La industria de la muerte
Cada minuto muere una persona a consecuencia de la violencia armada. No debería permitirse que se vendan armas a países sobre los cuales existe la certeza de que van a usarlas para violar los derechos humanos de su propia población. Que muchos libios murieran mediante el uso de bombas de racimo de fabricación española es una vergüenza para todos, igual que los civiles sirios sean asesinados con armamento ruso o que los manifestantes egipcios fueran reprimidos con armas estadounidenses.
En julio de este año la comunidad internacional va a discutir sobre la aprobación de un tratado sobre el comercio de armas, justo y sólido. No se trata de prohibir su comercio, sino de regularlo; aun así este tratado cuenta con la oposición de los países que se lucran con estos conflictos, como Estados Unidos o China. Pero debemos presionarlos. Es la mejor oportunidad para detener el sinsentido de que países que se autodeclaran defensores de los derechos humanos vendan armas a países que los violan sin reparos.
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