Viviremos en ciudades camaleónicas
La sostenibilidad de las urbes pasa por la constante adaptación ante los efectos del cambio climático
Si cae una lluvia torrencial y un parque se inunda, el cuento se ha acabado. Los niños a sus casas, la arena enfangada y unos charcos que pueden parecer lagunas. O no. Si ese parque pudiera mutar como un camaleón, si pudiera adaptarse a los avatares climáticos, ese chaparrón le vendría hasta bien. Se formarían lagunas en las que crecería vegetación y brotaría una flora específica de humedal. Incluso alguna mente osada aventuraría nuevos juegos acuáticos. El ejemplo, expuesto en el Foro de las Ciudades organizado por IFEMA, es una muestra de un trabajo real y una señal de cómo las ciudades y sus espacios se diseñan, cada vez más, para ser moldeables. Para ser resilientes.
En psicología, desde hace tiempo, la resiliencia se refiere a la voluntad individual de superar un trauma. La Real Academia recoge el término desde 2010 como la "capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos". Ahora, y como ya le pasó a la palabra sorpasso, la resiliencia empieza a colarse en ámbitos generalistas, como el del desarrollo urbano.
¿Qué es la resiliencia en la ciudad? Es preservar nuestros espacios y hacerlos resistentes ante cualquier circunstancia social, económica y, sobre todo, ambiental. 100resilientcities.org, una organización que ayuda a las urbes que entran en su programa a mejorar su adaptabilidad, define así el concepto en su lema: Resiliencia es tratar de sobrevivir y prosperar independientemente del desafío. Las instituciones europeas ya equiparan amenazas que hace un tiempo eran incomparables: la subida de las aguas en Venecia es igual de preocupante que el desempleo en el cinturón industrial estadounidense, o que la corrupción en México, que le cuesta al país unos 100.000 millones de dólares al año.
Alrededor del mundo hay pueblos, ciudades y barrios resilientes. Y en muchos la resiliencia empieza por el elemento vital, el agua. En Roskilde, una pequeña ciudad danesa de no más de 50.000 habitantes, hay un skatepark que se llena a modo de estanque cada vez que cae una buena lluvia, y ese depósito pluvial se utiliza cuando es necesario. En Portland, Estados Unidos, rige el grey to green (de gris a verde). Sus infraestructuras urbanas (tejados, acequias, calles) están diseñadas para captar las precipitaciones y redirigirlas como si fueran una corriente natural a sus espacios verdes.
"Las ciudades no son sostenibles: importan recursos, que son finitos, y exportan desorden. Esto nos conduce a la entropía", explica Luis Jiménez, presidente de la Asociación Sostenibilidad y Progreso de las Sociedades. "Para frenar este deterioro y hacer sostenible una ciudad hay que hacerla más orgánica, hacer que se adapte al entorno y no el entorno a ella". El académico tiene claras las características de la resiliencia: elasticidad, recuperación y adaptación a lo venidero.
Las ciudades ocupan el 2% de la superficie terrestre y son responsables de aproximadamente el 60% de las emisiones de CO2 del planeta. Necesitamos, según los expertos consultados, paradigmas específicos, locales, y mucha planificación sensata. "En la antigüedad las ciudades tardaban décadas en construirse. Ahora muchas urbes de los países emergentes se terminan en tres, diez años. Si se cometen fallos no hay tiempo ni dinero para corregirlas. Hay que actuar 'antes de'", argumenta Carmen Sánchez Miranda, jefa de la oficina de ONU-Habitat en Madrid.
Concebir una ciudad moldeable, flexible y sostenible es una de las líneas de pensamiento que se han expuesto en el Foro de Soluciones Medioambientales Sostenibles, evento que agrupa a varias ferias del sector, además de dar cobijo al citado Foro de las Ciudades.
Empezar por el agua
"Si miras España desde Google Earth verás que el amarillo es el color predominante de la península. No olvidemos que somos un país predesértico. Hay que trabajar con los paisajes amarillos", argumenta Cristina del Pozo, directora del máster en arquitectura del paisaje de la universidad San Pablo CEU. Del Pozo propone además fomentar la plantación de árboles que, por sus características, se adecuen al clima peninsular, cada vez más árido: "Las especies con copas densas dan sombra natural y reducen la sensación de calor. También es importante que estos árboles tengan bajos requerimientos hídricos", señala.
"El ejemplo del agua es fundamental", incide Jordi Morató, director de la cátedra de sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Cataluña. "Hoy en día hay muy poca gente que aproveche el agua de lluvia, y en cuanto cae al suelo se contamina. Y depurarla es cara". Morató pone como ejemplo a Medellín, ciudad más innovadora del mundo en 2013, y a Salvador de Bahía, una tierra aquejada por la sequía en la que la mentalidad cambió al darle una vuelta a su eslogan: pasaron de La lucha contra la sequía a Convivencia con el semiárido. También Detroit, donde se ha llevado a cabo una de las reconversiones más emblemáticas, se alza en la actualidad como símbolo de resistencia urbana.
¿Cómo convencernos para que aguantemos junto a nuestras ciudades, cómo implicarnos en la resiliencia? "Es vital adaptarse antes de que lleguen las crisis", afirma Esperanza Caro, directora general de economía y comercio de Sevilla y miembro de la Red de Ciudades por el Clima. "Si no hemos sido formados aprendemos solo cuando nos dan un palo". Morató opina que los "shocks" son los que nos hacen a volver a buenos hábitos, algunos de ellos "ancestrales". "¿Por qué no cambiamos? Hay que luchar contra las inercias del pasado", apostilla.
La ciudad como laberinto de problemas y soluciones, la ciudad como tablero de ajedrez, la ciudad protectora de lo bueno que tenemos. La importancia de la urbe ya la predijo Ban Ki-moon: "La batalla por la sostenibilidad se ganará o perderá en las ciudades".
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