El capitalismo y sus descontentos
Hace sólo una década el panorama era radicalmente diferente. Una combinación de circunstancias favorables había hecho aparecer al capitalismo como un sistema benigno y amable. La caída del muro de Berlín le había dejado como ganador de la guerra fría contra el sistema de economía planificada soviética. La economía capitalista parecía haber entrado en una etapa de estabilidad y crecimiento indefinido (“Great moderation”). Y el llamado capitalismo popular parecía capaz de ampliar su base social con una creciente clase media patrimonial.
Esa visión idílica se ha deshecho como un castillo de arena. Como ocurre cuando baja la marea, que deja al descubierto los peligros, la crisis financiera de 2008 permitió ver la enorme desigualdad y pobreza que se había ido creando en los años de euforia, una desigualdad que la pleamar del crédito y el endeudamiento familiar había escondido. La gran recesión posterior no ha hecho sino empeorar esa situación.
Como consecuencia, el descontento social con el capitalismo ha ido en aumento. Un descontento alimentado no sólo por la rabia de unas políticas injustas, sino, también por la inseguridad, la incertidumbre y el miedo al futuro.
¿Cuáles son los riesgos? Que ocurra algo similar a lo sucedido en las primeras décadas del siglo pasado cuando en circunstancias similares los descontentos con el capitalismo llevaron a apoyar a los populismos que en Europa derivaron en nacionalismos extremos y en fascismos de variado tipo. La sociedad liberal se derrumbó. Sólo después de dos guerras la democracia y una relativa igualdad retornaron de la mano de la socialdemócratas y los cristiano demócratas que apoyaron un modelo de economía de mercado pragmático con el Estado social como instrumento esencial para garantizar las oportunidades y la cobertura de riesgos sociales.
Viendo el auge del nuevo nacionalismo norteamericano de Donald Trump o el crecimiento de los populismos xenófobos de derechas en países como Austria o Francia me asalta el temor de estar viviendo una efemérides inquietante. Pero si alguna cosa hubiera de sorprender en esta nueva reacción populista es que haya tardado tanto en aparecer. Las semillas estaban plantadas desde los años noventa.
¿Qué ha fallado con el capitalismo actual? A mi juicio, dos cosas.
La cuestión es elegir un tipo de capitalismo que sea compatible con la igualdad y la democracia
Por un lado, los cambios dentro del capitalismo. Muchas actividades económicas han dejado de estar gobernadas por las fuerzas de la competencia y se han monopolizado, incluyendo las relacionadas con las nuevas tecnologías de las redes. Por otro, el equilibrio de poder dentro del capitalismo ha cambiado en beneficio de las finanzas y de las grandes corporaciones multinacionales. La desigualdad actual tiene su causa principal en esta monopolización y financiarización de la economía.
Por otra parte, el clima de optimismo dogmático que dominó el análisis y la política económica. Ideas como las de un mundo plano y sin fronteras, la globalización como fuerza pacificadora universal, o los mercados financieros como nuevos dioses que disponen de toda la información para tomar decisiones racionales y sin riesgo han llevado a una economía arrogante y vulgar. Una economía basada en un pensamiento abstracto, que, además, ha demonizado el papel del Estado social.
Además, en un giro político sorprendente, los partidos conservadores han dejado de serlo y han hecho suyo el viejo ideal revolucionario del progreso indefinido. El proyecto modernizador que defienden es una bomba de destrucción del Estado social construido en la postguerra y que vale la pena conservar, aunque haya que actualizar.
¿Qué hacer? Tenemos dos opciones. La primera es dejarse llevar por el fatalismo de lo inevitable, no hacer nada y esperar a que los trenes del capitalismo y la democracia choquen para que las cosas comiencen a cambiar. Es decir, confiar en que las “fuerzas malignas” (las guerras, los conflictos sociales), que según Branko Milanovic -un reconocido experto en el estudio de la desigualdad- actuaron en el período de entreguerras para corregir la desigualdad vuelvan ahora a hacerlo.
La segunda opción es reactivar los valores de la sociedad liberal y los principios de la economía de mercado. Preguntarnos, en primer lugar, por lo que nos une como sociedad para regenerar el pegamento que en el pasado reconcilió capitalismo con igualdad y democracia. Y, en segundo lugar, poner en marcha una política radical contra las prácticas monopolísticas y de cartelización que impiden la competencia, esquilman a los consumidores con precios de monopolio y profundizan la desigualdad.
De no reaccionar el riesgo es que los desencantos con el capitalismo lleven a una retórica anticapitalista fuera de tiempo y lugar. Porque, en frase afortunada de Giorgo Ruffolo, el capitalismo tiene los siglos contados. Por lo tanto, la cuestión es elegir un tipo de capitalismo que sea compatible con la igualdad y la democracia.
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