¿Por qué Trump?
En los viajes que he hecho por todo el mundo durante las últimas semanas se me ha pedido, repetidamente, que responda a dos preguntas: ¿es concebible que Donald Trump pueda ganar la presidencia de Estados Unidos? y ¿cómo es posible que la candidatura de Donald Trump haya llegado tan lejos?
En cuanto a la primera pregunta, a pesar de que hacer pronósticos políticos es aún más difícil que hacerlos sobre la economía, se puede decir que as probabilidades se inclinan fuertemente a favor de Hillary Clinton. Aún así, el por qué ambos competidores se encuentran tan cerca entre sí en la carrera (al menos hasta hace muy poco) ha sido un misterio: Hillary Clinton es una de las personas más cualificadas y mejor preparadas que se haya postulado a la presidencia de Estados Unidos, mientras que Trump es una de las menos cualificadas y peor preparadas. Es más, la campaña republicana ha sobrevivido a comportamientos por parte de Trump que habrían puesto fin a las posibilidades de cualquier otro candidato en el pasado.
Entonces, ¿por qué los estadounidenses están jugando a la ruleta rusa (con esto se quiere decir que existe al menos una posibilidad entre seis de una victoria de Trump)? Quienes están fuera de EE UU quieren saber la respuesta, ya que, aunque no tengan influencia sobre el resultado, también les afecta. Y eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿por qué el Partido Republicano nomina a un candidato rechazado incluso por sus propios líderes?
Obviamente, existen muchos factores que permitieron que Trump llegase hasta aquí derrotando a otros 16 rivales durante las primarias republicanas. La personalidad de los candidatos sí importa, y hay quienes realmente se sienten atraídos por la personalidad de reality show de Trump.
Sin embargo, hay otros factores subyacentes que también parecen haber contribuido a lo ajustada que está la carrera electoral. Para empezar, muchos estadounidenses sí están económicamente peor de lo que estaban hace un cuarto de siglo. El ingreso medio de los hombres que trabajan a tiempo completo es menor que el de hace 42 años, y es cada vez más difícil que las personas con educación limitada consigan un trabajo a tiempo completo que pague un salario digno.
El republicano refleja un descontento justificado entre los estadounidenses más pobres, pero lo que propone no hará sino empeorar las cosas
De hecho, los salarios reales (ajustados a la inflación) en la parte inferior de la distribución de ingresos están más o menos donde estaban hace 60 años. Por lo tanto, no es sorprendente que cuando Trump dice que la situación económica está podrida encuentre un público numeroso y receptivo. Pero Trump se equivoca en cuanto al diagnóstico y a la receta. La economía de Estados Unidos ha tenido un buen desempeño, en su conjunto, durante las últimas seis décadas: el PIB ha aumentado casi seis veces. Sin embargo, los frutos de ese crecimiento beneficiaron a un número relativamente pequeño de personas que se encuentran en la parte superior de la distribución de los ingresos —los de personas parecidas a Trump—. Esto ocurre, en parte, gracias a los recortes masivos de impuestos que Trump, en caso de ganar, ampliaría y reforzaría.
Simultáneamente, las reformas que los líderes políticos prometieron que iban a destinarse a garantizar prosperidad para todos —como las del comercio exterior y la liberalización financiera— no han cumplido con su cometido; nada más lejos. Y aquellas personas cuyo nivel de vida se ha estancado o disminuido han llegado a una sencilla conclusión: los líderes políticos de Estados Unidos o bien no sabían lo que decían o mentían (o ambas cosas).
Trump quiere echar la culpa de todos los problemas de Estados Unidos al comercio exterior y a la inmigración. Trump se equivoca. EE UU se habría tenido que enfrentar a la desindustrialización incluso sin un comercio más libre: el empleo mundial en la industria manufacturera ha ido disminuyendo, con aumentos de productividad superiores al crecimiento de la demanda.
