Cuando Trump se ceba con Janet Yellen
La independencia de los bancos centrales ha dado frutos, pero ahora está en vilo
Trump se ceba contra la presidenta demócrata de la Reserva Federal, Janet Yellen, como parte de su intento de demoler el (siempre mejorable) orden liberal-democrático internacional vigente desde 1945. No de perfeccionarlo, sino de reemplazarlo por una heteróclita mezcla autoritaria de las políticas económicas que acarrearon el desastre en los años treinta: extremo intervencionismo combinado con radical neoliberalismo, proteccionismo nacionalista a ultranza, destrucción de derechos individuales y sociales compensada con aparentes coberturas corporativistas.
Tiemblen ante el argumento: “No tengo nada contra Yellen, es una persona muy capaz. Pero no es republicana”, espetó Trump a la cadena CNBC el 5 de mayo. O sea, prefiero a un imbécil, si me es servil. Ataques parecidos —por aflorar previsiones económicas pesimistas si culmina el Brexit—, ha recibido el presidente del Banco de Inglaterra, el canadiense Mark Carney, de los eurohostiles de Theresa May.
Está en juego el tótem de la independencia de los bancos centrales. El envite poco bueno prefigura. Los bancos centrales han hecho cosas buenas y menos buenas, unos más y otros menos, alguno antes y otro después. Pero el requisito de su independencia (progresivamente extendido hacia casi todos ellos) ha dado frutos, al limitar los vaivenes monetarios debidos a súbitos impulsos gubernamentales sobre los tipos de cambio y al acotar las presiones sobre las decisiones monetarias. Presiones ya sociales orientadas a rebajar los altos tipos de interés, perjudiciales para endeudados y necesitados de crédito; ya del sector bancario, para subirlos, porque si son bajos perjudican sus márgenes.
Seguramente el fruto más claro de esa independencia fue el obtenido en el combate contra la superinflación consecutiva a las guerras del petróleo de 1973 y 1979. El alza de precios llegó al 13% en EE UU (al 26% en España) y el crédito bancario se elevó por las nubes. Se controló y se rompió el bucle inflación/estancamiento (estanflación). El alza de tipos salvó el abismo pero también tuvo “efectos muy negativos en la economía”, como bien relatan Ben Bernanke (Mis años en la Reserva Federal, Deusto, Barcelona 2014) y Mervin King (El fin de la alquimia, Deusto 2016).
Ahora pasa lo mismo, pero a la inversa. Gobiernos —como los de May o el futuro de Trump— serían más sensibles que los bancos centrales al clamor pro tipos altos. Y la ecuación trumpista de grandes inversiones de infraestructuras (o militares)/menores ingresos impositivos/alza de la deuda, abocará, casi seguro, a ellos. Con una Fed en manos de un mayordomo del magnate, de forma brutal, inmediata y tormentosa. En las de Yellen, de forma acompasada, previsible, profesional. La independencia matizada con transparencia, rendición de cuentas y diálogo con el Parlamento es mejor fórmula que la atadura al yugo del poder (más aún si este es histérico). Y que la independencia sin matices, propia de los ovnis.
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