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Economistas en pie de guerra

Partidarios del ajuste y de los estímulos reviven el enfrentamiento de los años cuarenta

Alicia González
Todos las escuelas creen tener la fórmula para crear empleo.
Todos las escuelas creen tener la fórmula para crear empleo.GETTY

Más allá de los indicadores de actividad, la salida de la crisis está teniendo consecuencias colaterales para el mundo de la Economía. Buena parte de sus teóricos, sobre todo en Estados Unidos, andan divididos entre quienes defienden la necesidad de aplicar nuevos estímulos fiscales para evitar una vuelta a la recesión y garantizar la creación de empleo y quienes defienden que la política monetaria es un instrumento más que suficiente para la gestión de la demanda. Es la tradicional guerra entre keynesianos y neoclásicos, a los que cada día se suman nuevas corrientes: neomonetaristas, los seguidores de la economía verde, psicoeconomistas...

Paul Krugman (profesor en Princeton), Brad DeLong (Universidad de Berkeley) y Mark Thoma (Universidad de Oregón) lideran el grupo de los defensores de las teorías de John Maynard Keynes, los conocidos como saltwater (agua salada, en inglés, por estar situadas sus universidades cerca del mar). Enfrente de sus tesis, John Cochrane, Eugene Fama (los dos, de la Universidad de Chicago) y Robert Barro (profesor en Harvard) que cuestionan la política de estímulos fiscales como vía para salir de la crisis.

Es un enfrentamiento similar al que vivieron en los años treinta John Maynard Keynes y Friedrich von Hayek, una historia que recoge Nicholas Wapshott en su libro Keynes frente a Hayek. El enfrentamiento que definió la economía moderna. Entonces, estos padres de la economía mantuvieron un arduo debate sobre el papel que debería tener el Estado en la economía. “Hayek fue derrotado por Keynes en los debates económicos de los años treinta; no, según creo yo, porque Keynes probara su tesis, sino porque una vez que la economía se colapsó, nadie estaba muy interesado en la cuestión de cuál fue su verdadero causante”, según Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes.

Los expertos están divididos sobre cuál es la política

Lo cierto es que el dominio del keynesianismo en el debate económico fue patente hasta los años setenta, cuando Milton Friedman decretó aquello de que “en cierto sentido todos somos keynesianos; y en otro, ya nadie es keynesiano nunca más”. El consenso entre los expertos empezó a construirse en torno a un menor papel del Estado en la economía y a propiciar el control del crecimiento, de los precios y de la creación de empleo, en buena medida, a través de los tipos de interés.

Desde entonces, sus tesis se han dado más o menos por muertas en varias ocasiones hasta que en pleno apogeo de la crisis financiera, en 2008 y 2009, todo el mundo se volvió keynesiano, como recordaba Peer Steinbruck, ministro alemán de Finanzas con Angela Merkel, pese a pertenecer a la socialdemocracia. “La misma gente que no tocaría nunca el gasto público está ahora desparramando miles de millones. El cambio de décadas de políticas de oferta a un drástico keynesianismo es impresionante”, dijo en diciembre de 2008. Pero ese cambio no llegaría para quedarse.

Henry Farrell, de la Universidad George Washington, y John Quiggin, de Queensland, acaban de publicar un papel sobre el auge y la caída del keynesianismo durante la crisis económica. Los dos profesores de Economía explican que en aquellos años fue posible lograr un consenso en torno a las políticas de estímulo, toda vez que los antikeynesianos no tenían una respuesta clara a qué hacer ante la crisis, ni disponían de los mismos medios de divulgación. Algunas conversiones al keynesianismo de economistas reconocidos como Richard Posner o Martin Feldstein hicieron el resto.

Farrel y Quiggin explican que la entrada en la escena internacional de los economistas del Banco Central Europeo, partidarios — cómo no— de la política monetaria, y la lenta salida de la crisis, sin apenas creación de empleo, incluso en los países que más estímulos habían aplicado, volvió a cuestionar el modelo de Keynes. Pero tampoco zanjó la cuestión, y el debate, hoy en día, persiste.

No hay día en que un bando no le recuerde al otro en qué fallan sus tesis

El escenario de las nuevas guerras es Internet. No hay día en que un bando no le recuerde al otro en qué se equivocan sus teorías, a través de blogs, Twitter, vídeos, conferencias, cartas al director en los principales diarios, gráficos... todo sirve en la guerra de los economistas y lo hacen en todos los formatos que admite la Red. Ahí, Paul Krugman, con su blog en The New York Times y su columna, saca varios cuerpos de ventaja a sus oponentes.

En la guerra de guerrillas, los economistas atacan las bases que sustentan las teorías del contrario, como en la crítica que Paul Krugman lanzó recientemente contra Jean Claude Trichet, el anterior presidente del BCE. “Él ignoró todo lo que sabemos sobre la inflación y la diferencia entre shocks transitorios para subir los tipos de interés al comienzo de un problema pasajero [la subida de precios del verano de 2008, cuando la eurozona ya estaba en recesión]. Y ahora, habiendo rechazado e ignorado lo que la macroeconomía tenía que decir al respecto, se queja de que esa misma ciencia no ofrece una guía de política útil. Increíble”.

Pero el enfrentamiento entra también en cuestiones personales que revelan orgullos dañados. Es el enfrentamiento que mantiene el profesor Steve Keen con Paul Krugman y otros keynesianos. “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte del establishment) ha ignorado toda la investigación de los investigadores no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada, o, más probablemente, ciega, a otros análisis alternativos”.

Lo cierto es que las derrotas se suceden en ambos bandos y se lo recuerdan mutuamente. Quienes defienden el impacto expansivo de las políticas de austeridad, como Alan Reynolds, del Cato Institute, pusieron como ejemplo a Irlanda, que tras aplicar duras políticas de ajuste logró salir de la recesión, avanzar planes para sanear sus bancos y retomar la senda de crecimiento. La victoria ha resultado pírrica, pues Irlanda volvió a finales de 2011 a los números rojos, y sus autoridades vuelven a negociar con sus acreedores el calendario de pagos de sus deudas.

Dado que los economistas estadounidenses son los más activos en esta batalla, no es de extrañar que la campaña política estadounidense haya entrado también en el debate sobre la salida de la crisis. Desde Standford, John B. Taylor (cuyos análisis sobre la relación entre la inflación y el crecimiento potencial de la economía sirven como referencia para la política monetaria) ha puesto en duda que las ayudas a los Estados y los Gobiernos locales hayan servido para estimular la economía, como defienden los demócratas frente a los republicanos. Un extremo que ha cuestionado con firmeza Christina Romer, de la Universidad de Berkeley y antigua asesora de Barack Obama. Y, así, hasta no acabar.

“Como en las guerras de Luis XIV, los intentos de rehabilitar el viejo keynesianismo han provocado mucho ruido y mucha furia, pero solo modestas ganancias de territorio”, subrayaba un activo bloguero sobre el debate que se está produciendo entre los economistas. Con conquistas o no, la guerra está muy lejos de haber terminado.

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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