El juego de las mentiras
Dejemos la crítica teatral a los críticos: si Trump dice más falsedades que Clinton, hay que decirlo
Esto es algo que casi con toda seguridad ocurrirá en el debate presidencial del lunes: Donald Trump mentirá grotesca y repetidamente sobre diversos asuntos. Mientras tanto, puede que Hillary Clinton diga un par de cosas falsas. O puede que no.
Y esto es lo que no sabemos: ¿intervendrán los moderadores cuando Trump lance una de sus famosas, y a menudo reiteradas, falsedades? Si afirma, una vez más, que se opuso a la guerra de Irak desde el principio —cosa que no hizo—, ¿le recordarán que no es cierto? Si afirma haber renunciado hace años a la teoría de que Obama no es estadounidense, ¿señalarán los moderadores que reincidió en ella hace unos cuantos meses? (De hecho, parece estar desdiciéndose de haber admitido, la semana pasada, de que el presidente Obama sí que nació en Estados Unidos). Si dice una vez más que Estados Unidos es el país con más impuestos del mundo —lo cual no es cierto—, ¿le llevará alguien la contraria, aparte de Clinton? ¿Y, tras el debate, transmitirán los medios de comunicación la asimetría de lo sucedido?
Tal vez se pregunten cómo estoy seguro de que un candidato mentirá mucho más que el otro. La respuesta es que, a estas alturas, contamos con un largo historial tanto de Trump como de Clinton; gracias a organismos no partidistas que comprueban los hechos, como PolitiFact, hasta podemos cuantificar la diferencia.
PolitiFact ha analizado 258 declaraciones de Trump y 255 de Clinton, y las ha clasificado según una escala que va de "verdadero" a "mentira gordísima". Se podrían criticar algunas de las opiniones, pero en general están en lo cierto. Y nos muestran a dos candidatos que viven en universos morales diferentes en lo tocante a la sinceridad. Trump tiene 48 mentiras gordísimas, mientras que Clinton solo seis; el candidato del Partido Republicano tiene 89 afirmaciones falsas, y la demócrata, 27.
Salvo que uno de los candidatos experimente una crisis nerviosa o una conversión religiosa en los próximos días, el debate seguirá una trayectoria similar. Así que, ¿cómo se debería informar sobre él? Partamos de la base de que no es posible profundizar en cualquier afirmación cuestionable que haga un candidato (el tiempo, el espacio y la atención de los lectores y los espectadores son limitados). Lo que propongo es que los periodistas y los canales informativos traten el tiempo y la atención disponibles como una especie de presupuesto que debe repartirse entre toda la cobertura informativa.
Lo que hacen las empresas cuando tienen que asignar fondos es establecer una "tasa crítica de rentabilidad", la rentabilidad mínima que un proyecto debe ofrecer para que se lleve a cabo. Si lo aplicamos a informar sobre falsedades, equivaldría a dedicar minutos de emisión o centímetros de página a aquellas afirmaciones cuya falsedad supere cierto grado de intolerabilidad (es decir, mentiras evidentes sin una pizca de verdad que las redima). Según la clasificación de PolitiFact, se corresponderían con afirmaciones catalogadas como falsas o mentiras gordísimas.
Y si el debate se parece en algo a la campaña que se ha hecho hasta ahora, sabemos lo que significa eso: un análisis de la información que dedique al menos cinco veces más espacio a las falsedades de Trump que a las de Clinton.
Si su reacción es "Oh, no pueden hacer eso; parecería un sesgo partidista", acaban de poner de manifiesto cuál es el gran problema de la cobertura informativa de estas elecciones. Porque yo no pido que los medios de comunicación tomen partido; solo pido que informen de lo que de verdad pasa, independientemente del candidato que sea. De hecho, cualquier información que no refleje con precisión la enorme distancia que separa a ambos candidatos en cuanto a su sinceridad, equivale a engañar a los lectores y ofrecerles una imagen distorsionada que favorece al que más miente.
Pero, por supuesto, hay una fuerte presión sobre los medios de comunicación para que incurran en esa distorsión. Señalen una mentira de Trump y recibirán algunos mensajes bastante sorprendentes; y si dejamos a un lado los ataques contra la raza o grupo étnico del crítico, las acusaciones de traición, etcétera, la mayoría de esos mensajes dirán que uno es un mal periodista porque no critica a ambos candidatos por igual.
Una reacción demasiado habitual a dichos ataques consiste en renunciar por completo a la responsabilidad de comprobar los hechos, y sustituirla por una crítica teatral: da igual que lo que ha dicho el candidato sea cierto o falso, ¿cómo se interpretó? ¿Qué "impresión" causó? ¿Cuál fue la "óptica"?
Pero la crítica teatral es para los críticos de teatro; el periodismo debería informar a los ciudadanos de lo que realmente pasó, no dedicarse a la especulación sobre el modo en que otros podrían reaccionar ante lo sucedido.
Ahora bien, ¿qué diré si Trump miente menos de lo que preveo y Clinton miente más? Es fácil: contaré la verdad. Pero sin relativizarla. Si Trump solo miente tres veces más que Clinton, la noticia debería ser que ha mentido mucho más que ella, no que él no lo ha hecho tan mal como se esperaba.
Una vez más, no pido que los medios de comunicación tomen partido; los periodistas deben limitarse a hacer su trabajo, que es informar de los hechos. Puede que no sea fácil, pero hacer lo correcto rara vez lo es.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.
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