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Columna
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Puaj

David Trueba

Las reacciones a la detención de los responsables de Megaupload evidencian que la Red es un asunto de fe. Parecido a que por creer en Dios estés obligado a defender a los curas pederastas. Internet puede ser el arma para alcanzar un mundo mejor, pero no mientras los usuarios muestren los defectos habituales del ser humano. Listas negras, revelación de datos personales, anonimato amenazante, son feas consignas. Y, por si faltaba algo, los medios, que al informar de las vendetas, proporcionan el link directo. Como si para informar de una violación fuera imprescindible volver a violar a la víctima.

Mientras tanto, Google ejerce de guía aprovechada. Puerta de acceso a la Red para millones de habitantes, en España su preponderancia no se discute y nadie parece interesado en reducir su monopolio, pese que por fin se le afea que bordee la evasión fiscal. El que redireccione las búsquedas hacia páginas ilegales a nadie le preocupa. Es como si uno pudiera encontrar anuncios en la televisión de descuartizadores de niños o llamar a la información telefónica para que te recomienden un asesino a sueldo con la misma naturalidad que un fontanero. En términos estéticos, el gigante de Internet se está afeando. El secreto logaritmo de búsqueda ofrece grietas desde que empezó a privilegiar sus negocios propios, pero en la legalidad, funcionar como una especie de Pilatos.com, es raro, y más en una multinacional multimillonaria.

Desde el éxito de las novelas del sueco Stieg Larsson habíamos aceptado un arquetipo de pirata informático joven, ágil, tímido, delicado, con un cerebro prodigioso para las matemáticas y un exigente sentido moral en la lucha contra los abusos del sistema. Mejorado aún por las dos actrices que interpretaron sus versiones cinematográficas, el hacker era el último romántico en un mundo prosaico e interesado. Descubrir un capo grotesco y seguidores banzai ha sido una decepción. Parecida a cuando nos desvelaron que el delincuente conocido como El Solitario no era un nuevo Butch Cassidy sino el zafio gritón y prepotente que tiene el chalet más feo de la urba. ¿Hasta cuándo la realidad va a seguir pisoteando nuestras ilusiones?

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