El que, por su parte, los acuerdos comerciales hayan fracasado no se debe a que EE UU fuera menos listo que sus socios comerciales. El motivo es que los intereses de las grandes empresas han sido los que han dado forma a la agenda de comercio exterior de Estados Unidos. Las corporaciones estadounidenses hicieron su trabajo, y fueron los republicanos quienes han bloqueado los esfuerzos por garantizar que los estadounidenses perjudicados por los acuerdos comerciales recibieran su parte de los beneficios.
Consecuentemente, muchos ciudadanos se sienten atacados por fuerzas fuera de su control, que llevaron a resultados que son claramente injustos. Cosas que desde hace mucho se daban por sentadas —que Estados Unidos es una tierra de oportunidades y que a cada generación le va a ir mejor que a la anterior— se han puesto en duda. La crisis financiera mundial puede haber sido un punto de inflexión para muchos votantes: su propio Gobierno salvó a los banqueros ricos que habían llevado al país al borde de la ruina, mientras que, aparentemente, no hizo casi nada por favorecer a los millones de estadounidenses comunes y corrientes que perdieron sus empleos y viviendas. El sistema no sólo produjo resultados injustos, sino que parecía estar amañado para producir dichos resultados injustos.
El apoyo que recibe Trump se basa, al menos en parte, en la ira generalizada derivada de que la pérdida de confianza en el Gobierno. Sin embargo, las políticas propuestas por Trump harían que una mala situación se convierta en una mucho peor. Sin duda, otra dosis de economía por goteo del tipo que él promete, con reducciones de impuestos destinadas casi en su totalidad a las grandes empresas y a los estadounidenses ricos, produciría resultados que no serían nada mejores que los obtenidos la última vez que se intentó poner en marcha esa clase de medidas.
De hecho, el lanzamiento de una guerra comercial con China, México, y otros socios comerciales de Estados Unidos, tal como promete Trump, haría que todos los estadounidenses se empobrecieran más y crearía nuevos obstáculos a la cooperación mundial necesaria para hacer frente a problemas mundiales de importancia crítica, como el Estado Islámico, el terrorismo mundial, y el cambio climático. Usar dinero que podría ser invertido en tecnología, educación o infraestructura para construir un muro entre Estados Unidos y México desperdiciaría recursos por partida doble.
Hay dos mensajes que las elites políticas estadounidenses deben escuchar. Las simplistas teorías neoliberales y de fundamentalismo de mercado que han dado forma a muchas de las políticas económicas durante las últimas cuatro décadas son gravemente desorientadoras, ya que el crecimiento del PIB al que conducen llega a precio de una desmesurada elevación de la desigualdad. La economía por goteo no funcionó y no funcionará. Los mercados no existen en un vacío. La “revolución” Thatcher-Reagan, que reescribió las reglas y reestructuró los mercados en beneficio de aquellos en la parte superior de la distribución de ingresos, tuvo mucho éxito en cuanto a aumentar la desigualdad, pero fracasó completamente en su misión de aumentar el crecimiento.
Esto nos lleva al segundo mensaje: una vez más tenemos que reescribir las reglas de la economía; esta vez para cerciorarnos de que los ciudadanos comunes y corrientes se beneficien. Los políticos en EE UU y en el resto del mundo, que ignoran esta lección deberán ser responsabilizados. El cambio implica un riesgo. Sin embargo, el fenómeno Trump –y una cantidad no despreciable de fenómenos políticos similares en Europa– han puesto de manifiesto los riesgos muy superiores que conlleva no prestar atención a este mensaje: sociedades divididas, democracias socavadas y economías debilitadas.
Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de economía, es profesor universitario de la Universidad de Columbia y economista en jefe de la Institución Roosevelt. Su libro más reciente es The Euro: How a Common Currency Threatens the Future of Europe. Traducción del inglés de Rocío L. Barrientos.
© Project Syndicate, 2016.
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