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Última calada en Cádiz

Tres siglos de industria se entierran con el cierre de la fábrica de tabacos La factoría que llegó a tener 3.500 operarios

José Palacios, en 1925 en su despacho, cuando era director de la fábrica de tabacos gaditana.
José Palacios, en 1925 en su despacho, cuando era director de la fábrica de tabacos gaditana.

Alguien corta el césped. De lejos, una mujer con chaleco reflectante pasea y entra en una nave. Dos hombres encorbatados acceden a una oficina. Son las únicos signos de vida presentes en estos 150.000 metros cuadrados. En las instalaciones de la fábrica de tabacos de Cádiz ya solo quedan 35 empleados. Solo falta un arbusto rodante para ahondar en esta soledad de película; pero no hay ficción en este desierto. El vacío humano de esta enorme factoría es el adiós a tres siglos de industria tabaquera en Cádiz. El fin de un gremio, la despedida de muchas oportunidades laborales, un capítulo acabado en el libro de la historia de esta ciudad.

A principios de siglo XX, José Palacios cabalgaba por los pueblos de la provincia recaudando impuestos. Fue en una de esas paradas, en Medina, donde conoció a su mujer, Lola Cuadrado. Con ella forjó su familia y también el ansia de cambiar de trabajo para dar mejor vida a ella y sus hijos. Gran conocedor del mundo del tabaco, consiguió empleo en la fábrica de Cádiz. Y fue ascendiendo. Fue jefe del depósito, director de la factoría gaditana y, durante la República, de la de Sevilla. “Fue el primero que llegó al puesto sin ser ingeniero”, rememora su nieto, Jesús Fernández Palacios.

Fernández Palacios es la quinta generación de una familia con empleo en Tabacalera. Su infancia son los recuerdos del patio del depósito de tabacos, donde llegó a vivir su madre, en los años en que todavía acogía viviendas. “Recuerdo una calle llena de eucaliptos”. El tabaco llegó a Cádiz mucho antes que la familia Palacios. En el siglo XVII, Cádiz era ya centro del comercio marítimo, enclave perfecto para que llegaran las mercancías de América. Fue en 1741 cuando se fundó la Real Fábrica de Tabacos de Cádiz. Pasó por varias sedes hasta que recaló en la calle de Plocia, donde su imponente chimenea, todavía hoy viva, se convirtió en el referente de una ciudad tabaquera.

El profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz José Marchena sostiene que durante su época de auge llegó a tener 3.500 operarios. La fábrica dio vida a ese barrio de luces rojas y mala reputación. Su sirena era el despertador. Dignificó la figura de la mujer trabajadora. Nació el perfil de la cigarrera, un icono que después fue llevado al flamenco, al carnaval, al folclore de Cádiz y Sevilla, como la imagen de Carmen. “Se recurrió a ellas porque cobraban menos”, explica Marchena. Pero, pese a esa condición, el oficio ayudó a consolidar a muchas mujeres como independientes.

Una de ellas es Carmen Pérez, histórica dirigente sindical, que ha sobrevivido a todas las regulaciones de empleo de las tres últimas décadas. Ella ha visto marcharse a muchas compañeras. “El cierre era una cosa que veíamos de lejos. Sabía que iba a pasar”. Imperial Tobacco, actual propietaria de la fábrica, cerrará las puertas definitivamente en abril de 2014. Lo atribuye a la caída de ventas por la presión legislativa y el aumento del contrabando. Los sindicatos hablan de deslocalización: es más barato producir en Polonia. Desde hace dos semanas, en Cádiz ya no se prepara tabaco. Se limita a ser un mero almacén. La factoría gaditana guarda actualmente 25.000 toneladas de tabaco. Están apiladas en sacos de arpillera, cajas de madera o sacos de yagua, método cubano con hojas secas para la conservación natural. Hasta final de año seguirá llegando más porque las rutas de barcos y los compromisos con las empresas logísticas no se han podido cambiar. Todo se trasladará a Francia, una operación que se calcula podría llevar cuatro meses, de ahí que la fecha de clausura se haya previsto en abril. En España solo permanecerán dos fábricas tabaqueras, la de Logroño y la de Cantabria, además de las oficinas centrales de Madrid.

Jesús Fernández Palacios en las instalaciones de la Tabacalera.
Jesús Fernández Palacios en las instalaciones de la Tabacalera.Román Raos

Jesús Fernández Palacios ha regresado esta semana a este centro industrial que no pisaba desde hace 20 años, cuando se jubiló por una afección pulmonar que le provocó el tabaco. “O lo dejas o te quedan seis meses”, le sentenció el médico. Él mantuvo la tradición familiar que arrancó su abuelo. “Era un hombre muy recio y conservador”, sostiene mientras enseña una foto de 1925 de José Palacios en su despacho del depósito de Cádiz. “Mi abuela decía que las cigarreras, la mayoría rojas, cantaban una canción contra él: ‘Ya se ve, ya se ve, la cabeza de don José”. Y él organizó un grupo de trabajadoras, las cigarreras blancas, para enfrentarlas desde dentro.

Fernández Palacios llegó a ser oficial de guardia. “Esperaba al tren que venía cargado. Por la avenida de Marconi había mucha rapiña y llegaba escoltado por la Guardia Civil”, recuerda. En las noches de espera escribía poemas o leía libros, y escribió el discurso con el que presentó a Fernando Quiñones cuando le proclamaron finalista del Planeta de 1979. Su época fue la mejor. Le pagaban extras con cartones de tabaco, y de los vales que daba la empresa vivían muchos de los comercios de Cádiz. A Fernández Palacios le gustaba el encanto de la fábrica de la calle de Plocia y añora la memoria del depósito, pero este gran centro industrial a las afueras de la ciudad que ahora recorre nunca le gustó. Aquí se trasladó la empresa en los años ochenta. Se anunció entonces como el mayor centro tabaquero de Europa. Es el que ahora cierra.

El paseo duele. “Don Jesús, me acuerdo de usted”, le dice el vigilante. Después se encuentra con viejos compañeros. Duele porque nada es como antes. Donde se sentaba Fernández Palacios ya no hay mesas ni sillas. El vértigo del vacío. Ciento cincuenta mil metros cuadrados de suelo industrial quedarán a la venta en un entorno, el de la bahía de Cádiz, repleto de terrenos sin uso. Es el mismo entorno proclive a las manifestaciones y los cortes de tráfico por los cierres de los astilleros o Delphi. Pero nadie se ha movilizado por el fin de la tabaquera. Quizá porque, cuando ha tocado, ya solo quedaban 35 trabajadores. O porque el desmoronamiento de esta industria ha ido por capítulos, lentamente, a saltos. Sus puertas serán como el árbol que cae en medio del bosque. No se sabe si harán ruido o no porque nadie estará para escuchar cuando se cierren.

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