Trabas en el cambio de modelo
Hace un año, la advertencia de Bernanke sobre una retirada de los estímulos monetarios de la Reserva Federal provocó un intenso aumento de las primas de riesgo. La reacción de las cotizaciones fue la habitual, si bien de más intensidad en las variables financieras de los países emergentes, especialmente la de los englobados en el denominado BIITS (Brasil, Indonesia, India, Turquía y Sudáfrica).
Una característica común de las economías de estos países era (y, salvo excepciones como la India, sigue siendo) la existencia de déficits por cuenta corriente, lo que los hacía ser vulnerables a un menor flujo inversor internacional. Hoy, las cotizaciones se han recuperado, situándose en los niveles previos al taper shock, pero deja daños colaterales. Las previsiones de crecimiento del PIB son más bajas que entonces, y, sobre todo, se ha generalizado la sensación de vulnerabilidad de las economías emergentes.
La principal preocupación es ya no tanto el final del quantitative easing, sino el inicio de las subidas de tipos de interés por parte de la Reserva Federal. Aunque es cierto que éstas ni están cercanas ni serán de importante cuantía, el proceso de normalización de las condiciones monetarias del dólar podría tener un mayor impacto sobre las economías emergentes que el final de la compra de bonos por parte del banco central.
El entorno actual de estabilidad en los mercados financieros no debe ocultar los riesgos de algunos países, sobre todo de algunos en los que las empresas españolas tienen una importante posición de inversión directa. Este es el caso de Brasil, la economía de Latinoamérica que, junto a Venezuela y Argentina, ha experimentado una de las mayores ralentizaciones en su tasa de crecimiento del PIB: del 4,5% de promedio entre 2003 y 2011 al 1,6% de 2012 a 2013. El aumento del endeudamiento de las familias, los mínimos en la tasa de paro (4%) y una demografía ya no tan favorable dificultan el crecimiento del consumo de las familias.
Y la excesiva dependencia de este componente del PIB (representa más de un 60%) obliga a una reactivación de las exportaciones y de la inversión para aumentar las tasas de avance de su economía. Las primeras solo suponen un 12% del PIB y apenas han crecido recientemente (sobre todo si excluimos petróleo y manufacturas básicas), lo que constata los efectos negativos de la pérdida de competitividad sufrida por la economía brasileña en los años recientes. Una de las vías (previsible) para recuperarla es la depreciación del real brasileño, lo que, a su vez, presionaría al alza la inflación.
La incapacidad de reducir la tasa de crecimiento de los precios por debajo del 6% puede empujar al Banco de Brasil a subir los tipos de interés, o, al menos, a no bajarlos. Y tipos de interés excesivamente altos no hacen sino dificultar la reactivación del otro motor al que antes aludíamos: la inversión empresarial. Todo ello en un contexto de creciente déficit por cuenta corriente (a punto de alcanzar el 4%) y de reducción del superávit primario (por debajo del 2%).
David Cano y Matías Lamas son profesores de Afi, Escuela de Finanzas Aplicadas.
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