¿El fin de la clase magistral?
El sistema insiste en que los alumnos memoricen datos que pueden encontrar en segundos
De nuevo una ‘reforma’ educativa se pierde en absurdos kafkianos: ¿3+2? o ¿4+1? ¿Lo dicen en serio, o es de broma? ¿Será un plan secreto para tomarnos el pelo? Sinceramente, ¿A alguien le parece eso una reforma de algo? ¿Puede haber alguien, más allá de los alineados ideológicamente con unos y otros pensar que el sistema educativo va a cambiar profundamente con estos retoques superficiales? ¿Será que somos incapaces de tener una discusión más sustantiva? ¿Cuándo empezaremos a adaptar los contenidos, y (mucho más importante) la forma de estudiarlos y presentarlos, a las necesidades de un mundo conectado, en el que todos los jóvenes disponen de todo el conocimiento?
Recientemente tuve la oportunidad de asistir en Holanda, invitado por un familiar, a la presentación de los proyectos de final de bachillerato en un Technasium. Un Technasium es un instituto de bachillerato especializado para estudiantes que quieren en el futuro estudiar materias técnicas y científicas, desde ingenierías a matemáticas o ciencias naturales. La educación secundaria holandesa tiene tres pistas principales en las que los estudiantes se forman desde los 12 años (aunque cada año hay puentes que permiten a los estudiantes cambiar de nivel hacia arriba o abajo). El nivel más alto tiene a su vez tres ‘sabores’, el technasium, el gymnasium y bachillerato normal (llamado VVO). En el Technasium los proyectos adquieren una importancia especial. El proyecto de fin de estudios (último año de bachillerato) requiere 200 horas de trabajo por estudiante (equivalente a cinco semanas de trabajo a tiempo completo).
En el Technasium de Amersfoort, observé fascinado a la presentación de seis proyectos. Un grupo tenía que diseñar, bajo la supervisión de un despacho de arquitectura, la infraestructura de una pequeña urbanización de vacaciones: carreteras, energía sostenible, puentes. Los cálculos incluían el tipo de puentes sobre el canal y sus soportes, el grosor de las carreteras, el tipo de energía usada, la forma de guardar el exceso de energía. Otro grupo tenía el encargo de diseñar un sistema para ayudar a los ancianos a levantarse de la cama sin ayuda. Resolvieron el reto con la ayuda de un brazo articulado para la parte alta del cuerpo y un soporte con un pequeño motor para las piernas, todo ello controlado con un sencillo control remoto. Un tercer grupo investigó las anormalidades cromosómicas en dos pacientes del Hospital Universitario de Utrecht. Un cuarto grupo diseñó un robot que pudiera llevar bebidas de una habitación a otra, evitando obstáculos. Otro grupo nos dejó con la boca abierta cuando tuvo que disculparse al explicar que su presentación había sido declarada confidencial por el cliente: el cliente, una empresa líder en tratamiento de aguas, había decidido que el proyecto había desarrollado conocimiento patentable y no quería que nada fuera presentado hasta que existiera la patente.
Todos los grupos habían tenido que usar para su presentación conocimientos que no habían adquirido en clase-usando cursos online y otros recursos en internet, habían aprendido a programar, a diseñar, a construir. Y, mucho más importante, habían aprendido a encontrar un proyecto, a hacer una pregunta, a dar los muchos pasos necesarios para entender la respuesta (¿Cuáles son las causas de la dificultad de los ancianos para salir de la cama? ¿Qué productos hay en el mercado para ayudarles? ¿Cuáles son las carencias de estos productos? ¿Cómo los mejoramos?) a enfrentarse a las dificultades de encontrar una respuesta, a escribir un largo y detallado informe, a presentarlo en público.
Nuestro sistema educativo, a pesar de las muchas reformas que hemos presenciado, continúa sin adaptarse a las necesidades de la economía del conocimiento y sin aprovechar las muchas oportunidades que las nuevas tecnologías le permiten. En un mundo en el que Google nos permite inmediatamente conocer la respuesta a la pregunta más absurda o complicada, nuestro sistema continúa insistiendo en conseguir que los alumnos memoricen largas listas de datos que, usando esos teléfonos móviles que no salen de sus manos en ningún momento del día, cualquiera de ellos podría encontrar en segundos.
Es necesario que los profesores, tanto en las universidades como en las escuelas, reaccionemos a estos cambios y adaptamos nuestra forma de enseñar a ellas. Existen varias formas de alterar completamente la experiencia en la clase que, en mayor o menor medida, los profesores con iniciativa y ganas ya están aplicando. Todas ellas tienen en común el abandono casi completo de la ‘clase magistral’, en la que el profesor, desde lo alto de su podio, predica a los ignorantes estudiantes cuya obligación es callar y tomar sus abominables apuntes.
Este abandono de la clase magistral, que ya hubiera sido recomendable hace años, será ahora obligatorio porque las nuevas tecnologías permiten que los estudiantes tomen su “clase magistral” en su propio tiempo, y a su propia velocidad. Una buena lección magistral de álgebra, o de historia griega, se puede ver en vídeos profesionales y clases en línea, y tendrá dibujos, diagramas, mapas, fotos, pequeños test para asegurar el progreso, etc. El estudiante puede ver dos, tres o diez veces aquellas cosas que no entienda o puede buscar otros vídeos donde se explique mejor, y puede acelerar los pasajes aburridos, repetitivos o ya conocidos.
De este modo, el tiempo en clase se puede usar para aplicar el conocimiento y recibir críticas del profesor, cosas que un estudiante por su cuenta no puede hacer. Los americanos llaman a este sistema flip the classroom o ‘darle la vuelta‘ a la clase: en vez de hacer problemas o ejercicios en casa y recibir la clase magistral en el aula, uno puede ver la clase magistral en casa y hacer en clase los ejercicios, prácticas, proyectos etc. En otras clases, los estudiantes pueden leer un texto (preferentemente una fuente primaria, no un libro de texto) y discutir en clase bajo la dirección del profesor. Una discusión bien preparada sobre Karl Marx y su influencia en los nuevos partidos, por ejemplo, tendrá muchísimo más impacto en los estudiantes (¿Qué diría Marx de “la casta”?) que una aburrida lección sobre el materialismo histórico. También se puede usar el tiempo de los estudiantes para hacer proyectos, que permitan, como hemos visto, que los estudiantes puedan enfocar su energía en resolver problemas concretos que requieran haber entendido y profundizado en los conocimientos básicos aprendidos en clase.
Lo profesores y los padres somos conscientes de que nuestros hijos pueden dar mucho más de si, y cada vez hay más profesores que quieren innovar en las aulas. Desgraciadamente, la hiper-regulación habitual en nuestro país, en vez de facilitar el cambio restringe la capacidad de adaptación. Los detalladísimos planes de estudio, páginas y más páginas, enfatizan de nuevo el contenido de forma extremadamente precisa. Pero este énfasis en lo que se aprende restringe la innovación en cómo se aprende. Debemos liberar las energías de los profesores y de los colegios para innovar, y adaptar los curriculums a las nuevas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
Luis Garicano es profesor de Economía de la London School of Economics y coordinador de política económica de Ciudadanos
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