¿Facebook o Faceburbuja?
Las nuevas firmas de Internet deben demostrar que son capaces de generar ingresos de sus millones de usuarios para que no se repita una segunda burbuja tecnológica
"No me interesan mucho las ventas. Lo sé, pero está tan al final de mi lista de prioridades que no me preocupa". Aunque parezca mentira la frase es de un empresario. Se trata de Zaryn Dentzel, fundador y consejero delegado de Tuenti. El pasado verano, Dentzel y los otros socios de la red social para adolescentes se convirtieron en multimillonarios gracias a los 70 millones de euros que pagó Telefónica por hacerse con la firma. La obsesión confesada de Dentzel, en su entrevista a EL PAÍS, es aumentar el número de visitantes únicos y de páginas vistas. ¿Compartirá esa obsesión Telefónica o aspirará a sacar rentabilidad alguna vez de su inversión?
Duff McDonald, un reputado analista estadounidense del mundo tecnológico, se refiere a las redes sociales como Facebook o Twitter como unas empresas maravillosas y simpáticas "que han creado un servicio útil, divertido y fácil de usar, pero que no me han sacado ni probablemente me sacarán nunca un céntimo". La ocurrencia, a la par que ingeniosa, encierra en sí sola el dilema de las compañías de la nueva era de Internet: tienen millones de usuarios y una dimensión planetaria pero aún no han descubierto la fórmula para traducir esa popularidad en dinero contante y sonante.
"Monetizar" es ahora la palabra clave .Si las firmas que han logrado colarse en la rutina diaria de millones de personas, enganchadas a la pantalla de su portátil, su tabletas o su smartphones (móviles inteligentes) , no son capaces de rascar los bolsillos de sus usuarios (o de los anunciantes que quieran venderles algo) para multiplicar rápidamente sus ingresos, van a tener serios problemas con sus nuevos y ambiciosos accionistas cuando salgan a Bolsa.
El fantasma de una segunda burbuja tecnológica como la que se vivió entre 1997 y 2000 está haciendo sonar sus cadenas por los parqués de los mercados. Las valoraciones estratosféricas que se están concediendo a compañías con unos ingresos aún raquíticos hacen temer un nuevo pinchazo como el que aconteció hace más de una década, y en el que se esfumaron casi de golpe cinco billones de dólares, y provocó la quiebra de cientos de empresas. Incluso las firmas que sobrevivieron como Yahoo, Amazon o eBay nunca volvieron a alcanzar el valor de entonces.
LinkedIn ha dado el pistoletazo de salida con un fogonazo acompañado de traca que sitúa su valor en más 4.000 millones de dólares, más de 15 veces sus ingresos anuales. Pero podría ser superada. Las últimas tasaciones de Facebook (65.000 millones de dólares), Twitter (4.500 millones) o la empresa de cupones de descuento Groupon (25.000 millones) suponen una valoración 30 veces superior a su facturación anual.
Unos ratios absolutamente desconocidos para las empresas de la economía real. Al inversor de a pie le resulta difícil comprender como Facebook que, por el momento, solo vende publicidad, pueda llegar a valer en su estreno bursátil casi tanto como Telefónica, que gana más de 10.000 millones de euros (cinco veces lo que factura la red social). Es cierto que Facebook posee datos de 600 millones de usuarios y conoce sus preferencias. Y esa información tiene su valor. Pero no tiene el número de su cuenta corriente como Telefónica, que gira la factura, mes tras mes, a sus 300 millones de clientes. Y eso tiene muchísimo más valor. Porque es dinero seguro.
Concluir de estas cifras que la historia está a punto de repetirse y que se avecina el estallido de la burbuja social sería simplista. Entre otras razones porque el mundo ha cambiado mucho en una década. Y lo que más ha contribuido a cambiarlo ha sido Internet. En 2000, cuando estalló la burbuja de la Nueva Economía, apenas un 5% de la población mundial disponía de conexión a Internet. Actualmente, 2.000 millones de personas poseen banda ancha. Aún más trascendente es que hace diez años solo el 12% de los habitantes del planeta tenía un móvil. Hoy son 4.000 millones. Skype, el cloud computing o el iPhone ni siquiera existían. Además empresas como Terra o Lycos nunca tuvieron claro su modelo de negocio ni fueron rentables, a diferencia de Facebook o la misma LinkedIn.
Google es el ejemplo vivo de que una empresa de Internet puede alcanzar el éxito. Un éxito con mayúsculas. Vive exclusivamente de los ingresos publicitarios. Y con los casi 30.000 millones que le reportan anualmente satisface a sus 1.000 millones de usuarios con servicios útiles, eficaces y gratuitos, ya se trate de búsqueda, navegación o un sistema operativo para móviles, entre otros muchos. El problema es que el modelo de Google no se puede replicar indefinidamente porque el mercado de la publicidad on line, aunque crezca a un potente ritmo, es finito, y no va multiplicar por diez los ingresos de Facebook o Twitter al mismo tiempo.
La excesiva dependencia de la publicidad de muchas de las nuevas firmas rutilantes de Internet es su principal talón de Aquiles. Los modelos premium, en los que los usuarios pagan una cantidad por un mejor servicio, no acaban de funcionar porque la gente se resiste a pagar por algo que, desde el principio, ha disfrutado gratis. Se ensayan otras fórmulas como los juegos sociales, el crédito o los cupones de descuento que aún no han demostrado su eficacia.
No cabe duda de que la salida a Bolsa de estas empresas va a convertir en multimillonarios a sus fundadores pero no está tan claro que vaya a hacer ricos a los pequeños inversores que confíen sus ahorros en esta renovada fiebre del oro 2.0 (muchas empresas han nacido en California, curiosamente). La insultante juventud de emprendedores como Denztel o el fundador de Facebook , Mark Zuckerberg, que ha merecido hasta una película (La red social), presta glamur a esta economía web.
Pero hará falta algo más que glamur y visitantes únicos para mantener la cotización cuando estas firmas coticen. Los analistas van a vigilar sus balances, que serán públicos y tendrán que rendir cuentas cada trimestre, saliendo de la opacidad contable de la que disfrutan actualmente. A los bancos de inversión o los fondos de pensiones que confíen el ahorro de sus partícipes, y a los millones de pequeños inversores particulares que compren sus títulos les va importar muy poco el número de usuarios, mal que le pese a Denztel. Van a examinar los ingresos, los beneficios y el margen de Ebitda. Y si los empresarios dot.com no aprueban ese examen, la temida segunda burbuja de Internet puede estallarles en la cara. ¿Facebook o Faceburbuja? Hagan apuestas.
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