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Columna
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La alternativa al cosmopolitismo dogmático y al populismo

Es necesaria una revisión razonable de la globalización con un nuevo contrato social

Antón Costas
Rafael Ricoy

Se acabó el desconcierto. Después del Brexit y del triunfo de Trump, el consenso ahora es general: detrás de las convulsiones políticas que están sufriendo las sociedades desarrolladas está la ira social provocada por la creciente desigualdad.

Una desigualdad que no es el resultado perverso de la crisis financiera y económica de 2008, sino el fruto amargo de dos décadas de una globalización financiera y comercial sin matices ni control. Un globalización que dejó abandonados en la cuneta del desempleo, de la pérdida de ingresos y de la desesperanza a la mitad de las sociedades desarrolladas. Y que vino acompañada de una ideología cosmopolita que vendió como un dogma que los frutos de la globalización acabarían llegando a todos.

Aunque esa teoría del rebose de los beneficios de la globalización no cumplió sus promesas, los gobiernos y las élites dieron por hecho que los perdedores se resignarían a su suerte. Olvidaron las lecciones de la historia. Las explosiones de ira social no se producen en el momento más agudo de las crisis económicas. Ocurren cuando la economía comienza a funcionar pero los que se han quedado varados ven como unos pocos circulan a gran velocidad mientras ellos siguen parados en un carril sin salida.

Los gobiernos de las sociedades desarrolladas y los organismos internacionales hicieron muy poco durante los años de euforia para repartir los beneficios de la globalización y compensar a sus perdedores (de la globalización). Se rompió así el vínculo entre crecimiento económico y progreso social. Un vínculo que fue fundamental en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, para reconciliar capitalismo inclusivo, igualdad y democracia.

Ahora esos gobiernos e instituciones internacionales y europeas se muestran preocupados por las potenciales consecuencias políticas de la ira social contra la desigualdad. El apoyo electoral a los populismos hace temer a los partidarios del cosmopolitismo dogmático por la continuidad de la globalización comercial y financiera y por el orden político liberal vigente desde la posguerra.

Pero, si están tan preocupados, ¿por qué no hacen algo para evitarlo?

La cuestión fundamental es si hay alternativa al cosmopolitismo dogmático y al populismo. La hay. Para verla, imaginen o, mejor, dibujen en un papel una cruz de brazos iguales. Esos dos brazos significan las dos grandes líneas de tensión a las que están sometidas nuestras sociedades. El eje vertical representa las opciones de política económica: en el extremo superior ponemos la opción por una economía abierta; en el inferior el proteccionismo y el nacionalismo económico. En el eje horizontal ubicamos las opciones para la organización de la sociedad. En el extremo izquierdo ponemos la opción por una sociedad individualista; en el otro extremo, la opción por una sociedad solidaria con mecanismos sociales de cobertura de riesgo e igualdad de oportunidades. Así dibujada la cruz, nos aparecen cuatro celdillas que representan las cuatro opciones para hacer frente a la actual situación.

La celdilla superior izquierda combina el mantenimiento de la libertad total de capitales y de comercio de la actual globalización con una sociedad de tipo individualista. Es la opción del cosmopolitismo dogmático que siguen ofreciendo las élites. Y, en el caso europeo, la Comisión y los gobiernos de la zona euro. Sus resultados saltan a la vista. Rompen las sociedades y fomentan el populismo político.

La celdilla inferior izquierda combina el retorno al proteccionismo y al nacionalismo económico con una visión individualista y racista de la sociedad. Es la opción que ofrecen los populismos de extrema derecha, tipo Trump en EE.UU. El resultado será la polarización y la fragmentación social interna y la quiebra del orden económico liberal internacional vigente desde la postguerra.

La celdilla inferior derecha combina también el proteccionismo y nacionalismo económico pero con una visión colectivista de la sociedad. Es la que ofrecen los populismos nacionalistas de izquierda y los independentistas. Es un retorno a fórmulas que han fracasado en el pasado.

La cuarta, -la de la celda superior derecha-, combina una revisión razonable de la globalización con un nuevo contrato social que compense a los perdedores y reparta mejor los beneficios del crecimiento. Esta es la alternativa al cosmopolitismo dogmático y a los populismos. El problema es que, hoy por hoy, este espacio carece de opciones políticas.

Sin embargo, el conocimiento económico producido en los últimos años está ofreciendo propuestas para elaborar esta alternativa. Junto con mi colega Xosé Carlos Arias acabamos de publicar un ensayo escrito a cuatro manos que busca contribuir a este esfuerzo por encontrar una alternativa viable al cosmopolitismo dogmático y a los populismos ("La nueva piel del capitalismo", Galaxia Gutemberg).

Pero el conocimiento económico no es poder político. Las nuevas ideas económicas para reducir la desigualdad y para fomentar un crecimiento económico y un capitalismo inclusivo necesitan impregnar a los progresistas de izquierda y de derecha. Y lograr la reconstrucción del centro político que en las tres décadas centrales del siglo pasado logró reconciliar capitalismo, igualdad y democracia. Ese vuelve a ser el principal reto del siglo XXI.

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