Supervisión común
El éxito de la unión bancaria no solo depende de sus características técnicas; es necesaria una gestión diligente, eficaz y transparente
Los preparativos para la entrada en vigor de la Unión Bancaria han tenido en la Evaluación Global —la de la calidad de los activos y pruebas de resistencia— de los bancos la condición necesaria para que entre en funcionamiento el Mecanismo Único de Supervisión y el BCE asuma su máxima responsabilidad sobre el mismo. Este es el primero de los pilares en los que descansa la unión bancaria, que incorpora igualmente un mecanismo único de resolución de crisis. La unión bancaria es, a su vez, uno de los fundamentos en que se ha de asentar el perfeccionamiento de la integración monetaria europea. La andadura que ahora comienza puede aprovechar las lecciones que la crisis bancaria reciente ha originado. La experiencia específica de España —el rescate financiero para la capitalización del sistema bancario— ha sido crucial en la anticipación de ese horizonte.
Disponer de un sistema común de supervisión es fundamental para garantizar las mismas reglas de juego en el conjunto del área monetaria y para permitir una correcta y homogénea evaluación de riesgos bancarios. Además del BCE, ese sistema de supervisión bancaria común está integrado por las autoridades nacionales competentes de los países participantes, no sólo los que comparten el euro como moneda, sino igualmente aquellos otros pertenecientes a la UE que decidan asumir el mecanismo único. Pero será el BCE el que mantenga la máxima autoridad de todo el sistema. Directamente inspeccionará a las "instituciones de crédito significativas", es decir, aquellas que por su dimensión o por la importancia relativa en sus economías respectivas superen los umbrales definidos. Eso significará que bajo la directa vigilancia de los inspectores localizados en Fráncfort quedará más del 80% de los activos bancarios de la eurozona. En el caso español, serán entidades representativas del 90% de los activos totales del sistema bancario.
A partir de ahora, de esa institución dependerá no sólo la política monetaria del conjunto de la eurozona, sino esas nuevas tareas de supervisión prudencial de las instituciones de crédito con el fin de garantizar la salud y solidez del sistema bancario al tiempo que procurar aumentar la integración financiera de la eurozona y su estabilidad. Si el BCE ya era la institución económica más importante de Europa, estas nuevas competencias refuerzan notablemente su poder. Que lo ejerza correctamente dependerá de que los medios asignados sean suficientes, pero también de que sus órganos de gobierno actúen con la diligencia y eficacia suficientes.
La experiencia señala que la agilidad en la toma de decisiones es un aspecto crucial en la supervisión bancaria, y desde luego, en la resolución de crisis. Será necesario, por tanto, que los mecanismos de decisión no se burocraticen y permitan reacciones suficientemente rápidas para evitar, como en el pasado, que problemas locales acaben generalizándose. Junto a ello, no menos relevante ha de ser la rendición de cuentas de una institución con la envergadura y poder del BCE. Los temores de opacidad o a excesivos sesgos de países concretos deben contrarrestarse con una transparencia absoluta y una fluida comunicación con el Parlamento Europeo. Si así fuera, el paso que ahora se da en Europa será recordado como el más fortalecedor desde el nacimiento del euro.
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