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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | BALONCESTO | NBA
Columna
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Los Knicks no tienen remedio

Es fácil olvidar que los Knicks de Nueva York deberían ser el club más importante del baloncesto profesional. Al fin y al cabo, juegan en la capital del mundo (una etiqueta que solo se nos permitirá usar unos años más; luego, "¡hola, Pekín!"). Es un equipo con una rica tradición, con un montón de dinero y con una enorme base de seguidores apasionados y, en teoría, inteligentes.

También es un conjunto dirigido por hombres que son tan incapaces de reunir un grupo de baloncesto respetable como yo de ensamblar un Volkswagen. Emparejar a Amare Stoudemire con Carmelo Anthony fue una idea ridículamente mala. A ninguno de los dos les gusta defender y a los dos les apetece tanto pasar la pelota como a un gordo hacer ejercicio.

A Stoudemire y Anthony les gusta tanto pasar la pelota como a un gordo hacer ejercicio

¿A quiénes han propuesto como salvadores? A Tyson Chandler, que solo es eficaz cuando está rodeado de influencias positivas (véase: Paul, Chris; Nowitzki, Dirk; Kidd, Jason) y es un desastre cuando no lo está (véase: los Bulls de Chicago, 2001 2006), y a Baron Davis, que es tan fiable como un superordenador construido por ardillas.

Pero ni a estos jugadores ni a los genios que los contrataron les echarán la culpa de los problemas de los Knicks. En cambio, el entrenador, Mike D'Antoni, apechugará con las consecuencias de la mala política de personal de los Knicks.

¿Por qué pasará esto? Para empezar, porque D'Antoni lleva en Nueva York más tiempo que Stoudemire y Anthony. La NBA puede, en ocasiones, parecerse al cajón de las verduras de nuestra nevera. A veces, tenemos que tirar las zanahorias no por estar podridas, sino porque estamos hartos de verlas. En segundo lugar, porque los peores equipos de la NBA están dirigidos por sus jugadores. Basta con fijarnos en los Wizards de Washington, en los que a Flip Sanders le escoltaron hasta la salida por la puerta de atrás como si fuera un terrorista. Sanders no era el problema; el problema eran los jugadores mal emparejados.

A la NBA esto le importa muy poquito. Como todas las ligas deportivas, también necesita perdedores. La NBA puede permitir que los Wizards de Washington se vayan a pique porque, bueno, ¿a quién le importan los Wizards? Pero los Knicks, con esos seguidores que he mencionado, tan apasionados, tan entendidos en baloncesto, tan numerosos... Uno pensaría que exigirían algo mejor. Después de todo, la única vez que algo cambia -en los deportes o en los países mal gobernados- es cuando el pueblo lo exige. Resulta curioso, por tanto, que, a pesar de la torpe manera de hacer las cosas del equipo, la franquicia de los Knicks sea la más valiosa de la NBA (según la revista Forbes, los Knicks están valorados en 655 millones de dólares, unos 495 millones de euros).

¿Qué les pasa a estos fans de los Knicks? Su equipo es sistemáticamente malo y no da señales de enmendarse, pero, a pesar de ello, le han convertido en la franquicia más valiosa del baloncesto profesional. ¿Cómo puede ser? Los neoyorquinos son cosmopolitas, cultos y ciudadanos de la ciudad más importante del mundo. Pero, en cuestión de deportes, a lo peor no son tan listos como se creen.

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