José Posada, el patriarca gallego del ‘marron glacé’
El empresario fue europarlamentario y llevó la castaña a Rusia
A veces citaba a Lenin, “confía, pero comprueba”, para explicar por qué le gustaba controlar hasta el último detalle de aquellos negocios en los que se embarcaba. Poco a poco fue cediendo las riendas a su hijo, y se preocupó por que el chico aprendiese japonés porque era de los que opinan que los gallegos tienen un don especial para crecer si saben mirar lejos, al otro lado del mundo. José Posada González, un orensano nacido en Vigo en la primavera de 1940, murió ayer pensando probablemente en la enorme cantidad de frutos del vergel galaico que no llegó a investigar para transformarlos y envasarlos rumbo a alguno de los países (solía presumir de que eran “más de 20”) a los que facturaba sus productos.
El padre le marcó la senda. A mediados de los cincuenta, José Posada Torres empezó a exportar castaña cruda a Brasil en los mismos barcos de la Mala Real Inglesa que también llevaba a los emigrantes, pero el empresario murió en 1961, y a la fuerza el heredero, que había estudiado peritaje químico industrial, se puso al frente del negocio. La familia Posada fue la primera en Galicia en exportar vino de O Ribeiro embotellado y etiquetado. Posada González lo llevó a Venezuela, a Angola y a Rusia, un país al que quedó unido ya para siempre. Era un nacionalista liberal, próximo a la causa lusista del idioma gallego (entre otras cosas por su matrimonio con una señera defensora, la filóloga Maria do Carmo Henríquez Salido). Y estando en Coalición Galega, fue eurodiputado en 1993, 1994 y 1999, en una época en la que lo enviaron como observador a diversas elecciones en Rusia y Ucrania.
Con el tiempo llegó a instalarse en Moscú para dirigir Champansky, una marca de vinos espumosos elaborados con caldos orensanos. Y se convirtió en el introductor de la castaña asada en aquel país, aunque esa fue una de sus últimas aventuras y ciertamente pasará a la historia por otra que le precedió: la elaboración, en Galicia, del marron glacé (o castaña confitada convertida en carísimo postre) que hacía tiempo ya habían inventado los franceses.
La castaña se comía cocida o asada, y Posada empezó a comercializar el delicado manjar en 1984 en sociedad con una empresa de Ourense, Cuevas y Cía, hasta que en 1990 fundó su propia firma, Marrón Glacé, SL. La castaña gallega pudo llegar así, vestida de fiesta, a Australia, Canadá, China o Corea del Sur, pero sobre todo a Japón, el mercado más importante de la compañía familiar. El 60% del marron glacé que produce este sello se vende fuera de España.
Después de acometer todas las maneras posibles de servir una castaña (envuelta en chocolate, bañada en brandy, transformada en harina, etcétera), con la marca Posada envasó grelos, mirabeles y ortigas para mandarlas a dar la vuelta al planeta como en la posguerra su padre había hecho con la genciana, el bacalao o el cornezuelo de centeno. Hace cinco años mandó construir 16 carritos pintados en rojo y blanco y con faroles, y los apostó en la Plaza Roja, frente al Kremlim, y los lugares más turísticos de Moscú. Fue su última sonada proeza: poner de moda entre los rusos las castañas asadas y saladas, en pleno verano y acompañadas con cerveza.
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