Estados Unidos en el siglo de Asia
En la Zona Cero, en Manhattan, dos espacios vacíos serán ocupados por cascadas de agua para conmemorar de una forma serena y respetuosa a las víctimas de los ataques terroristas del 11-S. Junto a ellas, una torre de gran alcance diseñada por el arquitecto Daniel Libeskind, y que al presente está casi terminada, se eleva de forma vigorosa hacia el cielo como símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte. Una palabra viene a la mente para caracterizar la impresión que causa este lugar, el sitio donde ocurrió un crimen sin precedentes: resiliencia.
La Zona Cero es la prueba de que, a pesar de los problemas económicos actuales de Estados Unidos, sería prematuro clasificar al país como una potencia en declive. EE UU tiene los recursos necesarios para recuperarse.
Ese país necesita recuperar su fuerza interior para afrontar los retos del futuro
Pero lo que es necesario no es suficiente. Con el fin de reinventarse a sí mismo, o al menos para administrar su relativo declive internacional, Estados Unidos debe dirigirse hacia un reequilibrio de sus prioridades nacionales e internacionales. Durante el periodo posterior a la II Guerra Mundial, Estados Unidos se las arregló para contener las ambiciones soviéticas. Hoy día, los estadounidenses no afrontan una amenaza inminente. Rusia es un remanente muy reducido de lo que fue la Unión Soviética. Del mismo modo, mientras que el nacionalismo de China, país que es el principal rival de Estados Unidos, últimamente se ha tornado en más firme, la clara prioridad del régimen comunista es el crecimiento económico nacional.
En verdad, el único peligro obvio al que Estados Unidos se enfrenta emerge de las armas de destrucción masiva, las que podrían proliferar o ser utilizadas por grupos terroristas. Pero para hacer frente a esta amenaza no se requiere de un enorme presupuesto militar o de despliegues de grandes cantidades de tropas norteamericanas en todo el mundo. Estados Unidos tiene, pues, una oportunidad, que le es muy necesaria, para volver a centrarse en su propio país, para recuperar su fuerza interior sin retirarse del mundo. Como dice Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, Estados Unidos debe entrar en un periodo de "restauración" de sus fundamentos.
La política exterior norteamericana empieza en casa, y eso significa frenar el déficit presupuestario en el largo plazo, reactivar el crecimiento económico y crear empleos en el corto plazo y hacer frente al deterioro de las infraestructuras del país. En verdad, "la envejecida modernidad" de Estados Unidos se ha convertido en un lastre para su competitividad, así como un insulto a su imagen internacional y en un riesgo para la seguridad de sus ciudadanos.
Es más, se ha asentado la fatiga imperial. La historia reciente de EE UU se ha caracterizado por ciclos de entusiasmo relacionados con su participación activa en el extranjero. A mediados de la década de 1970, tras la guerra de Vietnam, Estados Unidos, guiado por el impulso moralizador del presidente Jimmy Carter, optó por la "regionalización" de sus participaciones. Pero, tomando en cuenta que todavía existía la amenaza soviética, esta iniciativa llegó demasiado temprano (y probablemente se llevó a cabo de forma incorrecta).
Hoy día, por el contrario, el punto de partida para una reevaluación de las prioridades estadounidenses es más de naturaleza económica que ética. Pero el razonamiento es el mismo, ya que se basa en la convicción de que tener más presencia de Estados Unidos en el mundo implica hoy menos intervencionismo costoso y confuso. Esto significa que la política exterior de Estados Unidos -que se definió en los últimos años por la muchísima atención que prestó a Oriente Próximo y por la muy poca prestada a Asia- debe adoptar un cambio en sus prioridades.
Por supuesto, en medio de las actuales revoluciones árabes, Estados Unidos no puede simplemente ignorar Oriente Próximo. Tampoco debe renunciar a tener esperanzas en una solución para el conflicto israelo-palestino, ni debe rendirse en sus esfuerzos para contener las ambiciones nucleares de Irán. Sin embargo, Asia es el lugar donde la historia se está desarrollando, y es allí donde Estados Unidos debe definir su estrategia global a largo plazo.
¿Debe Estados Unidos, tal como Henry Kissinger sugiere en su último libro titulado On China, considerar la posibilidad de una "Comunidad del Pacífico" que, a diferencia de la Comunidad Atlántica de la era de la guerra fría, no se base en cultura y valores comunes frente a una amenaza directa, sino en intereses comunes frente a una "época de reequilibrio del orden mundial"?
La resiliencia de Estados Unidos puede contrastar con las múltiples debilidades de Europa. Pero la resiliencia no será suficiente. Estados Unidos debe ponerse en forma para enfrentar los retos del futuro, y eso significa restaurar el crecimiento económico, reducir el déficit y mejorar las infraestructuras. Paradójicamente, solo un Estados Unidos más seguro de sí mismo puede aceptar un estatus global reducido, ya que reconciliarse con el cambio siempre será más fácil una vez que uno ha tomado las medidas necesarias para ajustarse a tal cambio.
© Project Syndicate, 2011.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Dominique Moisi es autor de The geopolitics of emotion (La geopolítica de la emoción).
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