Un invierno seco amenaza la cosecha
La sequía aumenta los costes y dificulta las producciones agrícolas de cereal, olivo, cítricos y hortalizas. Los embalses están por debajo de la media de la última década
La lluvia que ha aparecido tímidamente en los últimos días no es, ni de lejos, suficiente para rebajar las cuitas de los agricultores tras un otoño cálido y seco y unas previsiones para el invierno que apenas dejan espacio al optimismo. “A ver si aguanta”, dice mirando al cielo nublado Gregorio López Martínez, de 73 años, en un campo de olivos junto al embalse de Giribaile, en Jaén. Los embalses españoles están al 55,6% de su capacidad —casi 15 puntos menos que hace un año y un punto por debajo de la media de la última década—, pero este de Giribaile está al 40%. La cota de agua ha bajado tanto allí que ha quedado completamente al descubierto el puente de Ariza, una joya de ingeniería del Renacimiento, construida en el siglo XVI, que permanece normalmente sumergida en medio del pantano.
Pero la imagen de la sequía que más le importa a López Martínez, agricultor de Úbeda y presidente en Jaén de la asociación COAG, es la del puñado de olivas pequeñas y arrugadas que sostiene ahora en las manos. “La aceituna no ha acabado bien”, explica, y augura una campaña —están en plena recogida— por debajo de los pronósticos de producción de aceite. El olivo es uno de los cultivos más afectados por la escasez de agua, no solo por esta campaña, sino sobre todo porque pone en peligro la próxima: si en invierno no hay agua suficiente, los árboles llegarán muy débiles a la siguiente cosecha.
Pero la aceituna no es la única damnificada. Después de un mes de mayo extraordinariamente seco y cálido que dejó importantes pérdidas (las asociaciones calculan varios cientos de millones de euros en uvas, cereales y cítricos), la falta de lluvias de los últimos meses supone un incremento de los costes de producción en los cultivos de regadío; por ejemplo, para las hortalizas y el cítrico levantinos. En los de secano (que suponen el 92% de la superficie agraria española) están poniendo directamente en serios aprietos la viabilidad en toda la península Ibérica de la cosecha de invierno de cereales como el trigo, la cebada, el centeno o la avena.
López Martínez suele plantar trigo allí donde no puede poner olivos. “Lo sembramos en noviembre y, un mes y medio después, mira”, dice señalando a un campo de hierbecillas de poca altura entre numerosas calvas de tierra. Los cereales se están teniendo que plantar este año prácticamente en secarrales que retrasan su nacimiento y crecimiento. Además, tienen el problema añadido de las plagas causadas por un calor impropio de este periodo del año; el gusano del alambre, por ejemplo, ha dañado cosechas en Extremadura y Castilla y León. “Las heladas y el agua habrían acabado con ellos”, señala el presidente de Asaja Salamanca, Luis Ángel Cabezas. Si todo sale mal, sería posible plantar semillas de ciclo corto para salvar la campaña. Pero, de nuevo, esas raíces necesitarían agua.
En los regadíos, la falta de lluvia se puede compensar artificialmente, pero con el consecuente aumento de costes por la electricidad necesaria para llevar el agua a los terrenos sembrados. Pero al presidente estatal de COAG, Miguel Blanco, le preocupa también, y mucho, qué pasará si no ha llovido suficiente cuando en abril las confederaciones hidrográficas decidan cuánto agua se destinará en 2016 a los regadíos, teniendo en cuenta que la superfie dedicada a estos cultivos se ha multiplicado por 21 desde 2002, hasta llegar a los 1,6 millones de hectáreas actuales.
Calores a destiempo
El campo no solo está sufriendo por el agua. Por ejemplo, aunque los cítricos levantinos se están regando más para compensar la escasez de lluvia, las elevadas temperaturas les están provocando lo que, en términos coloquiales en el sector, se denomina “bufado”, es decir, una cáscara más gorda y separada de la carne del fruto que empeora su aspecto y dificulta su conservación. Según la organización agraria Unión de Uniones Comunidad Valenciana, habrá graves daños en el sector que se suman a la caída de la producción del 20% la primavera pasada. Entonces, el inusual calor del mes de mayo tiró al suelo gran parte de las naranjas; hubo pérdidas de 60 millones de euros, según Asaja.
Y los pronósticos de las agencias meteorológicas no son buenos: “Habrá temperaturas por encima de lo normal para invierno y lluvias irregularmente repartidas, pero con valores también por debajo de lo normal”, explica el catedrático de Análisis Geográfico de la Universidad de Alicante Jorge Olcina. “Las condiciones de sequía que ya se están manifestando van a continuar, de hecho, estamos viendo cómo las reservas de agua que se acumularon en el invierno y primavera pasada se están agotando con rapidez”, añade.
En Úbeda, la mayoría de sus 35.000 habitantes vive directa o indirectamente de la aceituna, asegura López Martínez desde uno de los miradores del municipio, ante un campo inmenso olivos que cubre el horizonte hasta la Sierra de Cazorla. La mayoría son ya de regadío (aunque la proporción en España es 72% a favor del secano), pero tanto unos como otros necesitarán agua. “Dicen que siempre estamos mirando al cielo, con la esperanza puesta”, se resigna, y se encoge de hombros cuando oye hablar de las predicciones que dicen que las sequías serán cada vez más frecuentes por culpa del cambio climático.
“La sequía es un riesgo silencioso pero constante, se va manifestando poco a poco, pero cuando aparece los efectos en la agricultura son inmediatos”, remata el profesor Olcina. “De momento estamos en la primera fase; sequedad del terreno y efectos en los cultivos de secano; pero si este invierno no llueve con la regularidad necesaria, entraremos en una fase aguda de sequía en primavera”.
El ganado se queda sin otoñada en el centro y en el sur
La otoñada es la abundancia de pastos que crecen tras las lluvias, como indica su nombre, del otoño. Pero este año no ha habido tal en el centro y el sur de la península Ibérica porque apenas ha caído agua, lo que ha causado que los ganaderos de cabañas extensivas de esas zonas hayan tenido que comprar una comida —paja y cereal— que en otras ocasiones encuentran gratis en el campo.
Esto es lo que le ha ocurrido José Ignacio Hernández, ingeniero agrónomo de 33 años que se ocupa de un rebaño de vacas para carne en la comarca de Vitigudino, al noroeste de Salamanca. “Esa alimentación me cuesta en torno a 1,5 euros por vaca al día”, explica Hernández. La escasez de lluvias también le ha obligado a comprar agua para el ganado que le llevan a través de camiones cisterna. “Entre unas cosas y otras, se me puede reducir lo que saco por cada vaca un 15%”, añade. En general, la situación afecta muy especialmente a las cabañas de ovino, caprino, vacuno y al porcino de dehesa.
Por el contrario, no ha habido problemas de pastos para el suministro de hierba en las provincias del norte. En ellas, las escasas lluvias vinieron seguidas de altas temperaturas, lo que provocó un crecimiento rápido de las praderas.
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