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El domingo ya no es sagrado en Francia

Dos almacenes de bricolaje desoyen a la justicia gala y abren en el tradicional día de descanso El apoyo de ciudadanos y trabajadores enciende el debate

Un trabajador de Leroy-Merlin in Livry-Gargan.
Un trabajador de Leroy-Merlin in Livry-Gargan. KENZO TRIBOUILLARD (AFP)

El debate sobre la libertad de horarios se ha ventilado ya en casi todo el mundo, pero Francia sigue siendo mucha Francia. El domingo era históricamente el Día del Señor, y poco después de que se impusiera la República laica en 1905, el Estatuto de los Trabajadores estipuló en 1910 que sería la jornada de descanso semanal de los asalariados galos. Esta norma sagrada del viejo Code du Travail ha viajado sin grandes sobresaltos hasta la actual era del mercantilismo compulsivo, gracias a que el Parlamento le ha ido sumando excepciones. Pero ya no satisface a todos los sectores, y algunos quieren abolirla como sea.

Los últimos paladines del trabajo dominical son dos conocidos almacenes de bricolaje y muebles, Castorama y Leroy Merlin, que, desoyendo una sentencia judicial, abrieron sus puertas el pasado domingo en la región de Île de France. Un acto ilegal, pero heroico, una pequeña revolución en nombre del derecho de los ciudadanos a comprar destornilladores en domingo.

Los sondeos han revelado que el 66% de los franceses aprueba la insubordinación de las tiendas de cachivaches y herramientas, y que un porcentaje similar reclama al Gobierno socialista —impulsor de la ley que redujo el tiempo de trabajo hasta las 35 horas semanales hace 13 años—, que permita al comercio abrir, a los trabajadores trabajar y a los clientes comprar en domingo.

La encuesta estima que ocho de cada 10 habitantes de la aglomeración de París y seis de cada 10 en provincias son favorables a la apertura de los almacenes de bricolaje, y que un 88% de los empleados privados y un 63% de los directivos y profesionales liberales apoyan el gesto de rebeldía de esos comercios. Además, el 72% desea que se suavice aún más la ley Mallié, que liberalizó en 2009 el reposo dominical en algunos sectores, y el 71% se declara dispuesto a trabajar el domingo, a condición de que se lo retribuyan mejor que un día de entre semana.

El caso es que la obligación del descanso dominical solo afecta hoy a dos tercios de los franceses, porque un estudio de 2011 afirma que el 29% de los trabajadores activos (ocho millones de peronas) trabaja el séptimo día de la semana en virtud de las numerosas derogaciones geográficas, turísticas, estacionales y económicas en vigor. Pero las excepciones han convertido a la ley en una chapuza arbitraria e ininteligible, tan perniciosa para los empresarios como para los trabajadores.

Algunos ejemplos: los viveros y almacenes de jardinería abren los domingos, pero Castorama, que también vende macetas, palas y rastrillos, no puede. Las fábricas de leche tampoco paran, porque el cierre alteraría la materia prima, pero el convenio colectivo de sus empleados no contempla ni premio económico ni día extra de descanso. En París, las tiendas de los Campos Elíseos, la plaza de los Vosgos y la calle Rivoli pueden abrir el domingo por la gran afluencia de turistas. Pero los almacenes del bulevar Haussmann, que siempre están hasta los topes, no tienen ese derecho.

La ministra de Asuntos Sociales, Marisol Touraine, ha achacado este caos al anterior Gobierno conservador, “que aprobó una miríada de reglas y leyes que apenas se entienden”, pero el clamor liberalizador es tal que el primer ministro ha tenido que salir a la palestra. Para ganar tiempo ha encargado a un comisario especial, el antiguo presidente de Correos, Jean-Paul Bailly, un informe que “aclare las consecuencias de la apertura de algunos comercios el domingo”, “analice las debilidades de la normativa del reposo semanal”, y “haga propuestas al Gobierno”.

La enésima polémica del agitado mandato de François Hollande, que esta semana ha sido abucheado dos veces, muestra el creciente hartazgo de los franceses con sus gobernantes, y las numerosas trabas que el viejo Estado social va encontrando a medida que la economía neoliberal y la obsesión por la competitividad se imponen en Europa.

En febrero pasado, el tiburón estadounidense Maurice Taylor acusó, exagerando, a los asalariados franceses de cobrar mucho, trabajar tres horas y parar una para comer. Esta semana, un neoyorquino que cenaba en un céntrico restaurante de París decía: “Los camareros te miran mal si les pides algo, las dependientas te ignoran en las tiendas y ya ni siquiera hay drogas buenas como cuando venían los músicos de jazz. Esto se hunde”. Las cifras de la OCDE revelan, sin embargo, que los franceses todavía trabajan 38 horas de media semanales, tres más que los alemanes, y que lo hacen, además, con una productividad tres puntos mayor que sus vecinos del otro lado del Rin.

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