Ojalá Grecia nos cueste más dinero
La negociación enlaza al tercer rescate: 50.000 millones; a España le tocará poner unos 6.000
Ojalá Grecia nos cueste más dinero, el de un tercer rescate. La alternativa es peor: un probable terremoto financiero; el descrédito de la moneda única (como unidad de cuenta, de pago y de reserva irreversible); y el desplome político de la UE. Si las negociaciones que se apretan en estas horas acaban bien, como es deseable, es seguro que pagaremos más. Y tendrá morbo comprobar el trecho que hay entre el dicho de la solidaridad retórica y el hecho del desembolso efectivo.
Para Atenas, el incentivo al pacto es que los préstamos europeos (del rescate actual, el segundo; no así del primero) son baratos, privilegiados, no le asfixian. Constituyen, con perdón, una bicoca para cualquier deudor. Aunque otra cosa puedan ser las condiciones presupuestarias exigidas como contrapartida.
En efecto, el tipo de interés medio de la deuda griega (en su mayor parte, con la eurozona) es del 2,6%, cuando en 2008 rondaba el 5%; por debajo de Alemania o Austria. El plazo, de 30 años, conlleva largas carencias. Sólo la parte dispensada por el fondo de rescate (el EFSF-MEDE) ahorró en 2013 a Grecia hasta 8.580 millones, el 4,7% de su PIB (el informe anual, en www.esm.europa.eu) “y así debería seguir en los años próximos”, prevé su director, Klaus Regling.
Y el coste de la factura de la deuda, o sea, el esfuerzo a realizar para soportarla, ha sido en 2014 del 3,9% del PIB, inferior al de Irlanda (4%), Italia (4,7%) y Portugal (5%). Seguirá así en 2015, si la economía no se contrae. Por eso, aunque bramen los catastrofistas, la deuda griega puede ser sostenible: importa su factura anual más que su cuantía total. Quizá algún día convenga reordenarla, más que con quitas, trocándola en perpetua (pero redimible).
Para los griegos, romper la baraja (default o impago, más aún si además implica salir del euro, grexit) conduce al suicidio. Les dejaría, abandonados, como parias financieros mundiales. ¿Por qué? Porque los financieros de Grecia son el FMI, el BCE y la eurozona. No hay otros. Son óptimos. Dejarían de serlo.
El FMI, porque cualquier país que incumple sus compromisos con él “es declarado en situación de pago atrasado y no tiene acceso a su financiación”, resume su portavoz, William Murray. El BCE, porque el default le obligaría a cortar el flujo de liquidez de emergencia a los bancos griegos, pues de lo contrario incumpliría el Tratado, que le impide la financiación monetaria (incluso mediata) de los Estados. La eurozona, porque requeriría de una (en tal caso) casi imposible unanimidad.
Alternativas como Rusia (u otros), conllevarían peajes geoestratégicos impracticables. De modo que Grecia solo romperá si Alexis Tsipras enloqueciese (algo poco probable y menos oportuno). Así que probablemente iremos al tercer rescate. De hecho ya estamos casi en él, enlanzado con los flecos del segundo: la senda más suave del superávit primario que se discute es una pasarela entre ambos.
Y eso costará quizá unos 50.000 millones de euros (equivalentes a la financiación necesaria en el trienio 2015-2017). A los españoles nos tocarán unos 6.000 millones adicionales (el 12%, más/menos). Pican, pero serán bien empleados si encauzan el drama de una vez.
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