Del ‘Brexit’ al futuro
Existen alternativas al actual régimen neoliberal, y pueden crear prosperidad compartida
Pasará mucho tiempo antes de que Gran Bretaña y Europa asimilen, en su plenitud, las implicaciones del referendo Brexit del Reino Unido. Las consecuencias más profundas, por supuesto, dependerán de la respuesta de la Unión Europea a la retirada británica. En un principio, la mayoría de las personas asumen que la UE no “se autocastigará”. Al fin y al cabo, un divorcio amigable parece ser lo mejor para todos. Sin embargo, el divorcio, podría llegar a ser problemático.Los beneficios del comercio y la integración económica entre el Reino Unido y la UE son mutuos y si la UE tomó en serio su convicción de que una mayor integración económica es la mejor alternativa, sus líderes deberían buscar garantizar los vínculos más cercanos posibles teniendo en consideración las circunstancias. Sin embargo, Jean-Claude Juncker, el arquitecto de los mecanismos de evasión de impuestos corporativos masivos de Luxemburgo y hoy presidente de la Comisión Europea, está tomando una línea dura: “fuera significa fuera”, dice él.
Es posible que esta reacción precipitada sea comprensible, si se tiene en cuenta que Juncker puede llegar a ser recordado como la persona que presidió la etapa inicial de disolución de la UE. Él argumenta que para disuadir a otros países que pudiesen querer salir de la UE, se debe actuar de manera inflexible; y, se debe ofrecer al Reino Unido un poco más de lo que ya está garantizado mediante los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En otras palabras, no se le debe mantener unido a Europa por los beneficios que brinda, incluso si estos superan con creces los costes. La prosperidad económica, el sentido de la solidaridad y el orgullo de ser un europeo no son suficientes, según Juncker. Se le debe mantener unido a Europa mediante amenazas, intimidación y miedo.
Esa posición ignora una lección enseñada tanto por el voto Brexit como por las elecciones primarias del Partido Republicano de Estados Unidos: grandes porciones de la población no tienen una vida próspera. La agenda neoliberal de las últimas cuatro décadas puede haber sido buena para el 1% en la cúspide de la pirámide, pero no lo fue para el resto. Predije tiempo atrás que, con el pasar del tiempo, llegaría el día en el que este estancamiento tendría consecuencias políticas. Ese día ya ha llegado. A ambos lados del Atlántico, los ciudadanos culpan a los acuerdos comerciales, señalándolos como una de las fuentes de sus males. Si bien esa es una simplificación excesiva, es comprensible. Los tratados comerciales de hoy en día se negocian en secreto, en estos tratados los intereses corporativos están muy bien representados, pero los ciudadanos o trabajadores de a pie están completamente excluidos. Como era de esperar, los resultados han sido parcializados: la posición de negociación de los trabajadores se ha debilitado aún más, agravando los efectos que tienen las leyes que socaban los derechos de sindicatos y empleados.
Si bien los tratados comerciales desempeñaron un papel en la creación de esta desigualdad, hubo mucho más que contribuyó a inclinar la balanza política en dirección al capital. Las normas de propiedad intelectual, por ejemplo, han aumentado el poder que tienen las compañías farmacéuticas para elevar los precios. Sin embargo, cualquier aumento en el poder de mercado de las corporaciones de hecho se traduce en una reducción de los salarios reales. Hoy en día, el aumento de la desigualdad se ha convertido en una característica principal de la mayoría de los países avanzados.
A lo largo y ancho de muchos sectores, la concentración industrial es cada vez mayor, así como también lo es el poder del mercado. Los efectos de los salarios reales estancados y en descenso se han combinado con los efectos de la austeridad, lo que hace que se ciernan amenazas de recortes de los servicios públicos, de cuyas prestaciones sociales dependen grandes cantidades de trabajadores de medianos y bajos ingresos. La incertidumbre económica resultante para los trabajadores, al combinarse con la migración, fermentó una pócima tóxica. El Occidente contribuyo a muchas de las guerras y opresiones de las que hoy son víctimas los refugiados. Proporcionar ayuda es una responsabilidad moral de todos, pero sobre todo de las potencias que en el pasado fueron colonizadoras.
