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Columna
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La red antisocial de los bitcoins

A algunas personas sencillamente les molesta la idea de que el dinero sea algo humano

Paul Krugman

Puede que el desbocamiento del bitcoin no haya sido la noticia económica más importante de las últimas semanas, pero fue sin duda la más entretenida. A lo largo de menos de dos semanas el precio de la “moneda digital” se triplicó con creces. Luego cayó más de un 50% en pocas horas. De repente, parecía como si hubiésemos vuelto a la época de las puntocom.

La importancia económica de este vaivén era básicamente nula, pero el furor por el bitcoin fue una útil lección sobre la forma en que la gente malinterpreta el dinero, y más concretamente, cómo les engaña el deseo de separar el valor del dinero de la sociedad a la que sirve.

¿Qué es el bitcoin? A veces se describe como una forma de realizar transacciones en Internet, pero eso en sí mismo no sería nada nuevo en un mundo de tarjetas de crédito en Internet y de transacciones de PayPal. De hecho, el Departamento de Comercio calcula que en 2010 cerca del 16% del total de las ventas en EE UU ya se hacían a través del comercio electrónico.

Entonces, ¿por qué el bitcoin es diferente? Al contrario que las transacciones con tarjetas de crédito, que dejan un rastro digital, las transacciones con bitcoins están diseñadas para ser anónimas y no rastreables. Cuando transfieres bitcoins a alguien, es como si entregases una bolsa de papel con billetes de 100 dólares en un callejón oscuro. Y como cabía esperar, el principal uso que se da al bitcoin hasta el momento, aparte de como blanco de la especulación, es para realizar las versiones electrónicas de esos intercambios en los callejones oscuros, ya que los bitcoins se cambian por estupefacientes y otros artículos ilegales.

Transferir bitcoins es como entregar una bolsa con dinero en un callejón oscuro”

Pero los abanderados de los bitcoins insisten en que sirve para mucho más que para abonar el terreno a las transacciones ilegales. Los mayores inversores declarados en bitcoins son los hermanos Winklevoss, los adinerados gemelos que interpusieron una demanda que ganaron por una participación en Facebook y se hicieron famosos por la película La red social, y que realizan afirmaciones sobre el producto digital parecidas a las que hacen los que invierten en oro sobre su producto favorito. “Hemos decidido”, declaraba recientemente Tyler Winklevoss, “invertir nuestro dinero y nuestra fe en una estructura matemática donde no hay política y errores humanos”.

El parecido con la retórica de los obsesos del oro no es una coincidencia, ya que los entusiastas del oro y del bitcoin tienden a compartir una visión política libertaria y la creencia de que los Gobiernos están abusando enormemente de su potestad para imprimir dinero. Al mismo tiempo, resulta muy curioso, ya que, en cierto sentido, los bitcoins son la principal moneda por decreto, cuyo valor se extrae de la nada. El valor del oro se extrae en parte porque tiene usos no monetarios, como el empaste de dientes y la fabricación de joyería; los papeles moneda tienen valor porque están respaldados por el poder del Estado, que los define como de curso legal y los acepta para pagar los impuestos. Sin embargo, los bitcoins extraen su valor, si es que tienen alguno, simplemente de la profecía que se cumple y de la creencia de que otras personas los aceptarán como pago.

No obstante, dejemos a un lado está rareza, junto con el peculiar proceso de “minería” —que es en realidad un complejo proceso de cálculo— usado para aumentar las existencias de bitcoins. En lugar de eso, centrémonos en las dos enormes confusiones —una práctica y otra filosófica— que subyacen tras la obsesión tanto por el oro como por los bitcoins.

La confusión práctica —que es importante— es la idea de que vivimos en una época de impresión de dinero extremadamente irresponsable, con una inflación galopante a la vuelta de la esquina. Es cierto que la Reserva Federal y otros bancos centrales han aumentado mucho sus balances generales, pero lo han hecho claramente como medida temporal frente a la crisis económica. Ya lo sé, no hay que confiar en los dirigentes del Gobierno y todo eso, pero lo cierto es que las promesas de Ben Bernanke de que sus actos no provocarían inflación se han visto confirmadas año tras año, mientras que las advertencias alarmantes de los obsesos del oro respecto a la inflación no acaban de hacerse realidad.

Supongo que a algunas personas quieren las ventajas del dinero sin su parte social. Lo siento, pero no puede ser”

La confusión filosófica, sin embargo, me parece todavía más importante. Parece que tanto los obsesos del oro como los obsesos de los bitcoins anhelan un patrón monetario puro, al que no le afecte la debilidad humana. Pero es un sueño imposible. El dinero es, como declaró una vez Paul Samuelson, un “invento de la sociedad”, no algo que esté fuera de ella. Incluso cuando la gente dependía de las monedas de oro y de plata, lo que hacía que esas monedas fuesen útiles no eran los metales preciosos que contenían, sino la expectativa de que otras personas las aceptaran como pago.

La verdad es que uno esperaría que precisamente los Winklevoss comprendieran esto mejor que nadie, porque en cierta manera el dinero es una red social, que es útil solo en caso de que otras personas lo usen. Pero supongo que a algunas personas sencillamente les molesta la idea de que el dinero sea algo humano, y quieren las ventajas de la red monetaria sin la parte social. Lo siento, pero no puede ser.

Entonces, ¿necesitamos una nueva forma de dinero? Supongo que podrían apoyar ese argumento si el dinero que tenemos realmente no estuviese funcionando bien. Pero no es así. Tenemos enormes problemas económicos, pero los billetes de papel están funcionando bien, y deberíamos dejarlos en paz.

© 2013 New York Times News Service.

Traducción de News Clips.

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