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Un motor que acabó ahogado

Los recortes en la obra pública abocaron a las empresas constructoras al exterior

Lluís Pellicer
Terminal T4 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas.
Terminal T4 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas.Alvaro Garcia

Tres décadas han bastado para que España haya dado un vuelco a su mapa de infraestructuras. La red de autopistas se ha duplicado, la de autovías de gran capacidad se ha multiplicado por diez y se han finalizado más de 2.500 kilómetros de la red de alta velocidad ferroviaria. La frenética actividad propició una profunda transformación del sector de la construcción, que pasó de un tablero conformado por empresas muy tradicionales a estar dominado por seis imperios que se han profesionalizado, diversificado e internacionalizado. El sector ha vivido, no obstante, grandes sobresaltos: dejó de ser la locomotora de la economía española a convertirse en un lastre. La inversión en construcción ha vuelto hoy a niveles de hace 30 años.

Los Juegos Olímpicos de 1992 y la Exposición Universal de Sevilla aceleraron la actividad constructora, junto a la entrada en la Comunidad Económica Europea, que supuso la llegada de fondos comunitarios que cerraron la brecha entre España y el resto de Europa. La patronal de la construcción Seopan estima que han llovido 100.000 millones de euros que sirvieron para crear y modernizar infraestructuras.

Tras otro paréntesis de tres años de crisis, la construcción enfiló un ciclo de una década en el que la actividad pasó a ser el motor de la economía. “En los años 70 la inversión en el sector era de unos 10.000 millones de euros anuales. Se triplicó en la década siguiente para descender a los 20.000 millones a comienzos de los años 90. El despegue se produjo en 1997. A partir de entonces fue creciendo hasta superar los 40.000 millones anuales”, explica el presidente de Seopan, Julián Núñez.

En la década de 1990 las empresas afrontaron un proceso de concentración para afrontar una caída temporal de las licitaciones y la morosidad de la Administración. El primer grupo fue el de las hermanas Alicia y Esther Koplowitz, que en 1992 forjaron FCC tras fusionar la compañía que heredaron de su padre con varias constructoras. La nueva FCC consiguió liderar el mercado español y colarse en el ranking de las 25 principales constructoras, se abrió a nuevos negocios y modernizó la compañía configurándose como un conglomerado con filiales para cada actividad.

Pero las concentraciones se convirtieron en la tónica también por la necesidad de ejecutar proyectos cada vez más grandes y complejos, que requerían de capacidad financiera y buenos equipos técnicos y gestores. En 1995 Ferrovial se fusionaba con Agromán; Juan Miguel Villar Mir ponía un año después la primera piedra de la actual OHL al unirse con la constructora Elsa, mientras que Entrecanales en 1997 hacía lo propio con Cubiertas, dando lugar a Acciona. ACS, de Florentino Pérez, engulló a Dragados en 2002. Sacyr, por último, se hacía con Vallehermoso y se configuraba como un conglomerado con varias filiales.

Con la incorporación de España a la CEE y posteriormente al euro, fueron las compañías españolas las que más aprovecharon el mercado único. El siguiente paso fue el de la internacionalización. La mayoría empezó por Portugal y América Latina, pero pronto dieron el salto a mercados más maduros. Se hicieron con grandes contratos de construcción, mantenimiento o gestión en todo el mundo y se lanzaron a la actividad concesional de grandes infraestructuras, como autopistas o aeropuertos. Pero también crecieron a golpe de talonario: ACS se hizo en 2007 con una participación del 25,1% de Hochtief, el primer grupo constructor y de concesiones de Alemania, mientras que Sacyr dio la batalla por ser el primer accionista de Eiffage, tercera compañía del sector en Francia.

En la época de bonanza, las seis grandes constructoras españolas alcanzaron una facturación conjunta de 67.299 millones de euros y un beneficio neto de 5.084 millones. Sin embargo, cargaban con la losa de una deuda de 95.428 millones. Parte de ese pasivo se debía a la entrada en otras empresas, como las energéticas. Todo eso se truncó con la llegada de la crisis financiera e inmobiliaria. Tras los planes E de los Ejecutivos de José Luis Rodríguez Zapatero, que supusieron un impulso temporal de la obra pública, llegaron los programas de austeridad para reducir el déficit. Las tijeras entraron en los presupuestos para obra pública. Según el INE, la licitación oficial en 2012 –último año cerrado— ascendió a 5.931 millones de euros, lo cual supone una caída del 50% respecto al ejercicio anterior pero de más del 86% respecto a 2006, el mejor año de la serie histórica.

La ruta infranqueable

De acuerdo con los datos de Seopan, la bajada fue del 62% en el caso del Ministerio de Fomento, del 70%, en el de Medio Ambiente; del 81%, en el de las autonomías, y del 69%, en el de las administraciones locales. Pero, “la mayoría de las empresas ha podido ajustar su estrategia y sus estructuras de costes, y han sustituido parcialmente el negocio local con oportunidades en el extranjero”, asegura James Stewart, socio responsable global de Infraestructuras de KPMG.

Las empresas se han visto obligadas a acelerar su internacionalización. En 2007 el 70% de la cartera de proyectos de las constructoras cotizadas estaba en España. La empresa con más peso en el exterior era Sacyr, aunque esas obras apenas alcanzaban el 50%. Hoy la cartera de estos grupos está compuesta en un 84% por contratos internacionales. Según Seopan, una cuarta parte de la facturación de las grandes constructoras en 2007 procedía de la actividad en España y solo 5.300 millones correspondían del exterior. Ahora el extranjero representa el 25% de la cifra de negocio de las compañías. Estas han logrado remontar la facturación conjunta hasta los 63.146 millones de euros y reducir la deuda financiera hasta los 33.313 millones. Para ello ha sido necesario soltar lastre. ACS ha desinvertido en Abertis, Unión Fenosa e Iberdrola; Sacyr ha hecho lo propio con participaciones de Repsol, Eiffage e Itínere; Acciona ha rebajado su negocio en Chile y en el sector termosolar; OHL ha reducido su peso en Colonial, y Ferrovial lo ha hecho en la gestora de aeropuertos de Reino Unido.

Pese a estas ventas, si a comienzos de los años 90 solo FCC figuraba en el ránking de las principales constructoras europeas, hoy están las seis cotizadas. Ello no las exime de retos. “Se enfrentan a la competencia cada vez mayor de otros inversores y promotores de proyectos a escala global, especialmente asiáticos”, afirma Stewart, quien señala que se está apreciando “mucha más actividad en China, Corea y Japón que, con frecuencia, va acompañada de financiación barata”.

En España no habrá despegue inmediato. “La inversión en el sector ha estado condicionada por los planes de consolidación fiscal y creemos que lo estará hasta al menos 2018”, asegura Julián Núñez, quien añade que la inversión en construcción ha caído hasta los 18.000 millones de euros anuales, niveles propios de la década de 1980. La esperanza en los proyectos impulsados con capital público está en el Plan Juncker, que se prevé estimulen una inversión de 315.000 millones. La oportunidad, sin embargo, radica en identificar los proyectos. “Los primeros en mover ficha serán los que ganan este juego”, concluye Stewart.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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