A ambos lados del Canal de la Mancha, la clase política debería entender cómo hizo tan poco por abordar las preocupaciones de tantos ciudadanos
Y, sin embargo, a pesar de que muchos podrían negarlo, un aumento en la oferta de mano de obra poco cualificada conduce —siempre y cuando se tengan curvas de demanda normales con pendientes negativas— a salarios de equilibrio más bajos. Y, cuando los salarios no se pueden bajar, o no se los baja, el desempleo aumenta. Esto es más preocupante en los países donde la mala gestión económica ya ha causado un nivel alto de desempleo. Europa, especialmente en la zona euro, ha sido mal administrada durante las últimas décadas, hasta llegar al punto de que su desempleo promedio es de dos dígitos. La migración libre dentro de Europa, de manera predecible, se traduce en que los países que han tenido un mejor desempeño en cuanto a la reducción del desempleo van a ser los que terminen con una proporción de refugiados superior a la que se consideraría como equitativa. Los trabajadores de estos países asumen el costo de los salarios disminuidos y el aumento del desempleo, mientras que los empleadores se benefician de tener a disposición mano de obra barata. No es de extrañar que la carga de los refugiados recaiga sobre quienes tienen menor capacidad para llevar su peso. Por supuesto, se habla mucho acerca de los beneficios netos de la migración de lugares menos poblados a lugares más poblados. En el caso de un país que proporciona a todos sus ciudadanos un bajo nivel de prestaciones garantizadas —niveles bajos de protección social, educación, salud y otros— eso sí puede ser cierto. Sin embargo, en países que proporcionan una red de seguridad social bastante decente es todo lo contrario.
El resultado de toda esta presión a la baja que se ejerce sobre los salarios y para incrementar los recortes en los servicios públicos ha aniquilado a la clase media, extrayendo sus entrañas; y ha tenido consecuencias similares en ambos lados del Atlántico. Los hogares de clase media y trabajadora no han recibido los beneficios del crecimiento económico. Ellos son conscientes de que los bancos son los causantes de la crisis del año 2008; sin embargo, acto seguido vieron que se destinaron miles de millones para salvarlos y montos triviales para salvar sus hogares y puestos de trabajo. Si se considera que el ingreso promedio real (ajustado por la inflación) de un trabajador a tiempo completo en EEUU está en un nivel más bajo del que estuvo hace cuatro décadas, la presencia de un electorado enojado no debería causar ninguna sorpresa.
Añadido a esto, los políticos que prometieron el cambio no cumplieron con lo esperado. Los ciudadanos de a pie sabían que el sistema no era justo, pero se enfrentaron a la realidad de que el sistema es incluso más amañado de lo que habían imaginado, y perdieron la poca confianza que aún tenían en la capacidad o la buena voluntad de los políticos tradicionales para corregir dicha situación. Eso, también, es comprensible: los nuevos políticos compartían la visión de futuro de aquellos quienes habían prometido que la globalización beneficiaría a todos. Sin embargo, emitir un voto iracundo no resuelve los problemas, y puede hacer que una situación política y económica pase de la sartén a las brasas. Esta apreciación también es válida con respecto a la respuesta que se da frente a dicho voto iracundo.
El pasado pisado es un principio básico en economía. A ambos lados del Canal de la Mancha, el ámbito político ahora debería dirigir sus esfuerzos a comprender cómo, dentro de una democracia, la clase política pudo hacer tan poco por abordar las preocupaciones de tantos ciudadanos. Todos y cada uno de los gobiernos de la UE deben ahora considerar la mejora del bienestar de los ciudadanos de a pie como su objetivo principal. Una mayor cantidad de ideología neoliberal no ayudará en absoluto. Y, debemos dejar de confundir los fines con los medios: por ejemplo, el libre comercio, en el caso de ser bien administrado, podría traer mayor prosperidad compartida; pero, mal administrado, reducirá el nivel de vida de muchos ciudadanos, posiblemente de la mayoría.
Existen alternativas al actual régimen neoliberal, son alternativas que pueden crear prosperidad compartida, al igual que también hay alternativas —como el Acuerdo Transatlántica para el Comercio y la Inversión con la UE que propone el presidente estadounidense Barack Obama— que podrían causar muchísimo más daño. Hoy el desafío es aprender del pasado con el fin de abrazar las alternativas mencionadas primero y evitar las segundas.
Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de Economía, profesor universitario de la Universidad de Columbia y economista jefe del Instituto Roosevelt. Su libro más reciente es Rewriting the Rules of the American Economy.
Copyright: Project Syndicate, 2016.
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