Interbancario viciado
La manipulación del líbor incrementa la desconfianza en el sector financiero
Si faltaban argumentos para aumentar la desconfianza en los bancos, el escándalo derivado de la fijación del líbor, desencadenado por Barclays, está contribuyendo a la apertura de un nuevo frente de consecuencias todavía difíciles de anticipar, pero en todo caso muy graves. La esencia del asunto es en sí misma un exponente de la falta de transparencia de ámbitos fundamentales en las actuaciones de las entidades bancarias. El líbor (London Interbank Offered Rate) es la variable que expresa el precio del dinero para numerosas transacciones entre entidades bancarias y de estas con empresas y particulares en todo el mundo. Es el tipo de interés al que se prestan depósitos los bancos en diversas monedas. Constituye una aproximación al coste del pasivo mayorista para los bancos y sirve de referencia para miles de depósitos y préstamos suscritos por agentes de todo el mundo con tipo de interés variable vinculados a ese interbancario fijado en la plaza de Londres en condiciones y momentos determinados. Su significación es igualmente destacada en el conjunto de la comunidad financiera internacional, en operaciones con derivados y otros instrumentos financieros menos simples.
La evidencia hoy disponible, suficientemente documentada, acerca de la gravedad de las prácticas bancarias desveladas admite pocos atenuantes. Los profesionales de algunos de los bancos con capacidad de contribución a la formación de ese tipo de interés llegaban a acuerdos al margen del libre juego de la oferta y la demanda para situarlo en niveles acordes con sus propios intereses. La manipulación no ha sido una práctica aislada del primer banco denunciado, el Barclays, y ha debido generar perjuicios todavía difíciles de evaluar. Las autoridades británicas, estadounidenses y japonesas, entre otras, llevaban tiempo recibiendo denuncias al respecto. A ellas se han añadido las de la Unión Europea, Suiza y Canadá. Son elevadas las probabilidades de que no solo sea el líbor el afectado por esas prácticas manipuladoras y algunos bancos más los manipuladores. El riesgo de que la desconfianza se extienda en modo alguno puede descartarse.
La trascendencia de estos episodios justificaría, en primer lugar, que se acelerara la investigación ya abierta, que se desvelaran los nombres de los bancos implicados en esas prácticas y se esbozaran decisiones tendentes a evitar en el futuro esa manipulación. Pero esas averiguaciones en modo alguno pueden limitarse a los pocos bancos que conforman el líbor. Otros interbancarios, desde luego el euríbor, tienen que ser objeto de revisión. Es cierto que el mayor número de bancos que contribuyen a su definición constituye por sí mismo una cierta garantía, pero conviene despejar todo atisbo de sospecha al respecto. La transparencia ha de ser máxima para eliminar el fácil compincheo que emerge en algunas prácticas bancarias, más cerca de un capitalismo de amiguetes que de modernas economías de mercado.
Si esas investigaciones han de hacerlas las autoridades supervisoras, la propia comunidad bancaria europea debería ser la primera en colaborar activamente para legitimar su función. Los principales bancos han de ser conscientes de la creciente desafección que están generando entre los restantes agentes económicos y sociales y de la urgencia de asentar su legitimidad en el juego limpio.
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