatimos furiosamente sobre si nuestros resultados han mejorado (no, no han mejorado en absoluto, pese al absurdo triunfalismo oficial), sobre si las desigualdades debidas a diferencias socioeconómicas o regionales se han reducido (no, no se han reducido), y sobre las razones de nuestro retraso histórico en educación.
La verdad es que PISA nos presenta un dibujo, si acaso, excesivamente positivo de la realidad del sistema. España tiene unas estadísticas educativas aterradoras. Somos el país con el mayor abandono escolar temprano de Europa, uno de los tres con mayor tasa de repetición. Uno de cada cuatro jóvenes menores de 30 tiene muy bajas habilidades numéricas. Mi región, Castilla y León, que sale bien parada de PISA, tiene una elevadísima tasa de abandono escolar del 17%, que si bien es menor que la media de España, sigue siendo una de las más elevadas de Europa. Si acaso, el éxito a los 15 años (PISA) hace el fracaso a los 16 aún más preocupante.
Y el consuelo de los relativamente mejores resultados en los centros concertados tampoco debería ser tal. Cuando se tienen en cuenta las diferencias socioeconómicas entre los estudiantes, los problemas son parecidos en todo el sistema.
Lo que esta urticaria trianual de PISA realmente muestra es que no se puede reformar la educación en España mientras la sociedad no experimente un cambio en su actitud ante la educación. La realidad es que la sociedad ve la educación como una forma de obtener un título, y poco más. Ni valoramos la calidad de la educación, ni queremos mejorarla. Llevamos décadas hablando de este problema, y siguen sin hacerse los cambios que los países que funcionan han mostrado necesarios. Portugal los ha hecho, incluso con recortes y sin recursos adicionales, pero con voluntad y coraje políticos.
Los ejemplos de la desidia de nuestra sociedad son muy abundantes y descorazonadores. Permítanme que sea poco políticamente correcto y les haga una lista.
¿Por qué protesta la sociedad?: Deberes y reválidas. En un país con un elevadísimo abandono escolar, con un altísimo índice de repetición, ¿qué exigen los padres? ¿Protestan contra un sistema que deja a un cuarto de sus hijos sin un título o de FP o de Bachillerato, que no les prepara para el mercado de trabajo ni para la vida? Tan gravísimo escándalo debería llevar a nuestra sociedad a la indignación. Pero no es así. Ha habido dos protestas recientes. La sociedad ha protestado contra los deberes. Y hemos protestado contra las reválidas.
Respecto a los deberes, es cierto que en España dedicamos más horas a los deberes que en otros países, pero la diferencia es pequeña: según la OCDE, las horas medias dedicadas a los deberes por semana en España son seis, mientas en el conjunto de la OCDE son cinco y media. Es seguramente demasiado, pero no es, de ninguna manera, el problema más grave de nuestro desastroso sistema educativo.
Y respecto a la reválida, es evidente que la reforma Wert ha estado mal hecha y mal comunicada, puesta en marcha tarde y mal, y tiene graves errores. Pero no nos engañemos. Es imposible conseguir un sistema que funcione sin exámenes externos uniformes que nos permitan saber qué colegios hacen su trabajo, qué colegios no. Cómo nos muestran los exámenes de PISA, los exámenes externos contienen una información clave. Cualquier reforma pasa por tres elementos, como ejemplifica Portugal: mejor preparación de los profesores, exámenes centralizados, y rendición de cuentas y asignación de recursos a los que no llegan. En otras palabras, sin reválida de algún tipo no tendremos un buen sistema educativo.
La indiferencia de la sociedad ante plagios y currículos falsos. Los currículos falsos se descubren sin consecuencias. Por ejemplo, tuvo un eco menor el currículo falso, infladísimo, menguante, del exsecretario de Estado Moreno Bonilla, con varias licenciaturas inventadas en currículos oficiales. El problema no es el invento, es la indiferencia absoluta de la sociedad ante el invento.
Igualmente, en las últimas semanas, hemos asistido asombrados a un escándalo casi silencioso, sin ningún eco en radio, televisión o la mayor parte de los medios. El rector de la Universidad Rey Juan Carlos ha plagiado de forma extensa al menos siete de sus trabajos académicos. Ni la CRUE, ni la Comunidad de Madrid, ni el Ministerio de Economía, ni la opinión pública, ha exigido responsabilidades. Solo un grupo parlamentario del Parlamento autonómico y sus colegas en una revista académica de la que ha tenido que dimitir, han hecho lo que hubiera sido normal en cualquier país de Europa. ¿Cómo va el rector a exigir a sus profesores que publiquen investigación original si él la plagia? ¿Cómo va a exigir a los estudiantes que no copien en sus exámenes?
La crueldad de la sociedad ante los investigadores científicos. ¿Se han preguntado ustedes por qué no ha tenido España un premio Nobel en ciencias en 100 años? ¿Por qué no hay universidades capaces de estar entre las primeras del mundo, al menos las 100 primeras del mundo, en resultados de investigación? Hablen con los investigadores y profesores. Les hablarán de papeleos absurdos, que hacen imposible usar incluso el dinero conseguido de becas extranjeras. De medios que se les prometen y no llegan, becas que se prometen y se volatilizan. De carreras sujetas al arbitrio de un catedrático que sacó una plaza hace 30 años y no ha vuelto a investigar, y de burócratas que ni entienden, ni quieren entender, lo que es la calidad de la investigación. De jóvenes que trabajan a destajo por sueldos de miseria, y que, incluso cuando tienen éxito, ven negada completamente la posibilidad de hacerse una carrera profesional estable. En definitiva, de un sistema que no muestra el mínimo interés en que se produzca el conocimiento necesario para que la sociedad avance.
España tiene un grave problema en educación. Tenemos una oportunidad histórica en esta legislatura, con la Comisión por el Pacto por la Educación que ha puesto en marcha Ciudadanos. Si los partidos están dispuestos a tomar riesgos, a explicar a la sociedad las claves del éxito de la reforma, a hacer pedagogía sobre lo grave que es el problema y lo urgente que es enfrentarse a él, a enfrentarse a los poderes fácticos en los campus universitarios y los institutos, a trenzar coaliciones con los muchos profesores y alumnos que quieren que las cosas cambien, podremos resolver este problema histórico. La alternativa, que España fracase en su integración en la economía global del conocimiento, es demasiado triste para contemplar.
Luis Garicano es Catedrático de Economía y Estrategia en la London School of Economics, responsable de Economía y Conocimiento en la Ejecutiva de Ciudadanos, y vicepresidente de la Alianza de Partidos Liberales y Demócratas Europeos.
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