Una mujer abandona a un bebé dentro de una bolsa de plástico en San Sebastián
Un indigente encuentra al niño en una iglesia y se lo entrega a un vigilante
"De lo borracho que iba tuvo la cordura de acordarse del vigilante del topo". Iker Vélez del Burgo, uno de los guardas de la estación de Euskotren de la plaza Easo de San Sebastián, no creía lo que José, un indigente de unos 50 años, le intentaba explicar. El vagabundo se encontró sobre las siete de la tarde del domingo un bebé dentro de una bolsa de plástico, escondido tras ropa vieja y envuelto en una bata de señora. Su madre había abandonado con tan solo cinco días de vida a su hijo en la iglesia de los Carmelitas Descalzos, apenas 10 metros de la estación de tren, según la investigación de la Ertzaintza.
La mujer, extranjera y atendida por una organización benéfica, reconoció ante los agentes que la localizaron que había abandonado al bebé ante la falta de recursos para poder mantenerle. La Ertzaintza le imputó un delito de abandono de menores, mientras su hijo, en buen estado de salud, ha pasado a depender de los servicios sociales.
José, después de que nadie en la iglesia hiciera caso a lo que decía, se acordó del "amigo" o, al menos conocido, que tenía nada más cruzar la calle. "Me avisó el muchacho de la taquilla, que uno de los indigentes que suele estar por la plaza andaba dando gritos en el hall y preguntando por mí", explicaba ayer el guarda mientras vigilaba que nadie se le colase por las máquinas canceladoras de la estación. José, según le contó al guarda, se encontró en el interior del templo, a la altura del tercer banco desde la entrada, una bolsa con ropa, "comenzó a husmear, pensando que con el frío tal vez pudiera haber algo que le sirviera y tras remover se encontró en el fondo un bebé".
El primer impulso del indigente fue alertar a los feligreses que en ese momento se encontraban rezando el rosario en el interior de la iglesia. No hubo modo. Tampoco le prestó mayor atención la mujer que suele aderezar la iglesia, poner flores a las imágenes y ayudar a los párrocos. "Le dijo que se fuera, estaba muy nervioso y no entendía lo que le decía", reconoció el superior de la iglesia, José Luis Gerrikagoitia. "Le debió decir algo de un bebé, entonces se dio cuenta de que tenía un niño, y le dijo que se lo entregara a alguien, a la policía, en la estación...". Ninguno de los curas de la iglesia se enteró en ese momento de lo sucedido, a pesar de que el indigente encontró el bebé entre el servicio de las 18.30, oficiado por el padre Satur y el de las 19.30, por el padre Horacio.
José entonces reparó en el vigilante del topo, en el "segurata" que en más de una ocasión le había invitado a café, salió de la iglesia, obvió el puesto de atención al ciudadano de la Ertzaintza, situado en un lateral de la estación y cerrado durante el fin de semana, y entregó el niño al guarda.
"Cuando lo vi, el nene estaba dormido y no sabía si estaba vivo o muerto. Impresiona", aclaró el vigilante, que nada más cogerlo en brazos rompió a llorar. Entre los maquinistas, el personal de taquilla y el guarda cuidaron del bebé hasta que llegó la Ertzaintza y los servicios médicos para comprobar el estado de salud del niño.
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